lunes, septiembre 11, 2006

La pesadilla proceso


Alejandro Gutiérrez y Francisco Castellanos
Al atomizarse, los cárteles de la droga extreman su estrategia de lucha territorial; ya no buscan acuerdos, sino imponerse por el terror. Recientemente han recurrido a un método que tal vez fue importado de las experiencias contrainsurgentes de Centroamérica: la decapitación de adversarios y policías.

El miedo ahogó la algarabía en el bar Sol y Sombra, cercano a la central camionera de Uruapan, Michoacán, en la madrugada del día 6, cuando varios hombres armados irrumpieron con disparos al aire para someter a los asistentes y luego arrojaron al centro de la pista de baile las cabezas de cinco hombres.

Se dieron el tiempo de dejar un mensaje escrito en una cartulina: "La familia no mata por paga. No mata mujeres, no mata inocentes. Sólo muere quien deve morir; sepanlo toda la gente esto es: justicia divina".

Esta impactante escena es el más reciente caso de decapitaciones, la nueva práctica a la que han recurrido los narcotraficantes en su lucha por el control territorial, que ya suma 14 casos en Michoacán, seis en Guerrero, cuatro en Baja California y uno más en Nuevo León.

En entrevistas por separado, Carlos Ochoa Quiroz, psicólogo forense egresado de la Brigham Young University de Utah, y Óscar Maynez, experimentado criminólogo de la Universidad de El Paso, Texas, coinciden en que seguramente son "prácticas importadas de Centroamérica" para "generar terror" entre los ciudadanos y "desmotivar o desmoralizar" a los cárteles enemigos y a las autoridades.

Ambos especialistas manejan hipótesis similares: Las actuales organizaciones del tráfico de drogas han abandonado la estrategia de establecer acuerdos para mantener control en sus territorios, porque ahora están atomizadas.

"Estas organizaciones delictivas dejan el perfil de empresas delictivas y asumen un perfil más cercano al de una secta o de un culto, donde siguen la indicación de un líder, quien les ordena cómo actuar contra sus enemigos", dice Ochoa Quiroz.

Dice que la diferencia estriba en que antes los cárteles ajustaban cuentas con un "asesinato limpio", pero ahora buscan controlar a la gente y expandir los territorios controlados.

Por su parte, Maynez advierte que existe un rasgo "más ritualista" en las decapitaciones, puesto que el ejecutor se deshumaniza él mismo y a su enemigo al cercenarle la cabeza. "Es la máxima muestra de eliminación del contrincante", sostiene.

Carlos Ochoa, con amplia experiencia en estudios criminalísticos en la prisión de Blufdale y en el Instituto Neuropsiquiátrico de Utah, considera que esta "imposición del terrorismo" busca dañar "en exceso al rival" y establecer un "régimen de terror generalizado".

"A partir de los hechos públicos que conocemos, podemos concluir que estos líderes y sus sicarios están tratando de cubrir algunas deficiencias de su personalidad; que tal vez no sienten el liderazgo para establecerlo en alguna región, o bien (no tienen) el liderazgo de las antiguas organizaciones delictivas, entonces se llega a estas prácticas extremas para sembrar el temor y fincar un sello propio de extremismo", explica.

Y explora el perfil de quienes ordenan esa práctica: "Estamos hablando de una persona con un desorden de personalidad antisocial cinco, que es el más alto nivel. Hablamos de una o varias personas tremendamente frías, con un ojo profundo muy desarrollado, víctimas de gran cantidad de abuso, pero seria y ciegamente leales a un individuo, que si bien podría no tener grandes capacidades de liderazgo, sí tiene gran capacidad de manipulación, de dirigir a los sicarios para que cometan una atrocidad", añade.

Al respecto, Maynez sostiene que "estos personajes pudieran estar en la escala más alta del 0 al 22 en la medición Stom -que es el apellido de un doctor criminalista de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, que trata de clasificar a los homicidas-, porque cercenar la cabeza a un contrincante es infligir el máximo sufrimiento al contrincante y porque muestra el más grave trastorno de personalidad y de descomposición de su entorno; más aún si la decapitación a la víctima la hacen en vida, porque implica un cierto ritualismo".

Influencia centroamericana

Ambos especialistas coinciden que estas acciones muestran el lado más negro de la militarización en la lucha antidroga, debido a que los propios capos corrompieron a miembros de las Fuerzas Armadas para que sean sus vigilantes y ejecutores.

Recuerdan que la Procuraduría General de la República (PGR) ha admitido la actividad de Los Zetas, desertores del Ejército que operan con el cártel del Golfo, de exkaibiles -que fueron soldados de élite guatemaltecos- y pandilleros de la Mara Salvatrucha que también trabajan para los cárteles mexicanos de la droga.

El 22 de junio último, el subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada de la PGR, José Luis Santiago Vasconcelos, dijo que investiga la presunta participación de exkaibiles o miembros de la Mara Salvatrucha en los casos de decapitación, pues existe el antecedente de que el 19 de septiembre de 2005, en un enfrentamiento entre dos facciones de la Mara en una cárcel guatemalteca, dos de los seis asesinados fueron decapitados.

"Coincidentemente estas prácticas, presumiblemente importadas de Centroamérica, fueron puestas en práctica en los ochenta, durante las acciones de guerra contra grupos guerrilleros en Guatemala, Nicaragua y El Salvador, y también contra habitantes de los poblados que, se sospechaba, apoyaban a guerrilleros o paramilitares", dice Maynez, quien estudió muchos de los feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Y precisa que el Estado mexicano tiene parte de la responsabilidad en la captación de sus fuerzas por los cárteles, porque debería ser capaz de identificar previamente a los elementos proclives a cambiarse al bando de la delincuencia. Otro factor que facilita la anomalía es la presencia de mandos corruptos, porque neutraliza cualquier intento de reforzar la moral de las tropas.

Maynez recuerda que en la década de los ochenta, Estados Unidos entrenó a militares de países centroamericanos en tácticas contrainsurgentes, que incluían métodos de tortura extrema. Para ello elegían a la gente que tuviera mayor proclividad a la violencia excesiva, y le daban poder y armas. Entonces, una de las posibilidades es que los cárteles están importando esos procedimientos.

Y coincide con Ochoa Quiroz en que el propósito de los decapitadores es que toda la población, así como las autoridades y sus enemigos, los identifiquen como el grupo más agresivo. El problema, enfatizan, es que se quiera imponer como una práctica común, lo que se conoce como copy cat o imitación.

Mensajes reveladores

Las autoridades no tienen pistas sólidas sobre el grupo armado que arrojó las cabezas en el Sol y Sombra y manejan sólo hipótesis, entre ellas que cometieron los asesinatos por el control de la ruta Morelia-Uruapan-Apatzingán-Lázaro Cárdenas.

Ya identificaron a tres de los asesinados: Martín Valerio Moreno, de 19 años, originario del municipio de Turicato; David Gómeztagle López, alias El Mecánico, del Distrito Federal y con domicilio en Uruapan -donde fueron levantados varios hombres en días pasados- y el hojalatero Luis Emmanuel Pérez Calderón, de 25 años.

Pero este es solamente el caso más reciente. El 1 de enero, la procuraduría michoacana encontró a una persona aún sin identificar, con la cabeza cercenada y el cuerpo mutilado dentro de dos maletas y una caja de cartón. A finales de ese mes también se hallaron los restos mutilados del abogado Elidier Cabuto Tapia, defensor jurídico de narcotraficantes.

Al siguiente mes, un grupo secuestró al comandante de la Policía Ministerial de Michoacán, Reynaldo Padilla, quien había logrado salir ileso de tres atentados anteriores. La versión de funcionarios de la procuraduría estatal es que fue decapitado y su cabeza suele ser mostrada como trofeo por sus asesinos.

Y el 20 de abril, en oficinas municipales de Acapulco, fue abandonada la cabeza de Mario Núñez Magaña, comandante de la Policía Preventiva de la localidad, quien había participado en la balacera que se desató el 20 de enero en la colonia La Garita de ese puerto. Ahí también se encontró la cabeza del tamaulipeco Érik Juárez Martínez. Junto a esos restos, el mensaje: "Para que aprendan a respetar. Z".

En la región de Apatzingán fue asesinado y decapitado el 8 de mayo el abogado Héctor Espinosa Valencia, defensor de narcotraficantes. Su cabeza fue abandonada en el poblado de El Aguaje, de Tierra Caliente.

Además, hasta la fecha no se ha logrado establecer a quién pertenecía la cabeza que la policía de Acapulco recogió el 7 de junio entre la basura de la playa Condesa.

El 23 de junio, en Zamora, Michoacán, fue levantado Miguel Ángel Amezcua Vega, y horas después su cuerpo decapitado fue encontrado dentro de un vehículo.

En cuanto al norte del país, el 21 de junio un civil y tres policías de Rosarito, Baja California, fueron levantados. Horas después, sus cabezas fueron localizadas a 25 kilómetros de distancia, cerca de unas oficinas de la procuraduría estatal. Fueron identificados como Jesús Hernández Ballesteros, Ismael Arellano Torres, Benjamín Fabián Ventura y Fernando Ávila.

A la semana, el 29 de junio, en la escalinata de la presidencia municipal de Acapulco fue abandonada la cabeza de una persona con el mensaje: "Lazcano, para que me sigas mandando más pendejadas de tus gafes. Z". Las autoridades identificaron al destinatario como Heriberto Lazcano, El Lazca o Zeta 3, quien es el actual jefe de Los Zetas.

Al día siguiente, el 30, se encontró la cabeza de Pablo Soberanis Palacios, carpintero condenado a 11 años de prisión por secuestro, aunque sólo había compurgado uno. El despojo fue abandonado en las oficinas de la Secretaría de Administración y Finanzas de Acapulco, con el letrero: "Un mensaje más, mugrosos, para que aprendan a respetar. Z".

Y el 20 de julio, en la carretera Zihuatanejo-Lázaro Cárdenas, entre Guerrero y Michoacán, se halló un cuerpo descuartizado con el letrero: "Ahí está tu gente, aunque te proteja el AFI y otras corporaciones, sigues tú: Edgar Valdés Villarreal (Barby) Arturo Beltrán Leiba y tu Lupillo, sigue riendo que te voy a encontrar. Atte La Sombra". Según un funcionario de la PGR, este mensaje podría estar dirigido al cártel de Sinaloa.

Cuatro días después, el 24, sobre la carretera Apodaca-Juárez, en Nuevo León, las autoridades dieron con una persona decapitada, a la que identificaron como Julio César de León, primo hermano de Efraín López de la Cruz, quien había sido emboscado junto con la fiscal federal Verónica Palacios unas horas antes.

Junto al cadáver se encontraron dos mensajes. El primero: "Estos son los que andan haciendo los homicidios en Nuevo Laredo y también la plaza de Guadalajara, bajo el mando de Efraín, El Beto y El Pipo, que son gente del Chapo". El segundo decía: "Las matazones se van a acabar cuando el gobierno agarre a La Barbie, a Arturo Beltrán y a su gran protegido El Chapo".

Poco antes de esto, en Michoacán inició otra cadena de ejecuciones con decapitación (ver la lista completa en Proceso 1557), cuando fue asesinado Héctor Eduardo Bautista Contreras, El Centenario, jefe de una célula de El Chapo Guzmán. Fue el 10 de julio cuando lo levantaron y su cuerpo fue encontrado en Piedras Blancas, en el tramo carretero Buenavista-Tepalcatepec.

A partir de ese homicidio, en la cruz que se edificó en el sitio donde fueron localizados sus restos, han sido encontradas cuatro cabezas con advertencias similares.

El 25 de agosto, en el municipio de Turicato, del mismo estado, fue encontrado el cadáver del comandante de la Policía Ministerial, Cándido Vargas Molina, con el letrero: "Por traidor y por jugar con dos bandos. Bay chatos".

A decir del criminólogo Óscar Maynez, el objetivo de los mensajes escritos es, "se les identifique como grupo, como una entidad, con una ideología o una posición; lo que hace más difícil combatirlos".

Incluso, la frecuencia con que utilizan el término de "la familia", pretende proyectar una "cohesión de grupo", puesto que, añade, "cuando un grupo está cohesionado es muy difícil infiltrarlo. Con esa mención tratan de emitir como mensaje que son capaces de proteger a la familia, que son más peligrosos porque entre ellos hay un valor de sacrificio mayor por el grupo; a diferencia de otros grupos donde, si a un elemento lo detienen, la ve dura y suelta la sopa y denuncia al resto".

Ochoa Quiroz está de acuerdo en que los sicarios desean emitir un mensaje de "cohesión de grupo", sin embargo considera que al afirmar que no asesinan mujeres o niños, "la lectura es la inversa, porque justamente se ha roto la regla de que no asesinaban a inocentes". l

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