- Los ojos bien cerrados. Eyes wide shut, como se titula la última película de Stanley Kubrick. Así enfrentan la coyuntura actual muchos miembros de la élite empresarial y política del país. Así rehuyen los retos quienes no entienden cuán grandes se han vuelto. Pensando que es posible proponer más de lo mismo cuando no es así. Minimizando la crisis poselectoral cuando deberían enfrentarla de otra manera. Creyendo que la tormenta pasará con sólo ignorarla. Los defensores del statu quo que aún hoy no comprenden lo insostenible que es. Cúpulas empresariales y líderes políticos y medios de comunicación unidos por la convicción compartida de que para lidiar con Andrés Manuel López Obrador bastará con odiarlo. Menospreciarlo. Exhibirlo. Condenar al hombre para no tener que encarar a la porción resentida del país que lo produjo.
En el PRI, en el PAN, en el Consejo Coordinador Empresarial, en la Coparmex, en Telmex, en Televisa, en los pasillos del poder y en la visión de quienes lo ejercen, la lógica parece ser la misma: El movimiento que López Obrador encabeza se extinguirá. La insurrección a la que convoca no tendrá resonancia. La revolución a la que incita no encontrará eco. Las carpas sobre Reforma se irán vaciando, los mítines se irán achicando, los fanáticos se irán debilitando. Quienes apoyan a AMLO lo hacen sólo por ignorancia o son objeto de la manipulación. Quienes duermen bajo el granizo lo hacen sólo por fanatismo y sucumben ante quien lo alimenta. El movimiento social que existe hoy irá perdiendo adeptos después de la decisión del Tribunal Federal Electoral, mañana. Y quizás sea necesario aceptar tanquetas alrededor del Congreso y algunos muertos en el camino, pero al final de él, López Obrador se ahorcará con su propia cuerda. Se irá quedando solo y no habrá quien esté dispuesto a financiarlo y a jugarse la vida política con él.
Así piensan muchos, así reaccionan muchos. Esa es la postura común entre aquellos que insisten en reducir el conflicto poselectoral a un asunto de ego, de ambición, de locura, de esquizofrenia, de quien no sabe perder y se rehúsa a hacerlo. Ese es el consenso en un sector que no entiende la vehemencia de la sacudida, las dimensiones del reclamo, la seriedad del llamado de atención, a lo largo del sur del país y a lo ancho de sus zonas más pobres. En cada institución disfuncional y en cada funcionario insensible que la encabeza. En cada decisión arbitraria por parte de alguien que ejerce el poder y en cada mexicano que padece sus consecuencias. En cada reto a la gobernabilidad y en cada reacción errónea de la élite para encararlo. En cada reforma pospuesta y en cada agravio que sigue persistiendo por ello. Los problemas profundos que requieren soluciones urgentes están allí y trascienden al hombre incendiario y criticable que insiste en señalarlos.
Eso es lo que no entienden quienes creen que todo es culpa de López Obrador y bastará con ignorarlo. Quienes piensan que todo es culpa de un demente y bastará con acorralarlo. Quienes asumen que el camino a la confrontación ha sido trazado por una sola persona y bastará con descalificarla o dejar que el tiempo lo haga. Quienes se empeñan en negar su propia responsabilidad y se rehúsan a aceptarla. Los miembros de la clase empresarial y política que han contribuido a la crisis y ahora insisten en menospreciar sus causas. Demostrando su avaricia, evidenciando su torpeza, subrayando su insensibilidad. Resistiendo cada demanda legítima, ignorando cada reclamo justo, posponiendo cada reforma institucional desde hace años. Y ahora empecinados en hacer lo que siempre han hecho: la descalificación del enemigo para no tener que transformar –con rapidez, con imaginación, con generosidad, con visión– las condiciones que explican su existencia.
La repetición ad nauseam de las tácticas que prevalecieron durante la campaña electoral. El énfasis en la continuidad a través de spots que enfatizaban el peligro de repensarla. Los mensajes con “alto contenido social”, divulgados por “conciencia cívica” subliminalmente en favor de un candidato y en contra de su adversario. El voto en favor de Andrés Manuel López Obrador como paso para perder la casa y el empleo. Las cartas distribuidas en centros de trabajo, y las historietas que circularon por allí proponiendo “no hacer cambios bruscos”. Las declaraciones de José Luis Barraza argumentando que los organismos empresariales eran apartidistas por naturaleza, cuando su comportamiento evidenció que no era así. El frente común que se formó para acorralar a un hombre cada día más combativo pero cerró los ojos ante el caldo de cultivo que lo creó.
Ahora bien, ese frente común dirá –ante la radicalización de AMLO– que tuvo razón en formarse. Que tuvo razón en erigirse. Que la actuación de López Obrador desde el 2 de julio justifica todo lo que se trató de hacer para frenarlo antes de esa fecha. Quienes odiaron a AMLO a lo largo de la campaña hoy se congratulan por haber obstaculizado su llegada a la Presidencia. Dijimos que era un peligro para México y ha demostrado que lo es, argumentan. Dijimos que jamás respetaría las reglas y no lo ha hecho, subrayan. Y creen que darse palmadas en la espalda, como lo hacen, será suficiente para contrarrestar una crisis de la cual también son corresponsables. Por la miopía colectiva. Por la persistencia del capitalismo de secuaces. Por la incapacidad de comprender que, para crecer, para competir, para innovar, para crear riqueza y distribuirla mejor, el pacto tradicional entre la clase política y la clase empresarial tendrá que cambiar.
¿Por qué no pensar en formas de reducir la desigualdad que AMLO capitaliza en vez de sólo ignorarla? ¿Por qué no pensar en formas de atender los agravios que AMLO denuncia, en vez de pretender que no existen? ¿Por qué no un Acuerdo de Chapultepec en el cual los empresarios convocados se comprometan a construir cientos de hospitales, miles de escuelas? ¿Por qué no una alianza entre el Consejo Coordinador Empresarial y la Coparmex y la Canacintra y la Concamin y Jumex y Sabritas para crear un fondo nacional de inversión multimillonaria en la educación? ¿Por qué no una alianza entre Telmex y Televisa para crear 2 mil escuelas de ingeniería y computación e impulsar una nueva generación de politécnicos financiados por Carlos Slim? ¿Por qué no el compromiso de los 20 hombres más ricos de México de donar el 80% de su fortuna personal para promover la salud de los más pobres, como lo han hecho Bill Gates y Warren Buffet? ¿Por qué no el reconocimiento de la necesidad de regresarle al país una buena porción de la fortuna que muchos empresarios mexicanos han logrado acumular? ¿Por qué no pensar de otra manera en su propio comportamiento, en lugar de dedicarse tan sólo a denostar el de su adversario?
Para una buena parte del empresariado, estas preguntas serán vistas como retóricas cuando no es así. Para buena parte de la clase política, estas preguntas se considerarán irrelevantes cuando no lo son. Porque se vuelve imperativo formularlas ante la estrechez de miras de quienes no alcanzan a ver los focos rojos. Ante los grupos e individuos que desprecian a AMLO sin entender por qué el 20% del país lo apoya. Ante los diputados y los senadores y los empresarios y los dueños de las televisoras que tachan a López Obrador de loco, sin entender que han construido los muros del manicomio. Decisión tras decisión, agandalle tras agandalle, sector privilegiado tras sector privilegiado, renta tras renta, monopolio tras monopolio, barrera de entrada tras barrera de entrada. El andamiaje de un capitalismo de secuaces, con demasiadas instituciones capturadas y demasiadas oportunidades para la colusión.
Esa colusión evidenciada, por ejemplo, con la designación del panista Héctor Osuna como presidente de la “nueva” Comisión Federal de Telecomunicaciones. Con la designación de Jorge Mendoza, exejecutivo de TV Azteca, como representante del “sector popular” en el Senado. Con el otorgamiento de una concesión televisiva de manera discrecional a Olegario Vázquez Raña. Con la impugnación de la PGR a la Ley Federal de Competencia que tanto trabajo costó crear. Con el acuerdo Telmex-Televisa para ofrecer servicios conjuntos y consolidar su “posición dominante” en el sector. Con la designación de Emilio Gamboa –que tantas concesiones otorgó– como presidente de la Junta de Coordinación Política en el Congreso. Con el anuncio de José Luis Barraza de redoblar el cabildeo empresarial en el Congreso para sacar adelante “las reformas estructurales que el país necesita”. Con la insistencia del equipo de Felipe Calderón de empujar, antes que nada, las reformas laborales y fiscales pendientes. Todas ellas, señales inequívocas de continuidad con formas de hacer política y de entender la economía que se han agotado. Todas ellas, señales inequívocas que mandan quienes no quieren abrir los ojos ante un país que no volverá a ser el mismo. Ni debiera serlo.
Posdata: Actualmente circula en internet una versión apócrifa del artículo Cuando éramos huérfanos, que ha sido manipulada por los seguidores de Felipe Calderón para incluir frases que yo nunca escribí y convenientemente elimina la sección donde los critico. Condeno la adulteración de mi trabajo y reitero que la única versión válida es la publicada en esta revista el 23 de julio del 2006. ?
"Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de lucha de clases." En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos...."
jueves, septiembre 07, 2006
Ojos bien cerrados Denise Dresser
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2 comentarios:
Son buenas las propuestas de Denisse Dresser, pero yo creo que, más que apelar a la buena voluntad o a los sentimientos caritativos de los millonarios, hay que pensar en crear condiciones más justas de trabajo y de generación de la riqueza.
Denisse me parece tibia. Yo creo que sintió que el agua le está llegando a los aparejos después de las fuertes críticas los periodistas del sistema.
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