Durante esta semana se realizó el Foro Nacional Política de Desarrollo Agropecuario Forestal y Pesquero, organizado por el Centro de Investigaciones Económicas, Sociales y Tecnológicas de la Agricultura Mundial, de la Universidad Autónoma Chapingo. El foro conjuntó los esfuerzos de destacados académicos y dirigentes campesinos para analizar la problemática agropecuaria y formular propuestas viables de solución.
En el campo mexicano cumplimos casi un cuarto de siglo de perseverante aplicación de las "reformas estructurales" recomendadas por el Banco Mundial (id est, la severa reducción de la participación del Estado en la promoción activa del desarrollo económico sectorial; la apertura comercial unilateral y abrupta, que remató en la inclusión completa del sector agropecuario en el TLCAN; y la reforma de la legislación agraria orientada a liberalizar el mercado de tierras), las cuales fueron presentadas como el infalible camino hacia la tierra prometida de las mayores tasas de crecimiento de la inversión, la productividad y la producción agropecuarias, con las consiguientes derramas sobre el bienestar de la población rural.
Sin embargo, la tierra prometida resultó ser un espejismo. Lo que realmente ha ocurrido es: una significativa caída de la producción per cápita de alimentos y materias primas agropecuarias (en términos de valor, la producción agropecuaria per cápita en el trienio 2003-2005 resultó 11.1% menor que en el trienio 1980-1982); el incremento dramático de las importaciones agroalimentarias (que ascendieron a 14 mil 292.5 millones de dólares en 2005); el desplome de los términos de intercambio de las cosechas básicas de la gran mayoría de los productores, que hoy cobran -en poder de compra- la mitad o menos por unidad de producto; la dramática caída del capital de trabajo disponible en forma de crédito agrícola; la fuerte descapitalización de la gran mayoría de las granjas; el agobiante incremento de la pobreza rural y de la migración.
Paradójicamente, "después del niño ahogado", una visión realista es ahora compartida por el mellizo de Bretton Woods que más destacó como aguerrido promotor de las "reformas", a través de sucesivos préstamos para el "ajuste" del sector agropecuario. "Este sector -reconoce el Banco Mundial- ha sido objeto de las reformas estructurales más drásticas (la liberalización comercial impulsada por el GATT y el TLCAN, la eliminación de controles de precios [id est, la supresión del sistema de precios de garantía o soporte, que constituía en México -y constituye en otros países, como Estados Unidos- uno de los más importantes instrumentos de fomento agropecuario: JLC] y la reforma constitucional sobre la tenencia de la tierra), pero los resultados han sido decepcionantes: estancamiento del crecimiento, falta de competitividad externa, aumento de la pobreza en el medio rural" (The World Bank, Estrategia de Asistencia para el País 2002, Informe 23849-ME). Tres años después, el propio Banco Mundial (véase Generación de ingreso y protección social para los pobres, 2005) observó: "La falta de dinamismo en el crecimiento agrícola y la ausencia de mejoras en la productividad de la tierra y el trabajo, son una amenaza de consideración en términos de la pobreza rural".
En el futuro, la cuestión crucial consiste en definir si el campo mexicano debe seguir siendo utilizado como laboratorio de experimentación neoliberal, o si hemos de reformular endógenamente nuestra estrategia de desarrollo.
De entrada, es necesario desechar la visión tecnocrática que considera al campo mexicano simplemente como un problema; debemos considerarlo, por el contrario, como parte de la solución de los grandes problemas nacionales. El sector agropecuario puede contribuir al desarrollo futuro de México mediante: 1) la provisión de una oferta interna suficiente de alimentos y materias primas agropecuarias, reduciendo así los desequilibrios comerciales externos; 2) la generación de excedentes exportables en cultivos de alta densidad económica en los cuales México tiene, desde antes del experimento neoliberal, un lugar ganado en el mercado mundial: 3) la creación de empleos agrícolas adicionales, vía sustitución de importaciones agroalimentarias; 4) la generación de efectos multiplicadores sobre el empleo y la producción en otras ramas de la economía.
Ahora bien, para que el campo cumpla eficazmente estas funciones, es necesario impulsar su dinámica productiva mediante un programa integral de fomento agropecuario, cuyos instrumentos fundamentales -ampliamente detallados en el foro- son: un sistema de precios de garantía o soporte con horizonte multianual, a fin de otorgar certidumbre a la producción agropecuaria y estimular su oferta de productos; un programa integral de investigación y extensionismo, que incluya no sólo tecnologías convencionales sino también tecnologías alternativas; ampliación y modernización de la infraestructura rural; impulso al crédito agropecuario, apoyando especialmente a las microfinancieras; programas específicos que incentiven el desarrollo productivo de las pequeñas granjas.
El rescate de nuestro sector agropecuario no sólo contribuirá al equilibrio de las cuentas externas y al dinamismo general de la economía, sino también a la armonía en el patrón de desarrollo, a la seguridad alimentaria y a la equidad social.
Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM
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