Yo no me compro las versiones de la locura de Vicente Fox. Poco me importa si es o no adicto al prozac. Tampoco me compro la idea, tan generalizada, de que es torpe, tonto, imbécil y menos la de que todo se debe a su franqueza campirana, a su carácter de ranchero atrabancado. Qué va. Todo en Fox es impostura, diseño mediático fríamente calculado, estrategia de marca apegada a los cánones con los que se construyen los héroes de historieta.
Así, a punta de lo que se presentan sólo como gazapos y estupideces sin fin, ocurrencias, deslices y provocaciones que a fuerza de ser excesivas hasta resultan simpáticas, ha tejido una leyenda que, al tiempo que trivializa sus actos y los cubre con un manto de impunidad, le extiende patente de corso para desde el poder seguir cometiendo crímenes de lesa democracia que no tienen parangón en la historia moderna de México.
Si en este país imperara en efecto el Estado de Derecho, del que se presenta siempre como el más grande de los campeones, hace mucho que ese señor tendría que haber sido sometido a un juicio político y expulsado con deshonor de la Presidencia de la República. Por mucho menos que esto Richard Nixon se vio obligado a renunciar.
Aquí lo toleramos todo, se lo toleramos todo. Fox se burla diariamente del mandato que los votantes le dieron el 2 de julio del 2000, de la promesa de cambio democrático que parecía encarnar, de la institución presidencial, del Congreso, de las autoridades electorales, de su propio partido, del candidato “ganador”. Fox se burla de México y de los mexicanos y juega con fuego. Él se sabe a salvo del incendio, o más bien se sabe a salvo precisamente por el incendio. Por eso lo busca, lo azuza, lo provoca.
Lo peor de todo, sin embargo, es que en esta su tarea de demolición sistemática de las instituciones, porque a eso se ha dedicado los últimos seis años, ha sido exitoso y tanto que, al parecer y hasta el último de sus días en Los Pinos, seguirá haciendo de las suyas sin que nada ni nadie pueda al parecer contenerlo, exigirle que rinda cuentas, exhibirlo aunque sea ante la opinión pública. ¿Se irá tranquilo e impune a su rancho quien tan grande traición contra la democracia ha cometido?
Y es que a Fox todo se le resbala. Se le resbala, claro, porque con un inédito, descarado e inmenso despilfarro de recursos públicos, se ha empeñado, desde el inicio de su mandato, en una tarea propagandística tan exhaustiva como mentirosa, pero que, a fin de cuentas, (Goebbels es su maestro) le ha resultado —para desgracia del país— extraordinariamente rentable.
Gerente al fin de la Coca-Cola, el Presidente es muy hábil con la mercadotecnia. El producto a vender, la marca, ha sido siempre y únicamente Vicente Fox. Mantener su popularidad para tener margen de maniobra, para conseguir a toda costa sus fines ha sido en rigor su única tarea. Muy atrás dejó Fox la megalomanía de Salinas de Gortari, mucho más atrás todavía las trapacerías y suciedades de los regímenes de la revolución institucional a los que, en esta materia, superó con creces.
Más que a gobernar se dedicó a construir su imagen pública. Esta constituye su principal capital político. Sometido a los dictados de las encuestas ha sabido, como Hitler, ir construyendo en un delicado equilibrio entre complicidades, extorsión, engaño, represión y consenso una base social y un entorno mediático —que si no le es favorable del todo es al menos tan indulgente con él que le permite actuar con ese desparpajo tan ofensivo y consistente—.
Fox siempre es capaz de más. Su última estupidez, su más reciente torpeza, la provocación que irresponsablemente lanza hoy siempre habrá de palidecer ante la que lanzará mañana.
Por eso, el último video de Ahumada, que debiera haber sido un golpe demoledor para Fox, pasó casi desapercibido. Pareciera que sufrimos una especie de resignación colectiva, que los criterios de moral pública se han relajado —en lo que se refiere a Fox— por completo. Como ya sabemos de lo que es capaz, como nada de lo suyo nos sorprende, el hecho de que la verdad sobre la conspiración con Salinas de Gortari, Macedo de la Concha y Fernández de Cevallos para destruir a AMLO se revele, se desnude así, de esa manera tan contundente, poco parece importar.
No se trata sólo de una batalla mediática más. El Presidente de la Republica ha conspirado, haciendo uso faccioso de las instituciones del Estado, para destruir a un adversario político, incurriendo así en una conducta delictiva. No es una más de sus locuras, de sus ocurrencias, es un hecho criminal que ensucia de origen el proceso electoral
Así, a punta de lo que se presentan sólo como gazapos y estupideces sin fin, ocurrencias, deslices y provocaciones que a fuerza de ser excesivas hasta resultan simpáticas, ha tejido una leyenda que, al tiempo que trivializa sus actos y los cubre con un manto de impunidad, le extiende patente de corso para desde el poder seguir cometiendo crímenes de lesa democracia que no tienen parangón en la historia moderna de México.
Si en este país imperara en efecto el Estado de Derecho, del que se presenta siempre como el más grande de los campeones, hace mucho que ese señor tendría que haber sido sometido a un juicio político y expulsado con deshonor de la Presidencia de la República. Por mucho menos que esto Richard Nixon se vio obligado a renunciar.
Aquí lo toleramos todo, se lo toleramos todo. Fox se burla diariamente del mandato que los votantes le dieron el 2 de julio del 2000, de la promesa de cambio democrático que parecía encarnar, de la institución presidencial, del Congreso, de las autoridades electorales, de su propio partido, del candidato “ganador”. Fox se burla de México y de los mexicanos y juega con fuego. Él se sabe a salvo del incendio, o más bien se sabe a salvo precisamente por el incendio. Por eso lo busca, lo azuza, lo provoca.
Lo peor de todo, sin embargo, es que en esta su tarea de demolición sistemática de las instituciones, porque a eso se ha dedicado los últimos seis años, ha sido exitoso y tanto que, al parecer y hasta el último de sus días en Los Pinos, seguirá haciendo de las suyas sin que nada ni nadie pueda al parecer contenerlo, exigirle que rinda cuentas, exhibirlo aunque sea ante la opinión pública. ¿Se irá tranquilo e impune a su rancho quien tan grande traición contra la democracia ha cometido?
Y es que a Fox todo se le resbala. Se le resbala, claro, porque con un inédito, descarado e inmenso despilfarro de recursos públicos, se ha empeñado, desde el inicio de su mandato, en una tarea propagandística tan exhaustiva como mentirosa, pero que, a fin de cuentas, (Goebbels es su maestro) le ha resultado —para desgracia del país— extraordinariamente rentable.
Gerente al fin de la Coca-Cola, el Presidente es muy hábil con la mercadotecnia. El producto a vender, la marca, ha sido siempre y únicamente Vicente Fox. Mantener su popularidad para tener margen de maniobra, para conseguir a toda costa sus fines ha sido en rigor su única tarea. Muy atrás dejó Fox la megalomanía de Salinas de Gortari, mucho más atrás todavía las trapacerías y suciedades de los regímenes de la revolución institucional a los que, en esta materia, superó con creces.
Más que a gobernar se dedicó a construir su imagen pública. Esta constituye su principal capital político. Sometido a los dictados de las encuestas ha sabido, como Hitler, ir construyendo en un delicado equilibrio entre complicidades, extorsión, engaño, represión y consenso una base social y un entorno mediático —que si no le es favorable del todo es al menos tan indulgente con él que le permite actuar con ese desparpajo tan ofensivo y consistente—.
Fox siempre es capaz de más. Su última estupidez, su más reciente torpeza, la provocación que irresponsablemente lanza hoy siempre habrá de palidecer ante la que lanzará mañana.
Por eso, el último video de Ahumada, que debiera haber sido un golpe demoledor para Fox, pasó casi desapercibido. Pareciera que sufrimos una especie de resignación colectiva, que los criterios de moral pública se han relajado —en lo que se refiere a Fox— por completo. Como ya sabemos de lo que es capaz, como nada de lo suyo nos sorprende, el hecho de que la verdad sobre la conspiración con Salinas de Gortari, Macedo de la Concha y Fernández de Cevallos para destruir a AMLO se revele, se desnude así, de esa manera tan contundente, poco parece importar.
No se trata sólo de una batalla mediática más. El Presidente de la Republica ha conspirado, haciendo uso faccioso de las instituciones del Estado, para destruir a un adversario político, incurriendo así en una conducta delictiva. No es una más de sus locuras, de sus ocurrencias, es un hecho criminal que ensucia de origen el proceso electoral
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