Aún no cobra su primera quincena como Presidente de jure de los mexicanos, y ya los poderes de facto que lo apoyaron en la campaña o en la controversia poselectoral están presentando sus facturas. Tienen prisa por cobrar antes que él. Saben que son muchos los acreedores y que el deudor se puede declarar insolvente.
Es la Presidencia en cautiverio. Perseguida por sus aliados. Capturada por sus patrocinadores. Manoseada por sus múltiples paternidades políticas. Rehén de los suyos y presa de los ajenos. Nunca como hoy el próximo Poder Ejecutivo luce tan limitado y encadenado, tan secuestrado y chantajeado. Si algún riesgo existe para la gobernabilidad durante los próximos meses, habrá que ubicarlo en la condición cautiva de esa Presidencia, no en la movilización ni en las demandas de la oposición de izquierda.
El Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, un sarcástico escritor político norteamericano del siglo XIX, define así la palabra “Presidente”: “Figura dominante en un grupito de hombres que son los únicos de los que se sabe con certeza que la inmensa mayoría de sus compatriotas no deseaban que llegaran a la Presidencia”.
En efecto, el “grupito de hombres” que se ha formado desde temprana hora frente a la ventanilla de pagos del próximo gobierno, con unos papeles que dicen “Vale por un privilegio económico”, “Vale por una prebenda sindical”, “Vale por el continuismo político” o “Vale por una canonjía partidista”, representan todo aquello por lo que no votamos la mayoría de los mexicanos, pero ahora se alistan a cobrar a nombre de todos los ciudadanos.
El Presidente que puso en riesgo la elección —según la sentencia del Tribunal Electoral—, emplaza a su sucesor a que “continué con la política económica exitosa” que nos hizo retroceder en seis años en prácticamente todos los indicadores de competitividad. Los organismos financieros internacionales “evalúan el perfil del próximo secretario de Hacienda de México”, recordándonos que el nombramiento en esa dependencia es prácticamente de naturaleza extraterritorial: lo deciden en Washington o en Nueva York. El Consejo Coordinador Empresarial se declara listo para nombrar a un representante en el próximo gabinete. Lo mismo dice la dirigente del magisterio, a quien si no le pagan lo que cree que le deben, pondrá “el dedo en la llaga”. El resto de la dirigencia sindical oficial se declara lista para intercambiar una declaración pública de apoyo y una foto levantando la mano del “Presidente electo”, a cambio de más y mayor impunidad.
Por su parte, Telmex exige y logra graciosamente de la SCT una modificación administrativa al título de concesión para prestar televisión de paga por la red telefónica, cuando expresamente lo prohíbe el régimen legal y la lógica antimonopolios. El Grupo Posadas, uno de los promotores de la campaña presidencial del PAN, se apresta ya a revisar a su favor las condiciones en que le fue privatizada hace apenas unos meses la compañía mexicana de aviación. Y así por el estilo, una serie de ejemplos donde los peores vicios y prácticas del ancién regime, como el corporativismo y el patrimonialismo en los asuntos públicos, renacen con fuerza y vigor en el proyecto político de quien se supone venció al pasado para abrir la puerta al futuro.
Sin embargo, el ejemplo más acabado de las limitaciones y debilidades de una Presidencia en cautiverio lo proporciona el caso Oaxaca. Presa del chantaje, el Presidente rehén compra el argumento de que “si cae el gobernador, el que sigue es usted”. Un argumento similar manejaba el dirigente petrolero La Quina frente a los presidentes priistas: “Si se hunde el sindicato se hunde Pemex, se hunde usted, nos hundimos todos”. Urgido de apoyos, el Presidente cautivo cae en la trampa del aliado: “Con este acto de autoridad, usted tomará posesión real del cargo; con un oaxacazo usted se sienta en la silla, ya lo verá”.
Una Presidencia en cautiverio difícilmente puede hacer efectivos los cambios que ofrece. Competitividad económica y creación de empleos, ¿siendo rehén de los grupos monopólicos? Combate a la pobreza, ¿teniendo de acreedores políticos a la elite económica del país? Seguridad pública y Estado de Derecho, ¿reprimiendo movimientos sociales y disidentes por un lado; y escriturando las calles a la delincuencia organizada, por el otro? Democracia efectiva, ¿con un pecado electoral venial, de origen? Vaya. En lo que terminó el presidencialismo mexicano: de presidentes cautivadores de masas a presidencias cautivas de elites
Es la Presidencia en cautiverio. Perseguida por sus aliados. Capturada por sus patrocinadores. Manoseada por sus múltiples paternidades políticas. Rehén de los suyos y presa de los ajenos. Nunca como hoy el próximo Poder Ejecutivo luce tan limitado y encadenado, tan secuestrado y chantajeado. Si algún riesgo existe para la gobernabilidad durante los próximos meses, habrá que ubicarlo en la condición cautiva de esa Presidencia, no en la movilización ni en las demandas de la oposición de izquierda.
El Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, un sarcástico escritor político norteamericano del siglo XIX, define así la palabra “Presidente”: “Figura dominante en un grupito de hombres que son los únicos de los que se sabe con certeza que la inmensa mayoría de sus compatriotas no deseaban que llegaran a la Presidencia”.
En efecto, el “grupito de hombres” que se ha formado desde temprana hora frente a la ventanilla de pagos del próximo gobierno, con unos papeles que dicen “Vale por un privilegio económico”, “Vale por una prebenda sindical”, “Vale por el continuismo político” o “Vale por una canonjía partidista”, representan todo aquello por lo que no votamos la mayoría de los mexicanos, pero ahora se alistan a cobrar a nombre de todos los ciudadanos.
El Presidente que puso en riesgo la elección —según la sentencia del Tribunal Electoral—, emplaza a su sucesor a que “continué con la política económica exitosa” que nos hizo retroceder en seis años en prácticamente todos los indicadores de competitividad. Los organismos financieros internacionales “evalúan el perfil del próximo secretario de Hacienda de México”, recordándonos que el nombramiento en esa dependencia es prácticamente de naturaleza extraterritorial: lo deciden en Washington o en Nueva York. El Consejo Coordinador Empresarial se declara listo para nombrar a un representante en el próximo gabinete. Lo mismo dice la dirigente del magisterio, a quien si no le pagan lo que cree que le deben, pondrá “el dedo en la llaga”. El resto de la dirigencia sindical oficial se declara lista para intercambiar una declaración pública de apoyo y una foto levantando la mano del “Presidente electo”, a cambio de más y mayor impunidad.
Por su parte, Telmex exige y logra graciosamente de la SCT una modificación administrativa al título de concesión para prestar televisión de paga por la red telefónica, cuando expresamente lo prohíbe el régimen legal y la lógica antimonopolios. El Grupo Posadas, uno de los promotores de la campaña presidencial del PAN, se apresta ya a revisar a su favor las condiciones en que le fue privatizada hace apenas unos meses la compañía mexicana de aviación. Y así por el estilo, una serie de ejemplos donde los peores vicios y prácticas del ancién regime, como el corporativismo y el patrimonialismo en los asuntos públicos, renacen con fuerza y vigor en el proyecto político de quien se supone venció al pasado para abrir la puerta al futuro.
Sin embargo, el ejemplo más acabado de las limitaciones y debilidades de una Presidencia en cautiverio lo proporciona el caso Oaxaca. Presa del chantaje, el Presidente rehén compra el argumento de que “si cae el gobernador, el que sigue es usted”. Un argumento similar manejaba el dirigente petrolero La Quina frente a los presidentes priistas: “Si se hunde el sindicato se hunde Pemex, se hunde usted, nos hundimos todos”. Urgido de apoyos, el Presidente cautivo cae en la trampa del aliado: “Con este acto de autoridad, usted tomará posesión real del cargo; con un oaxacazo usted se sienta en la silla, ya lo verá”.
Una Presidencia en cautiverio difícilmente puede hacer efectivos los cambios que ofrece. Competitividad económica y creación de empleos, ¿siendo rehén de los grupos monopólicos? Combate a la pobreza, ¿teniendo de acreedores políticos a la elite económica del país? Seguridad pública y Estado de Derecho, ¿reprimiendo movimientos sociales y disidentes por un lado; y escriturando las calles a la delincuencia organizada, por el otro? Democracia efectiva, ¿con un pecado electoral venial, de origen? Vaya. En lo que terminó el presidencialismo mexicano: de presidentes cautivadores de masas a presidencias cautivas de elites
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