Entre compadres te veas
La semana pasada, al hablar respecto a Brasil para un semanario de aquel país, el premio Nobel de Economía 1992, el norteamericano Gary S. Becker, advirtió que en algunos países de América Latina comienza a consolidarse un "capitalismo de compadres", por el cual familias o sectores privilegiados consiguen favores del gobierno. Para apoyar su aseveración, el también profesor de la Universidad de Chicago ofreció los ejemplos mexicanos del sector televisivo y de telecomunicaciones.
Hay razón en las palabras de Becker, hay que decirlo, aunque a los mexicanos nos guste destapar el tequila y andar de "patrioteros baratos" cuando un extranjero elogia a México, pero nos "enchila" cuando un ídem apunta lo negativo. No es este el caso (espero), pues si algo está podrido en el país es precisamente el influyentismo que permea hasta la médula de la sociedad, hasta sus bases.
De ninguna manera hay algo encomiable en el tráfico de influencias, pero es justo decir que, parafraseando a Chomsky, la corrupción en la base de la sociedad tiene de positivo el elemento anárquico, de protesta, contra el concepto de autoridad. Es decir, si en la base social hay corrupción, ésta obedece en parte a que el ciudadano común no confía en sus autoridades, y manifiesta de esa forma su descontento con el aparato de autoridad que sobre él se posa, a su juicio, injustamente.
En la edición 2005 del Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional (TI), México se ubica en el lugar 65 junto con países como Ghana y Turquía, por debajo de Cuba, Costa Rica y Colombia, por mencionar algunos, y sumamente lejos de Islandia y Finlandia, los orgullosos portadores de lus lugares 1 y 2, respectivamente. Esta encuesta realizada por la organización con sede en Berlín, define a la corrupción como el uso de una posición pública para efectos de ganancia privada, y mide el grado de percepción entre personas de negocios y analistas de instituciones independientes. Y andar por las calles de Estocolmo y Helsinki, luego de sobrevivir en Monterrey, Mérida y Nuevo Laredo, por ejemplo, confirma de primera mano esta encuesta.
Es cierto, los países mejor ubicados según TI no son paraísos; no obstante, en las reacciones del ciudadano común de estos países ante los sucesos nacionales, se evidencia una confianza en las instituciones que a veces se puede confundir con cierto desinterés respecto a la cosa pública. Nada más lejano de la verdad. Sencillamente, es tal el grado de confianza que se tiene en las instituciones, que el individuo promedio está más preocupado por realizarse como persona que en sospechar de sus autoridades. Y nunca pensé que diría esto, pero en los países nórdicos tratar con el burócrata promedio es casi agradable.
Sin embargo, es la corrupción en altas esferas lo que más interesa en este momento, dado lo anteriormente mencionado. Mucho se ha dicho que "la corrupción somos todos" y que "desde abajo" se pelea contra este cáncer. No lo creo. Si bien la corrupción en países como México se puede clasificar casi como un fenómeno cultural, indisoluble de la identidad nacional misma, el constante "goteo" de la corrupción cotidiana, en bajísimas esferas de autoridad en constante trato con el gobernado, no corroe las vísceras mismas del país y con tan devastadores efectos como los multimillonarios cotos de poder que en incestuoso maridaje con el poder político drenan las arcas nacionales.
Viene muy a cuenta Noam Chomsky, nuevamente, en una entrevista con Adrian Zupp ("Who runs America?") respecto a la corrupción en EU, cuando el lingüista de MIT dice que la Ley de Telecomunicaciones norteamericana de 1996 regaló miles de millones de dólares de propiedad pública (espectro digital) a unas cuantas megacorporaciones y, aunque no considera dicho acto como corrupto, sí lo tilda de un robo en escala masiva. Y se entiende a Chomsky: corrupción o no, lo más criticable es el robo de la nación con traje y corbata, armado con la más estricta legalidad.
Y aunque el tema da para mucho más, y son demasiados los factores en juego para un análisis completo, hay algo que me llama la atención y creo conveniente mencionar, sobre todo para quienes saben (o sospechan) de las fortunas creadas al amparo del poder político a manos de "compadres y familia", pero argumentan que por lo menos esas familias crean empleos. ¿Por qué en los países más desarrollados social y económicamente hay tan pocos multimillonarios, pero también muy pocos pobres, y una multitudinaria clase media?, ¿cuál será la relación?
En lo personal, no me enorgullecen los multimillonarios del país (creen o no empleos), y preferiría que México tuviese muchos menos... y muchísimos menos pobres, sobre todo. No hay balance. Seguimos viendo a cuñados, hijastros, sobrinos, amigos y compadres que sorprendentemente en un sexenio (o trienio, según el caso) se convierten en muy buenos administradores y genios financieros.
Sí, constitucionalmente México no tiene aristocracia. Pero vaya que basta darse una vuelta por los "campestres" y "casinos" de las principales ciudades del país, para ver que no hace falta ser conde, duque o marqués. Solamente el "apellido" o, si no se nace o se hace, por lo menos bautizar al chiquitín.
javieralberto@gmail.com
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