El presidente Vicente Fox disfrutaba uno de los que, para él, sería de los momentos más placenteros de su sexenio. Sentado en la oficina de Los Pinos que fue habilitada como estudio radiofónico, conversaba con el cómico Andrés Bustamante.
–Oye, (una) propuesta, Ponchito –dijo de pronto el presidente, refiriéndose al personaje que estaba representando ese conocido comediante–. Tú hablas “ora como Fox y yo voy a tratar de hablar como tú. A ver si nos sale”.
Bustamante apenas atinó a responder: “¡Aaahhh! Y luego, haciendo ya la voz de Ponchito, aceptó: –Me late, me late el intercambio. Entonces aquí, de cuates, no hay bronca, ¿verdad?, la onda no…
–Ciertamente, conciudadanos, me da gusto estar aquí hoy, hoy aquí, en mi rancho de San Cristóbal y recibir ni más ni menos que a Ponchito. ¿Cómo estás? –dijo Bustamante parodiando a Fox.
El presidente adelgazó la voz y casi murmuró: –Pues mira, manito, yo estoy a toda máquina aquí, en el rancho San Cristóbal, aquí preparando mi agencia de publicidad Travel Panchito, Ponchito y no sé qué más…
Era el 3 de febrero de 2001 y Fox se encontraba en una de las primeras emisiones del programa de radio que presentaba los sábados. Anticipándose a la escasa audiencia que tendría un programa repleto de mensajes oficiales, los asesores comunicacionales del presidente habían invitado a locutores y personajes conocidos de la televisión y la radio. Pero seguramente no anticiparon que, con el creador de Ponchito, el presidente hallaría un alter ego por lo menos mediático.
El presidente estaba feliz. Recordando que lo habían criticado por no llevar los tamales que se había comprometido a entregar el día de La Candelaria, siguió en su imitación del muñequito de animación computarizada creado por Bustamante: –Que hay que recordarle al presidente Fox que el día de La Candelaria le quedó mal a los niños de la calle, que había comprometido después de la Rosca de Reyes que no fue ahí. Hay que darle un jalón de orejas al presidente.
El cómico, haciendo el papel de Fox, disculpó al presidente: –Lo que pasa es que en la rosca me salieron “unos niños”, y yo digo que no deben ser niños, deben ser chiquillos, deben ser chiquillos. Pero no olvidé ese compromiso que tenía yo de entregar los tamales, Ponchito.
La conversación Fox-Bustamante continuó por un rato. En más de una ocasión, el presidente habría admitido la magnética fascinación que le suscitaban los micrófonos y las cámaras. Ante los primeros, no podía dejar de formular cualquier declaración. Frente a las cámaras, inevitablemente se detenía para sonreír y saludar.
Hubo quienes consideraron que sabía manejar los recursos comunicacionales para gobernar apoyado en ellos. No era así. Vicente Fox no gobernó con los medios, sino para ellos, especialmente para los consorcios de la radiodifusión. Durante el sexenio que presidió, la relación entre medios de comunicación y gobierno experimentó un viraje de 180 grados.
Antes de Fox, en el transcurso del largo cuan social y políticamente costoso período priista, los medios de comunicación llegaron a estar supeditados al presidente en turno. Entre unos y otro se estableció un vínculo desigual, que oscilaba entre la resignada tensión y la interesada sumisión de la mayoría de los medios electrónicos e impresos. Esa dependencia forzosa constituyó uno de los rasgos más afrentosos antes de la transición democrática que se expandió al finalizar el siglo XX. Luego, en vez de construir una nueva relación de respeto e interlocución con los medios, el gobierno de Fox admitió con tanta condescendencia los requerimientos de las empresas de comunicación más importantes que acabó por estar al servicio de ellas. El júbilo con que se transfiguraba en comediante era algo más que una anécdota. Se trataba de un presidente que olvidaba su investidura para imitar, gozoso, a un personaje de televisión.
En la prensa, sarta de babosadas
Al presidente Fox le tuvo sin cuidado –o al menos eso se empeñó en decir– la información y la opinión en la prensa escrita. Lo suyo, y no sólo como gobernante, sino como consumidor mediático él mismo era la televisión. En varias ocasiones, para justificarse, esgrimió la peregrina tesis sobre la presencia en la sociedad mexicana de un bloque enterado y crítico, aunque minoritario, y otro, desinformado pero con la absolución de las mayorías. En México “existe el pequeño círculo rojo, periódicos, analistas, comentaristas, que no representan más de 2 millones de gentes en México. Y tenemos el círculo verde, 98 millones de ciudadanos y ciudadanas que piensan libre, que piensan en un cambio”, le dijo en 2000 a la periodista María Elena Salinas, de Univisión. En varias ocasiones, el presidente Fox repitió ese concepto.
Por eso cuando le señalaban tropiezos de dicción, examinaban posibles abusos de sus familiares o subrayaban errores de su gobierno, el presidente simplemente se enojaba con los periódicos. A finales de octubre de 2001, cuando los reprendía por la falta de suficientes resultados en su desempeño, les dijo a los miembros de su gabinete: “Hemos estado bajo una metralla impresionante de ataques por una sarta de babosadas que no tienen la menor importancia para nuestro país”. Si no la tenían, era extraño que se ocupara de tales versiones. Pero resultaba evidente que ante esos cuestionamientos, por lo demás crecientemente punzantes, el presidente Fox se contrariaba y se hacía más refractario a la crítica que ofrecían los medios de comunicación.
Fox desdeñaba a los medios impresos, pero en su administración nunca dejó de haber preocupación por lo que decían. En términos generales, hubo libertad para el ejercicio de la prensa, pero, en más de una ocasión, desde las oficinas presidenciales surgieron amagos contra periodistas y medios que incomodaban a Fox o a gente cercana a él. En agosto de 2001, la esposa del presidente, Marta Sahagún, intervino para que el diario Milenio destituyera a su director, el periodista Raymundo Riva Palacio. Ese periódico había publicado varias notas acerca de abusos y posibles negocios no lícitos en el entorno del presidente. En cambio, con los medios electrónicos, y especialmente con la televisión privada, no era desde el gobierno sino desde la parte empresarial en donde se dictaban la agenda y las decisiones de esa relación. En tres notorios casos se manifestó esa subordinación del presidente: en el conflicto alrededor del Canal 40, en el decretazo de octubre de 2002 y con la llamada Ley Televisa durante el último año de su gestión.
*Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
–Oye, (una) propuesta, Ponchito –dijo de pronto el presidente, refiriéndose al personaje que estaba representando ese conocido comediante–. Tú hablas “ora como Fox y yo voy a tratar de hablar como tú. A ver si nos sale”.
Bustamante apenas atinó a responder: “¡Aaahhh! Y luego, haciendo ya la voz de Ponchito, aceptó: –Me late, me late el intercambio. Entonces aquí, de cuates, no hay bronca, ¿verdad?, la onda no…
–Ciertamente, conciudadanos, me da gusto estar aquí hoy, hoy aquí, en mi rancho de San Cristóbal y recibir ni más ni menos que a Ponchito. ¿Cómo estás? –dijo Bustamante parodiando a Fox.
El presidente adelgazó la voz y casi murmuró: –Pues mira, manito, yo estoy a toda máquina aquí, en el rancho San Cristóbal, aquí preparando mi agencia de publicidad Travel Panchito, Ponchito y no sé qué más…
Era el 3 de febrero de 2001 y Fox se encontraba en una de las primeras emisiones del programa de radio que presentaba los sábados. Anticipándose a la escasa audiencia que tendría un programa repleto de mensajes oficiales, los asesores comunicacionales del presidente habían invitado a locutores y personajes conocidos de la televisión y la radio. Pero seguramente no anticiparon que, con el creador de Ponchito, el presidente hallaría un alter ego por lo menos mediático.
El presidente estaba feliz. Recordando que lo habían criticado por no llevar los tamales que se había comprometido a entregar el día de La Candelaria, siguió en su imitación del muñequito de animación computarizada creado por Bustamante: –Que hay que recordarle al presidente Fox que el día de La Candelaria le quedó mal a los niños de la calle, que había comprometido después de la Rosca de Reyes que no fue ahí. Hay que darle un jalón de orejas al presidente.
El cómico, haciendo el papel de Fox, disculpó al presidente: –Lo que pasa es que en la rosca me salieron “unos niños”, y yo digo que no deben ser niños, deben ser chiquillos, deben ser chiquillos. Pero no olvidé ese compromiso que tenía yo de entregar los tamales, Ponchito.
La conversación Fox-Bustamante continuó por un rato. En más de una ocasión, el presidente habría admitido la magnética fascinación que le suscitaban los micrófonos y las cámaras. Ante los primeros, no podía dejar de formular cualquier declaración. Frente a las cámaras, inevitablemente se detenía para sonreír y saludar.
Hubo quienes consideraron que sabía manejar los recursos comunicacionales para gobernar apoyado en ellos. No era así. Vicente Fox no gobernó con los medios, sino para ellos, especialmente para los consorcios de la radiodifusión. Durante el sexenio que presidió, la relación entre medios de comunicación y gobierno experimentó un viraje de 180 grados.
Antes de Fox, en el transcurso del largo cuan social y políticamente costoso período priista, los medios de comunicación llegaron a estar supeditados al presidente en turno. Entre unos y otro se estableció un vínculo desigual, que oscilaba entre la resignada tensión y la interesada sumisión de la mayoría de los medios electrónicos e impresos. Esa dependencia forzosa constituyó uno de los rasgos más afrentosos antes de la transición democrática que se expandió al finalizar el siglo XX. Luego, en vez de construir una nueva relación de respeto e interlocución con los medios, el gobierno de Fox admitió con tanta condescendencia los requerimientos de las empresas de comunicación más importantes que acabó por estar al servicio de ellas. El júbilo con que se transfiguraba en comediante era algo más que una anécdota. Se trataba de un presidente que olvidaba su investidura para imitar, gozoso, a un personaje de televisión.
En la prensa, sarta de babosadas
Al presidente Fox le tuvo sin cuidado –o al menos eso se empeñó en decir– la información y la opinión en la prensa escrita. Lo suyo, y no sólo como gobernante, sino como consumidor mediático él mismo era la televisión. En varias ocasiones, para justificarse, esgrimió la peregrina tesis sobre la presencia en la sociedad mexicana de un bloque enterado y crítico, aunque minoritario, y otro, desinformado pero con la absolución de las mayorías. En México “existe el pequeño círculo rojo, periódicos, analistas, comentaristas, que no representan más de 2 millones de gentes en México. Y tenemos el círculo verde, 98 millones de ciudadanos y ciudadanas que piensan libre, que piensan en un cambio”, le dijo en 2000 a la periodista María Elena Salinas, de Univisión. En varias ocasiones, el presidente Fox repitió ese concepto.
Por eso cuando le señalaban tropiezos de dicción, examinaban posibles abusos de sus familiares o subrayaban errores de su gobierno, el presidente simplemente se enojaba con los periódicos. A finales de octubre de 2001, cuando los reprendía por la falta de suficientes resultados en su desempeño, les dijo a los miembros de su gabinete: “Hemos estado bajo una metralla impresionante de ataques por una sarta de babosadas que no tienen la menor importancia para nuestro país”. Si no la tenían, era extraño que se ocupara de tales versiones. Pero resultaba evidente que ante esos cuestionamientos, por lo demás crecientemente punzantes, el presidente Fox se contrariaba y se hacía más refractario a la crítica que ofrecían los medios de comunicación.
Fox desdeñaba a los medios impresos, pero en su administración nunca dejó de haber preocupación por lo que decían. En términos generales, hubo libertad para el ejercicio de la prensa, pero, en más de una ocasión, desde las oficinas presidenciales surgieron amagos contra periodistas y medios que incomodaban a Fox o a gente cercana a él. En agosto de 2001, la esposa del presidente, Marta Sahagún, intervino para que el diario Milenio destituyera a su director, el periodista Raymundo Riva Palacio. Ese periódico había publicado varias notas acerca de abusos y posibles negocios no lícitos en el entorno del presidente. En cambio, con los medios electrónicos, y especialmente con la televisión privada, no era desde el gobierno sino desde la parte empresarial en donde se dictaban la agenda y las decisiones de esa relación. En tres notorios casos se manifestó esa subordinación del presidente: en el conflicto alrededor del Canal 40, en el decretazo de octubre de 2002 y con la llamada Ley Televisa durante el último año de su gestión.
*Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
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