lunes, septiembre 18, 2006

Felipe, ¿quién te hizo rey?


Rafael Segovia

Nadie ha quedado contento con el fallo del TFPJF. Unos por carta de más y otros por carta de menos. La defensa de las instituciones, tan apasionadamente proclamada por el presidente de la República y por los partidos, amigos y colaboradores presentes y futuros de Felipe Calderón, ha salido del trance maltrecha a más no poder. No se puede creer, es más, ni siquiera suponer que fue una decisión apegada a la verdad: fue una medida política, dictada por unos magistrados convencidos de todo, menos de que la verdad los había guiado. Se sintieron obligados a votar como lo hicieron por necesidad, por preservar la paz social, por evitar un motín, una revolución o una guerra civil, por patriotismo o por civismo, por lo que se quiera, menos por estar seguros, convencidos, de que con su voto defendían la verdad. Ésta la conocieron, pero no pudieron ampararla o ampararse en ella. De hecho, ninguno de los interesados en el proceso, mexicanos y extranjeros, izquierda y derecha, aprueba sin dudas lo ocurrido, empezando por el propio Felipe Calderón.

Éste, el futuro presidente, es el primero en dudar. Es incluso el primero en saber hasta qué punto está mal acompañado, aunque, ya se nos ha dicho, es peor estar solo. Tan pronto como se conoció el fallo del Tribunal Electoral, aparecieron anuncios de página entera donde se felicitaba a Calderón. O bien fueron consultados los directivos del PAN, o bien los jefes de relaciones públicas de los empresarios se han vuelto perspicaces, cosa que no eran. Se unieron a la consigna unitaria, tema de la derecha que despide un tufo de miedo y de inquietud que no los suelta. Lo que pudo ser un grito de victoria, no pasó de ser un suspiro de liberación de la angustia que los ahogaba.

Las asociaciones empresariales, las universidades privadas más reaccionarias, la parte del sindicalismo más corrupta, los gobernadores priistas más miedosos -como Nati González-, en pocas palabras, la pléyade que representa a la derecha mexicana más recalcitrante será la fuente del gabinete de Calderón. Los llamados a la unidad carecen de sentido tan pronto como se advierte quiénes son los auténticos vencedores proclamados por el tribunal.

El vocabulario los traiciona: se insiste hasta la náusea en que el fallo es inapelable, en la validez de las instituciones, en las felicitaciones de otros países. Todo, con un dejo de inquietud, de soledad, de temor, cuando no de miedo confesado, abierto, del mismo tipo que aquel se observó en la derecha de la Revolución Francesa y que se volvió incontenible desde 1848, cuando se empezó a hablar de le grand soir, la gran noche, en que el proletariado de la periferia de las ciudades, de los arrabales, subiría como una banda de bárbaros y arrasaría los barrios elegantes. Dos guerras mundiales terminaron con ese mito en el mundo occidental, así queden rescoldos por todas partes. Dos guerras mundiales y el convencimiento de que con la represión no se va a ningún lado, de que sólo se pospone una solución violenta.

La legislación obrera de la Europa Occidental ha hecho de la democracia un principio aceptado; ha obligado a la burguesía y a las clases medias más reacias a aceptar la educación universal laica y de calidad, una salud pública superior a la privada, la dignidad y efectividad del salario, la justicia nacional y no de clase, en fin, todo lo que permite al individuo vivir en los países llamados civilizados, a los cuales no pertenecemos. Y no serán Calderón y los suyos quienes nos conduzcan a ese edén. No serán los firmantes de los desplegados en la prensa.

Cuando la información está controlada, cuando de una manifestación de 200, 300 o 500 mil personas las televisoras no dicen una palabra, no podemos suponer que ese silencio se debe a la voluntad de los dueños, sino a un deseo del gobierno con el supuesto fin de mantener el orden público. De la misma manera, el presidente del Tribunal Electoral nos dice que el presidente de la República intervino en el proceso electoral pero que eso no cambió nada. A nuestro juicio, debería estudiar algo de historia antes de asegurar tales cosas. Suponemos que hubo muchas situaciones que no fueron muy de su agrado -eso no se puede saber a ciencia cierta por el propio control del gobierno-, que el fallo fue consecuencia de la división de los magistrados, de la imposibilidad de llegar a una conclusión común capaz de dar al traste con Calderón y su gobierno. La tan cacareada transparencia de Fox no se aplica en este caso. Como en tantos otros. Por ejemplo, el asesinato que salpica a uno de los miembros más importantes del actual gobierno, que resultó consecuencia de una equivocación. Se publicó en la esquina de un periódico. Al muerto le dijeron usted perdone, y también ahí murió la cosa: que no se hable más.

El domingo 10, fue el gran día. Vestidos de blanco, quienes tenían para ese atuendo se apersonaron después de haber recogido su entrada: los panistas convencidos y los menos convencidos. No les faltó más que un cirio en la mano para parecer una procesión de primeros comulgantes. Pero ni con todas las ayudas lograron llenar la plaza de toros.

El PAN, como se sospechaba desde hace años, es un partido sin clientela ni auténticos fieles. Como buen partido de clase media, no es un partido en sí, es un partido para sí, como señaló Marx, una organización política para cuidar e impulsar los intereses de quienes publicaron páginas a precios exorbitantes para recordarle a Felipe Calderón: Felipe, ¿quién te hizo rey?

Debe esperarse que, cuando el futuro presidente reciba a Emilio Gamboa para hablar de unidad y de planes gobierno, éste cuide un poco su manera de hablar. ?

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