Carlos Tello Díaz
"La única manera de transparentar la elección es abriendo las actas para contar voto por voto". Estas palabras no fueron pronunciadas por Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México. Las dijo, el 6 de septiembre de 2004, Gerardo Buganza, senador con licencia del PAN. Buganza acababa de perder ante Fidel Herrera, candidato del PRI, la elección de gobernador en Veracruz. Había perdido por una diferencia de 26 mil votos, en una elección en la que sufragaron cerca de 3 millones de veracruzanos. Pero no quiso aceptar su derrota: exigió recontar "acta por acta, boleta por boleta, voto por voto". Después impugnó la elección con argumentos que son ya familiares: que su adversario había recibido el apoyo ilegítimo del gobierno del estado, que el PREP había suspendido su cómputo antes de llegar a 100% de las actas, cuando faltaban de contar aún alrededor de 180 mil votos... Una semana después, los panistas, en su apoyo, llamaron a la resistencia civil pacífica en Veracruz. Miguel Alemán, escandalizado por su conducta, los llamó "locos". Felipe Calderón repuso: "Dice que los panistas estamos locos, cuando se obtuvo el respaldo de casi 1 millón de veracruzanos en las urnas". Resulta sorprendente la similitud del lenguaje, de las reacciones y de las acusaciones de uno y otro bando. Sería simplemente cómico, si no fuera también tan preocupante. Pero Gerardo Buganza no es el único panista que, al perder una elección, exigió contar "voto por voto", como nos lo recuerda Daniela Rea Gómez en un reportaje muy revelador, publicado hace unos días en Reforma ("Voto por voto pedían los panistas", Enfoque, 6 de agosto de 2006).
"Nos quieren robar la esperanza, pero no lo permitiremos; contaremos y defenderemos casilla por casilla y voto por voto". Estas palabras tan familiares, una vez más, no fueron enunciadas por López Obrador. Fueron dichas el 17 de noviembre de 2004 por Heriberto Félix, candidato del PAN en la elección de gobernador de Sinaloa. Unos días después exigía "la anulación de las elecciones" -y agregaba, con palabras ya comunes a nosotros: "No nos vamos a dejar, iremos dando a conocer la resistencia que vamos a hacer, y que quede bien claro que no nos vamos a dejar". ¿Qué había sucedido? El 14 de noviembre, había perdido la elección por 11 mil 500 votos frente al candidato del PRI. Había proclamado su triunfo el día de la contienda, igual que su contrincante, pero cuando vio que los resultados finales no le favorecían decidió impugnar toda la elección (el principal argumento era que su adversario había excedido por 60 millones de pesos el límite de gastos de campaña). Junto con la impugnación, el PAN comenzó también la resistencia civil pacífica en Sinaloa: huelgas de hambre, caravanas de autos en el estado, toma simbólica del Palacio de Gobierno en Culiacán. "Los fenómenos de fraude electoral masivo, como se vivían en épocas pasadas, están de regreso", declaró Luis Felipe Bravo Mena, presidente del PAN. Hace apenas un año y medio. Ni más ni menos.
Son ejemplos tomados de una historia muy reciente. ¿Con qué cara, entonces, salen hoy los panistas a negar la legitimidad del recuento, "voto por voto"? ¿Con qué cara condenan, escandalizados, la resistencia civil convocada por López Obrador? Josefina Vázquez ha dicho, con toda razón, que el país era otro en la década de los ochenta, testigo de las acciones de resistencia del PAN que marcaron la historia de México. En julio de 1986, cuando Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre para denunciar el fraude electoral en Chihuahua, el estado acababa de sufrir un atropello avalado por Los Pinos. En julio de 1988, cuando Manuel Clouthier increpó al presidente Miguel de la Madrid en el Palacio de Bellas Artes, la nación acababa de sufrir un fraude que muchos suponen aún que le quitó el triunfo al ingeniero Cárdenas. En agosto de 1991, cuando Salvador Nava comenzó su marcha hacia la Ciudad de México, su tierra, San Luis Potosí, padecía una afrenta más a manos de los caciques y caudillos que dominaron su historia desde los tiempos de los generales Saturnino Cedillo y Gonzalo N. Santos. El país era entonces, en efecto, muy distinto. No había equidad en el proceso electoral: todos los recursos del Estado beneficiaban al PRI; ni había limpieza en la jornada electoral: El Estado contaba los votos, calificaba la elección y descartaba las quejas de los partidos ajenos al PRI. Hoy somos un país muy diferente. Y una de las críticas legítimas y contundentes que podemos hacer a López Obrador es, precisamente, que no lo reconoce. Pero tampoco lo reconocieron los panistas en las elecciones de Veracruz y Sinaloa en 2004 ni en las de Coahuila en 2005. Jorge Zermeño, en efecto, senador con licencia del PAN, perdió la gubernatura de Coahuila por una diferencia de más de 160 mil votos -una distancia de 12 puntos frente al candidato del PRI. Aun así, exigió "que se cuente voto por voto" y solicitó al TEPJF anular la elección -sus razones: inconsistencia en más de 20% de las casillas, rebase de topes de gastos de campaña, uso de recursos públicos a favor del candidato del PRI...
Calderón cometió un error al no apoyar el recuento de los votos ("la decisión de contar los votos no corresponde a los candidatos ni a los partidos") y al condenar los actos de resistencia civil convocados por el PRD ("la disyuntiva que está en juego es si México tomará sus decisiones por la vía de la presión, de la movilización y del chantaje o por la vía de la legalidad"). En las elecciones de 2004 y 2005, el PAN, que pugnó por contar "voto por voto", optó también por "la vía de la presión, de la movilización y del chantaje". El partido forma parte de la cultura política mexicana, como el resto de los partidos. ¿Qué le vamos a hacer?
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no aceptó las demandas del PAN de volver a contar voto por voto ni anuló las elecciones de Veracruz, Sinaloa y Coahuila. Los candidatos panistas, a su vez, aceptaron el veredicto. Ahí mismo terminó el conflicto. Es algo que no parece que sucederá en el caso de López Obrador, quien ya se pronunció respecto a la decisión del tribunal: "no la vamos a aceptar". Por eso la pregunta resulta ineludible: ¿Qué van a hacer quienes están con él -su partido, su coalición, sus aliados, el gobierno de la capital- una vez pronunciada la sentencia final del tribunal? ?
"La única manera de transparentar la elección es abriendo las actas para contar voto por voto". Estas palabras no fueron pronunciadas por Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México. Las dijo, el 6 de septiembre de 2004, Gerardo Buganza, senador con licencia del PAN. Buganza acababa de perder ante Fidel Herrera, candidato del PRI, la elección de gobernador en Veracruz. Había perdido por una diferencia de 26 mil votos, en una elección en la que sufragaron cerca de 3 millones de veracruzanos. Pero no quiso aceptar su derrota: exigió recontar "acta por acta, boleta por boleta, voto por voto". Después impugnó la elección con argumentos que son ya familiares: que su adversario había recibido el apoyo ilegítimo del gobierno del estado, que el PREP había suspendido su cómputo antes de llegar a 100% de las actas, cuando faltaban de contar aún alrededor de 180 mil votos... Una semana después, los panistas, en su apoyo, llamaron a la resistencia civil pacífica en Veracruz. Miguel Alemán, escandalizado por su conducta, los llamó "locos". Felipe Calderón repuso: "Dice que los panistas estamos locos, cuando se obtuvo el respaldo de casi 1 millón de veracruzanos en las urnas". Resulta sorprendente la similitud del lenguaje, de las reacciones y de las acusaciones de uno y otro bando. Sería simplemente cómico, si no fuera también tan preocupante. Pero Gerardo Buganza no es el único panista que, al perder una elección, exigió contar "voto por voto", como nos lo recuerda Daniela Rea Gómez en un reportaje muy revelador, publicado hace unos días en Reforma ("Voto por voto pedían los panistas", Enfoque, 6 de agosto de 2006).
"Nos quieren robar la esperanza, pero no lo permitiremos; contaremos y defenderemos casilla por casilla y voto por voto". Estas palabras tan familiares, una vez más, no fueron enunciadas por López Obrador. Fueron dichas el 17 de noviembre de 2004 por Heriberto Félix, candidato del PAN en la elección de gobernador de Sinaloa. Unos días después exigía "la anulación de las elecciones" -y agregaba, con palabras ya comunes a nosotros: "No nos vamos a dejar, iremos dando a conocer la resistencia que vamos a hacer, y que quede bien claro que no nos vamos a dejar". ¿Qué había sucedido? El 14 de noviembre, había perdido la elección por 11 mil 500 votos frente al candidato del PRI. Había proclamado su triunfo el día de la contienda, igual que su contrincante, pero cuando vio que los resultados finales no le favorecían decidió impugnar toda la elección (el principal argumento era que su adversario había excedido por 60 millones de pesos el límite de gastos de campaña). Junto con la impugnación, el PAN comenzó también la resistencia civil pacífica en Sinaloa: huelgas de hambre, caravanas de autos en el estado, toma simbólica del Palacio de Gobierno en Culiacán. "Los fenómenos de fraude electoral masivo, como se vivían en épocas pasadas, están de regreso", declaró Luis Felipe Bravo Mena, presidente del PAN. Hace apenas un año y medio. Ni más ni menos.
Son ejemplos tomados de una historia muy reciente. ¿Con qué cara, entonces, salen hoy los panistas a negar la legitimidad del recuento, "voto por voto"? ¿Con qué cara condenan, escandalizados, la resistencia civil convocada por López Obrador? Josefina Vázquez ha dicho, con toda razón, que el país era otro en la década de los ochenta, testigo de las acciones de resistencia del PAN que marcaron la historia de México. En julio de 1986, cuando Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre para denunciar el fraude electoral en Chihuahua, el estado acababa de sufrir un atropello avalado por Los Pinos. En julio de 1988, cuando Manuel Clouthier increpó al presidente Miguel de la Madrid en el Palacio de Bellas Artes, la nación acababa de sufrir un fraude que muchos suponen aún que le quitó el triunfo al ingeniero Cárdenas. En agosto de 1991, cuando Salvador Nava comenzó su marcha hacia la Ciudad de México, su tierra, San Luis Potosí, padecía una afrenta más a manos de los caciques y caudillos que dominaron su historia desde los tiempos de los generales Saturnino Cedillo y Gonzalo N. Santos. El país era entonces, en efecto, muy distinto. No había equidad en el proceso electoral: todos los recursos del Estado beneficiaban al PRI; ni había limpieza en la jornada electoral: El Estado contaba los votos, calificaba la elección y descartaba las quejas de los partidos ajenos al PRI. Hoy somos un país muy diferente. Y una de las críticas legítimas y contundentes que podemos hacer a López Obrador es, precisamente, que no lo reconoce. Pero tampoco lo reconocieron los panistas en las elecciones de Veracruz y Sinaloa en 2004 ni en las de Coahuila en 2005. Jorge Zermeño, en efecto, senador con licencia del PAN, perdió la gubernatura de Coahuila por una diferencia de más de 160 mil votos -una distancia de 12 puntos frente al candidato del PRI. Aun así, exigió "que se cuente voto por voto" y solicitó al TEPJF anular la elección -sus razones: inconsistencia en más de 20% de las casillas, rebase de topes de gastos de campaña, uso de recursos públicos a favor del candidato del PRI...
Calderón cometió un error al no apoyar el recuento de los votos ("la decisión de contar los votos no corresponde a los candidatos ni a los partidos") y al condenar los actos de resistencia civil convocados por el PRD ("la disyuntiva que está en juego es si México tomará sus decisiones por la vía de la presión, de la movilización y del chantaje o por la vía de la legalidad"). En las elecciones de 2004 y 2005, el PAN, que pugnó por contar "voto por voto", optó también por "la vía de la presión, de la movilización y del chantaje". El partido forma parte de la cultura política mexicana, como el resto de los partidos. ¿Qué le vamos a hacer?
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no aceptó las demandas del PAN de volver a contar voto por voto ni anuló las elecciones de Veracruz, Sinaloa y Coahuila. Los candidatos panistas, a su vez, aceptaron el veredicto. Ahí mismo terminó el conflicto. Es algo que no parece que sucederá en el caso de López Obrador, quien ya se pronunció respecto a la decisión del tribunal: "no la vamos a aceptar". Por eso la pregunta resulta ineludible: ¿Qué van a hacer quienes están con él -su partido, su coalición, sus aliados, el gobierno de la capital- una vez pronunciada la sentencia final del tribunal? ?
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