En agosto de 1988, Octavio Paz analizó en el diario La Jornada el grave conflicto poselectoral del que Carlos Salinas de Gortari surgió como Presidente de México. Se preguntó: “¿Comienza un periodo de transición pacífica hacia la democracia o, de nuevo, la obstinación de unos y la ceguera de otros desencadenará la doble violencia que ha ensombrecido a nuestra historia, la de los partidos y la de los gobiernos? Antes de que sea demasiado tarde, todos debemos hacer un leal y riguroso examen de conciencia”. El escritor lo hizo y encontró, entre otras circunstancias imposibles de esquivar por los actores políticos, que en el movimiento de izquierda de aquel año había no sólo patrimonialismo y nostalgia por el pasado —tales textos de Paz no fueron amables con el cardenismo—, sino “también algo más y más entrañable: gente, mucha gente, que ha perdido la paciencia, no la esperanza. Merece ser oída. Hay que tenderle la mano”.
Cualquiera que sea el diagnóstico que sus críticos hagan del movimiento de resistencia civil de Andrés Manuel López Obrador, tendrá que incluir después de los calificativos injuriosos y como rasgo más característico, que a este líder de izquierda (de una izquierda moderna y democrática, en mi opinión) lo sigue mucha gente que ha decidido, antes de perder su última esperanza, que con Andrés Manuel todavía es posible cambiar las cosas por la senda de los votos. Es gente que no ha sido escuchada y a la que nadie ha tendido la mano. No merece que los magistrados del Tribunal Electoral terminen de robarle la ilusión que el IFE, el PAN y el gobierno de Fox empezaron a arrebatarle el 2 de julio
Cualquiera que sea el diagnóstico que sus críticos hagan del movimiento de resistencia civil de Andrés Manuel López Obrador, tendrá que incluir después de los calificativos injuriosos y como rasgo más característico, que a este líder de izquierda (de una izquierda moderna y democrática, en mi opinión) lo sigue mucha gente que ha decidido, antes de perder su última esperanza, que con Andrés Manuel todavía es posible cambiar las cosas por la senda de los votos. Es gente que no ha sido escuchada y a la que nadie ha tendido la mano. No merece que los magistrados del Tribunal Electoral terminen de robarle la ilusión que el IFE, el PAN y el gobierno de Fox empezaron a arrebatarle el 2 de julio
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