México, D.F., 21 de agosto (apro).- Felipe Calderón se asume como custodio de la tradición doctrinaria del Partido Acción Nacional (PAN) que, hace casi siete décadas, se fundó para oponerse al régimen que dio origen al PRI con sus denominaciones previas, y por eso le pregunté personalmente, el lunes 14 de agosto, cuál es el sustento ideológico y programático para respaldar la candidatura de un priista.
La pregunta a Calderón no tenía otro propósito que saber la posición de un prominente miembro del PAN que, hasta hace pocos años, repugnó las prácticas del partido de Estado y se propuso instaurar en México la legalidad y la moralidad, mediante principios que está impresos en sus documentos --“la política es eminentemente ética”, es uno de ellos--, y porque las acciones y decisiones de los partidos políticos, en tanto entidades de interés público, conciernen a todos los mexicanos.
Pero el candidato del PAN, quien exhibe una irritación cada vez más acentuada, fue esquivo. Pequeño hasta para asumir una posición que le concierne como militante y como candidato presidencial, se zafó de la responsabilidad y la atribuyó por completo a su jefe Manuel Espino: “Es una decisión a la cual estuve ajeno, como es mi intención, desde luego, mantenerme ajeno a decisiones que son estricta y netamente partidistas.”
Al día siguiente, poco antes de viajar a Chiapas a instruir a los panistas a votar por el priista José Antonio Aguilar, le pregunté a Espino, también personalmente, las razones para apoyar, por primera vez en 67 años, a un candidato del PRI, “esa cloaca”, como la llamó Manuel Gómez Morín, el fundador del PAN, quien hasta su muerte apostó por la postulación de candidatos propios, “aunque sea para perder”.
diferencia de Calderón, Espino no se escabulló y reveló con desparpajo el pacto con la dirigencia nacional del PRI, que en Chiapas implicó que uno de los candidatos declinaría a favor del que tuviera mejor respaldo la víspera de la jornada electoral. “No hay un impedimento ideológico, pero tampoco hay un fundamento ideológico para esta suma de voluntades”, explicó.
--¿Quiere decir que las conversaciones con el PRI, particularmente con la dirigencia nacional, se produjeron desde hace ya varias semanas, esperando cómo se perfilaban los candidatos? --le pregunté.
--Así es --respondió.
--Manuel Gómez Moría decía, cuando todavía existía el Partido de la Revolución Mexicana, contra el que nació el PAN, que nunca el PAN se aliaría con “esa cloaca”, aun cuando sus candidatos estuviesen condenados a la derrota. ¿Esto ya quedó en la historia?
--Me parece que la afirmación de don Manuel era plenamente vigente en ese momento, para esa circunstancia nacional, para ese Partido de la Revolución Mexicana, que también ha evolucionado. Hoy seguramente don Manuel reconocería que en el PRI hay mexicanos que valdría la pena abrirles las puertas en el PAN. Aquí lo importante es ir a los principios, no aplicar una tesis que fue vigente en su momento a la realidad tan diferente de hoy.
No extraña esta respuesta de Espino, hombre ayuno de ideas e ignorante de la historia del partido que preside, salvo que exista --claro-- algún panista que refute, con hechos, la lucidez de su pensamiento y que sea del calibre, ya no digamos al de Gómez Morín o de Adolfo Cristlieb Ibarrola, sino --para acercarnos a estos tiempos-- al del propio Calderón.
Dudo que alguien en el PAN salga en defensa de Espino, ni siquiera sus propios cofrades de El Yunque, entre otras cosas porque el panismo de hoy --incluyendo a Calderón, Vicente Fox y sus acólitos-- está envilecido y cegado para sustentar, con base en su doctrina, pactos con las mafias del país, las mismas en las que el priismo basaba su hegemonía y que sólo mudaron de siglas.
Por eso, más allá de Chiapas, el régimen exhibe sus fauces y piensa que con represión --defendida con enjundia por sus jilgueros en el grueso de los medios de comunicación-- podrá imponer y mantener a Calderón como el nuevo empleado de las mafias trasnacionales, nacionales, regionales y locales, que ven a la República como reino y a los mexicanos como súbditos.
Ya no hay espacio para tanta porquería: Carlos Ahumada, elevado a condición de héroe, histeriza a sus portavoces oficiosos y exhibe a sus patrocinadores que tejen, ahora ellos, un complot desde la decrépita dictadura cubana y el eje La Habana-Venezuela-México para lastimar nuestra “joven democracia”.
Espino se regodea porque un priista de segunda, empleado a su vez de otro empleado, el gobernador Mario Marín, le llama “jefe” en una conversación para transferir dinero para comprar Chiapas, donde súbitamente otro gobernador, Pablo Salazar, se transforma en “traidor” y monta una “elección de Estado”, que unos días antes los panistas juraban que ya no existía en México.
Las escuadras paramilitares de extrema derecha en todo el país, adiestradas por El Yunque y los Tecos, blanden las armas para enfrentar a los “renegados”, condición a la que Fox redujo a los mexicanos que no asimilan la propaganda que busca encubrir su extendida corrupción.
El ministro-presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Mariano Azuela, emprende una cruzada contra la Constitución, uno de cuyos artículos, a su juicio, es “anacrónico” y de peor manufactura lingüística, una conducta que, de venir de los “renegados”, implicaría dinamitar las instituciones.
Comandos de Estados Unidos capturan a uno de los Arellano en territorio mexicano y la soberanía queda intacta, según decreta la monumental abyección de Fox, el mismo que, el 13 de noviembre de 1999, declamaba en su toma de protesta como candidato una perorata de “despierta, México”:
“Recordemos que México es nuestro, que un pedacito de México nos pertenece a cada uno de nosotros… México no es pobre. Es un país empobrecido. Si la política económica y la política social hubiesen sido otras, hoy no tendríamos ni la desocupación ni la pobreza que tenemos.
“Si el gobierno hubiera sido honesto, si no se hubiera cruzado de brazos, si no se hubiera asociado con los delincuentes, hoy no tendríamos ni la corrupción ni la inseguridad ni la impunidad que tenemos…Qué razón tenía Manuel Clouthier: ‘Sólo los ingenuos y los cómplices pueden encubrir semejante desastre’.”
Y se comprometió que sería el presidente “que garantice el desarrollo humano”; que “devuelva la seguridad de los mexicanos”; que “acabe con la corrupción”; que encabece un “gobierno ligero, pero fuerte y eficiente”; que “haga posible un nuevo acuerdo nacional”… en fin, “voy a ser un presidente que hable con la verdad y cumpla con sus promesas.”
En suma: “Yo, Vicente Fox, empeño mi palabra de mexicano libre y honesto. La empeño ante la nación y ante la historia, de que pondré todo mi esfuerzo por ganar nuestro futuro, sin límite ni reticencia alguna, con amor entrañable y verdadera pasión.”
Tanta fetidez, hace seis años y hoy, sólo concita una cosa: asco.
La pregunta a Calderón no tenía otro propósito que saber la posición de un prominente miembro del PAN que, hasta hace pocos años, repugnó las prácticas del partido de Estado y se propuso instaurar en México la legalidad y la moralidad, mediante principios que está impresos en sus documentos --“la política es eminentemente ética”, es uno de ellos--, y porque las acciones y decisiones de los partidos políticos, en tanto entidades de interés público, conciernen a todos los mexicanos.
Pero el candidato del PAN, quien exhibe una irritación cada vez más acentuada, fue esquivo. Pequeño hasta para asumir una posición que le concierne como militante y como candidato presidencial, se zafó de la responsabilidad y la atribuyó por completo a su jefe Manuel Espino: “Es una decisión a la cual estuve ajeno, como es mi intención, desde luego, mantenerme ajeno a decisiones que son estricta y netamente partidistas.”
Al día siguiente, poco antes de viajar a Chiapas a instruir a los panistas a votar por el priista José Antonio Aguilar, le pregunté a Espino, también personalmente, las razones para apoyar, por primera vez en 67 años, a un candidato del PRI, “esa cloaca”, como la llamó Manuel Gómez Morín, el fundador del PAN, quien hasta su muerte apostó por la postulación de candidatos propios, “aunque sea para perder”.
diferencia de Calderón, Espino no se escabulló y reveló con desparpajo el pacto con la dirigencia nacional del PRI, que en Chiapas implicó que uno de los candidatos declinaría a favor del que tuviera mejor respaldo la víspera de la jornada electoral. “No hay un impedimento ideológico, pero tampoco hay un fundamento ideológico para esta suma de voluntades”, explicó.
--¿Quiere decir que las conversaciones con el PRI, particularmente con la dirigencia nacional, se produjeron desde hace ya varias semanas, esperando cómo se perfilaban los candidatos? --le pregunté.
--Así es --respondió.
--Manuel Gómez Moría decía, cuando todavía existía el Partido de la Revolución Mexicana, contra el que nació el PAN, que nunca el PAN se aliaría con “esa cloaca”, aun cuando sus candidatos estuviesen condenados a la derrota. ¿Esto ya quedó en la historia?
--Me parece que la afirmación de don Manuel era plenamente vigente en ese momento, para esa circunstancia nacional, para ese Partido de la Revolución Mexicana, que también ha evolucionado. Hoy seguramente don Manuel reconocería que en el PRI hay mexicanos que valdría la pena abrirles las puertas en el PAN. Aquí lo importante es ir a los principios, no aplicar una tesis que fue vigente en su momento a la realidad tan diferente de hoy.
No extraña esta respuesta de Espino, hombre ayuno de ideas e ignorante de la historia del partido que preside, salvo que exista --claro-- algún panista que refute, con hechos, la lucidez de su pensamiento y que sea del calibre, ya no digamos al de Gómez Morín o de Adolfo Cristlieb Ibarrola, sino --para acercarnos a estos tiempos-- al del propio Calderón.
Dudo que alguien en el PAN salga en defensa de Espino, ni siquiera sus propios cofrades de El Yunque, entre otras cosas porque el panismo de hoy --incluyendo a Calderón, Vicente Fox y sus acólitos-- está envilecido y cegado para sustentar, con base en su doctrina, pactos con las mafias del país, las mismas en las que el priismo basaba su hegemonía y que sólo mudaron de siglas.
Por eso, más allá de Chiapas, el régimen exhibe sus fauces y piensa que con represión --defendida con enjundia por sus jilgueros en el grueso de los medios de comunicación-- podrá imponer y mantener a Calderón como el nuevo empleado de las mafias trasnacionales, nacionales, regionales y locales, que ven a la República como reino y a los mexicanos como súbditos.
Ya no hay espacio para tanta porquería: Carlos Ahumada, elevado a condición de héroe, histeriza a sus portavoces oficiosos y exhibe a sus patrocinadores que tejen, ahora ellos, un complot desde la decrépita dictadura cubana y el eje La Habana-Venezuela-México para lastimar nuestra “joven democracia”.
Espino se regodea porque un priista de segunda, empleado a su vez de otro empleado, el gobernador Mario Marín, le llama “jefe” en una conversación para transferir dinero para comprar Chiapas, donde súbitamente otro gobernador, Pablo Salazar, se transforma en “traidor” y monta una “elección de Estado”, que unos días antes los panistas juraban que ya no existía en México.
Las escuadras paramilitares de extrema derecha en todo el país, adiestradas por El Yunque y los Tecos, blanden las armas para enfrentar a los “renegados”, condición a la que Fox redujo a los mexicanos que no asimilan la propaganda que busca encubrir su extendida corrupción.
El ministro-presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Mariano Azuela, emprende una cruzada contra la Constitución, uno de cuyos artículos, a su juicio, es “anacrónico” y de peor manufactura lingüística, una conducta que, de venir de los “renegados”, implicaría dinamitar las instituciones.
Comandos de Estados Unidos capturan a uno de los Arellano en territorio mexicano y la soberanía queda intacta, según decreta la monumental abyección de Fox, el mismo que, el 13 de noviembre de 1999, declamaba en su toma de protesta como candidato una perorata de “despierta, México”:
“Recordemos que México es nuestro, que un pedacito de México nos pertenece a cada uno de nosotros… México no es pobre. Es un país empobrecido. Si la política económica y la política social hubiesen sido otras, hoy no tendríamos ni la desocupación ni la pobreza que tenemos.
“Si el gobierno hubiera sido honesto, si no se hubiera cruzado de brazos, si no se hubiera asociado con los delincuentes, hoy no tendríamos ni la corrupción ni la inseguridad ni la impunidad que tenemos…Qué razón tenía Manuel Clouthier: ‘Sólo los ingenuos y los cómplices pueden encubrir semejante desastre’.”
Y se comprometió que sería el presidente “que garantice el desarrollo humano”; que “devuelva la seguridad de los mexicanos”; que “acabe con la corrupción”; que encabece un “gobierno ligero, pero fuerte y eficiente”; que “haga posible un nuevo acuerdo nacional”… en fin, “voy a ser un presidente que hable con la verdad y cumpla con sus promesas.”
En suma: “Yo, Vicente Fox, empeño mi palabra de mexicano libre y honesto. La empeño ante la nación y ante la historia, de que pondré todo mi esfuerzo por ganar nuestro futuro, sin límite ni reticencia alguna, con amor entrañable y verdadera pasión.”
Tanta fetidez, hace seis años y hoy, sólo concita una cosa: asco.
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