viernes, octubre 06, 2006

Aquella cruzada contra “los hijos de Caín”

Aquella cruzada contra "los hijos de Caín"

SABADO 30 DE SEPTIEMBRE

Hoy se cumplen 70 años del pronunciamiento de la Iglesia española que legitimó el alzamiento de Franco

El cardenal Pla y Deniel acompañado por Esteban Bilbao y otros jefes franquistas en Toledo.

Rubén Alejandro Fraga

El miércoles 30 de setiembre de 1936 la Iglesia Católica de España declaró que la guerra civil que había estallado meses antes en ese país era una "cruzada contra los hijos de Caín" , legitimando así el alzamiento golpista encabezado por el general Francisco Franco Bahamonde el 18 de julio de ese año para poner fin a la Segunda República. Al día siguiente de aquel pronunciamiento, del que hoy se cumplen 70 años, Franco se proclamó jefe de Estado y fijó su gobierno en Burgos.

El mutuo respaldo que se brindaron la Iglesia y el franquismo se denominó nacionalcatolicismo, y estuvo en sintonía con las otras dictaduras que lo apoyaron, el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán.

Desde un primer momento, la Iglesia española apoyó en forma casi unánime al bando nacionalista en la Guerra Civil Española (1936-1939), hasta el punto de otorgar a la misma la categoría de Cruzada. Por eso no extrañó que, el 30 de setiembre del 36, el entonces obispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, legitimara a los golpistas con su pastoral titulada "Las dos ciudades" en la que instó a todo cristiano bien nacido a sumarse a la "cruzada contra los hijos de Caín" . Como pago, la Iglesia Católica recibió desde el comienzo del régimen franquista importantes prerrogativas y la dictadura triunfante estuvo unida a la hegemonía religiosa e incluso cultural de la cúpula eclesiástica.

En el ámbito religioso, la dictadura de Franco anuló de inmediato toda la legislación que sobre ese aspecto había desarrollado la República. De ese modo se restauró con todos los honores a la expulsada Compañía de Jesús, fueron suprimidos el matrimonio civil y el divorcio, los cementerios volvieron a quedar bajo la autoridad eclesiástica y reingresaron los centros de enseñanza religiosos al sistema educativo.
En ese marco, y con la bendición eclesiástica, comenzaron las purgas de la España nacionalista a manos de los militares alzados en armas. El 23 de julio del 36, el general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra anunció en Sevilla la pena de muerte para cualquier huelguista. Un día después, la decretó para los marxistas en cualquier pueblo donde hubiera sospechas de haberse cometido crímenes y desmanes. Poco después, tal condena se amplió también a los que escondieran armas y a los que evadieran divisas. Así, durante interminables noches se lanzó una verdadera caza de brujas sobre cualquier persona que hubiera estado relacionada con las agrupaciones de izquierda y las cárceles sevillanas se llenaron de detenidos. Los masones fueron perseguidos con saña, al igual que los trabajadores que pertenecían a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, anarquistas), la Unión General de Trabajadores (UGT, socialistas) o los sindicatos comunistas.

En Castilla, las autoridades no fueron tan arrogantes como las subordinadas a Queipo de Llano en su "feudo andaluz", pero el sistema de represión fue parecido. Se formaron comités integrados por tres miembros y si éstos coincidían en la condena la pena de muerte era inapelable; en caso de desacuerdo se infligía un castigo menor. Patrullas de la Falange o de la Guardia Civil visitaban por las noches los calabozos y se llevaban de 10 a 20 presos que, subidos en camiones, ya no regresaban. Fue entonces cuando se acuñó el temible vocablo "paseo" –que también se utilizaría en la zona republicana–, eufemismo para denominar a un traslado de prisioneros del que no se regresaba con vida.

"Venceréis, pero no convenceréis", protestó el filósofo y escritor Miguel de Unamuno por tales desafueros –y en especial por el fusilamiento del poeta y dramaturgo Federico García Lorca en Granada–, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca –de la que era rector–, el 12 de octubre de 1936, ante la propia esposa del recién nombrado "generalísimo" Franco, el general José Millán Astray y autoridades civiles y militares del régimen. "¡Viva la muerte y muera la inteligencia!", le retrucó el católico, manco y tuerto general Millán Astray. La "osadía" de Unamuno –uno de los máximos exponentes de la llamada Generación del 98 y autor de la frase "¡Me duele España!"– le acarreó su fulminante destitución como rector, la reclusión en su domicilio de Salamanca y, poco después, la muerte, víctima de la pesadumbre.

Mientras, con mayor o menor intensidad y rapidez, la purga sangrienta abarcó también Galicia y Navarra, en donde falangistas y requetés –voluntarios que lucharon en defensa de la tradición religiosa y monárquica– se enredaron en disputas sobre si los católicos republicanos podían recibir confesión antes de morir. Una persecución igualmente dramática tuvo lugar en la isla de Mallorca, liderada por un funcionario fascista italiano que se autodenominaba el conde Rossi.

Mientras tanto, el obispo que bendijo la sedición franquista continuó ligado al dictador hasta el final de sus días. En 1939, terminada la Guerra Civil con la victoria nacionalista, el obispo Pla y Deniel publicó en colaboración con el franquismo el documento "El triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España". Un año más tarde, sustituyendo al cardenal Isidro Gomá y Tomás, fue designado arzobispo de Toledo y primado de España. En 1946 fue nombrado cardenal.

En total sintonía con la dictadura, Pla y Deniel gobernó la Iglesia Católica española durante más de 20 años, hasta su muerte, ocurrida en Toledo en 1968.

"En España o se es católico o se es nada"

A poco de protagonizar su alzamiento contra el gobierno constitucional de Manuel Azaña Díaz, el general Francisco Franco no dejó lugar a dudas: "Nosotros somos católicos. En España o se es católico o se es nada".


La arenga del jefe de la Acción Católica española en apoyo del Caudillo nacionalista vino después: "Cruzados de España, ella necesita retoños. Retoños como siempre lo son los españoles, con la espada en la mano, el heroísmo en el corazón y la plegaria en los labios". Y el cura Ignacio Méndez Raigada sostuvo: "Únicamente las capacidades salomónicas, justas y de visión amplia, hacen de la guerra nacional española una guerra santa. La más santa que la historia reconoció".


En la vereda de enfrente, el escritor francés François Mauriac, también católico, señaló tras los bombardeos que la Legión Cóndor de la Alemania nazi efectuó –en apoyo de Franco– sobre la población vasca de Guernica, en abril de 1937: "Nosotros decimos que los crímenes cometidos no son lo que aparentan ser. ¡Hay muchos más! En el sagrado corazón está oculto el verdadero número, conocido por aviadores alemanes e italianos al servicio de un jefe católico y de quien se dice «soldado de Dios». Decimos que allá hay una bolsa de horror, cuyas consecuencias son comprobables por las cosas que nosotros debemos aportar por sobre todas las otras cosas. ¿De quién es el reino de Dios sobre la Tierra?".

Cuna del Opus Dei

Fue durante la dictadura de Francisco Franco en España que el sacerdote Jose María Escrivá de Balaguer fundó e instaló los cimientos del Opus Dei (Obra de Dios). Como consejero espiritual de Franco y gracias a la organización que creó, Escrivá se dedicó a la misión de seleccionar y formar las elites de la dictadura franquista hasta llegar a controlar lo esencial del poder. Más tarde, fue enviado al Vaticano y desde allí trabajó para extender su poder en América latina, donde el Opus Dei desarrolló una colosal campaña para recuperar a los sacerdotes católicos tercermundistas, "culpables" ante sus ojos de apreciar los análisis marxistas y de oponerse a las dictaduras, todas ellas militares y católicas.
fuente: elciudadano.net (Rosario - República Argentina)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente nota. Muy esclarecedora. Felicitaciones a su autor, Sr. Fraga.