miércoles, septiembre 06, 2006

Miguel Ángel Granados Chapa Ilegalidad, buen negocio

Casi exactamente dos meses después de que el presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, en forma ilegal declarara ganador de la elección a Felipe Calderón, el TEPJF emitió su fallo en el mismo sentido, minimizando las irregularidades del proceso y aun asumiéndose discapacitado para juzgarlas

Ganar ilegalmente la Presidencia de la República en 2000 costó al Partido Acción Nacional 400 millones de pesos, pagaderos en abonos. Refrendar el triunfo en 2006 le ha resultado aún más barato: sólo un rozón, ni siquiera una reprimenda al presidente de la República, que con su indebida injerencia afectó el proceso de este año, pero no de modo determinante. Con esas decisiones, ambas tomadas por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, se confirma la cínica tesis de que violar la ley es buen negocio, pues aun considerando el monto de la sanción (cuando la hay), es mayor la ganancia que se obtiene y la infracción se justifica.

Esta invitación a violar la ley es uno de los saldos negativos de la sesión con que la sala superior de ese tribunal dio por concluido el proceso electoral federal. Ahora sí, no como quiso el consejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, el 6 de julio, hay un candidato triunfador, un Presidente electo, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Respecto de aquel doloso desliz de quien encabeza el órgano administrador de las elecciones, el tribunal practicó la lenidad: dice que su pronunciamiento fue inocuo, pues no generó efecto jurídico alguno, ya que no es la autoridad indicada para hacer tal declaratoria. Precisamente allí radica la ilegalidad, en que Ugalde no tenía nada qué hacer en esa porción del proceso. No es verdad que se limitó a ofrecer datos numéricos (algo que, por lo demás, ya había hecho, en cumplimiento de un deber legal, el secretario ejecutivo del IFE), sino que ungió a Calderón como candidato victorioso, apenas minutos después de concluido un cómputo distrital que mereció 375 juicios de inconformidad, una cifra mayor aun que el número de distritos en que está dividido el País.

Hay una paradoja, una profunda contradicción en el hecho de que un tribunal inválido declare la validez de la elección. En la cuenta del dictamen leída por el secretario general de acuerdos, y en varias de las intervenciones de los magistrados se escuchó la excusa: este tribunal no está en condiciones de, no tenemos evidencia de que, no podemos medir el efecto. Un órgano judicial lisiado por decisión propia ha reconocido que hubo irregularidades, incluso francas infracciones a la ley, pero no pudo establecer sus consecuencias, o las consideró nimias, no obstante que uno de sus deberes es la preservación del principio de legalidad, que se rompe por la infracción en sí misma, independientemente de los efectos que provoque.

Ése es el caso de los mensajes difundidos por el Consejo Coordinador Empresarial, a ciencia y paciencia del IFE. El tribunal reconoció el parentesco entre el sentido de esos mensajes y la propaganda panista, es decir la conversión de un órgano de representación empresarial en proselitista político, que participó en las campañas en términos que sólo los partidos pueden hacer. Pero la sala superior se limitó a expresar el hecho, ni siquiera deplorarlo. Y en el colmo de la complacencia, el magistrado presidente, Leonel Castillo González, exhortó a los poderes económicos a portarse bien en lo futuro, pues si bien esta vez no dañaron (así lo dijo) el proceso, quién sabe qué pueda ocurrir en el porvenir.

El dictamen (o su resumen) oscila en una permanente contradicción respecto de los mensajes de contenido o emisor ilegal. Por un lado, se excusa de no poder establecer en qué medida impactan el ánimo de los electores. Pero, por otra parte, exculpa a los infractores, como el presidente de la República mismo, aduciendo que el paso del tiempo entre la propagación de esos mensajes y la jornada electoral atenuó su efecto. Que, por otra parte, no fue determinante del resultado de la elección.

Ése fue otro ritornelo de las decisiones del tribunal. La finura de sus instrumentos de medición, que le permitió reconocer irregularidades y distinguir entre los efectos "poco importantes" y los determinantes, no le permitió suponer que lo nimio pudo ser relevantísimo en una elección tan contendida que la diferencia entre las votaciones mayores representa poco menos del doble de las casillas establecidas el 2 de julio. En cada mesa electoral, en promedio, Calderón superó a López Obrador sólo por dos votos.

Elegidos por 10 años a partir de un procedimiento abierto y promisorio, los magistrados que inauguraron el tribunal en noviembre de 1996, y por lo tanto se despiden ya de sus funciones, mantuvieron un desempeño que generó confianza y certidumbres. No lograron mantener esa calidad en el momento estelar del fin de su carrera. La semana pasada, asaltados por una extraña prisa, se comieron más de 80 horas que hubieran podido ser de extrema utilidad para celebrar las sesiones públicas que omitieron y dieron por cerrada la etapa judicial el 28 de agosto y no el 31 como hubieran podido hacerlo con provecho para la calidad de sus resoluciones. Ahora calificaron la elección un día antes de que concluyera el plazo, como si se tratara de un trabajo sencillo que pudo ser realizado con holgura y sobra de tiempo.

A los ciudadanos que, como el propio tribunal, tenemos conciencia del sinnúmero de irregularidades cometidas en el proceso, la decisión final nos genera un dilema irresoluble: jurídicamente su fallo es inatacable. Pero éticamente es inacatable, porque no produce certeza. El tribunal incumplió deberes de transparencia, y su omisión será socialmente costosa, porque nos devolverá a los tiempos en que campeaba la incredulidad electoral.



Cajón de sastre

Comprensibles y esperables las reacciones de los candidatos entre los cuales se decidió la Presidencia de la República. En el local de su partido, Felipe Calderón tendió la mano a sus opositores para emprender la preparación de un nuevo programa de gobierno, que recoja las propuestas principales de sus antagonistas. Por su parte, en el Zócalo, en una de las asambleas informativas que realiza a las 19:00 horas desde hace más de un mes, Andrés Manuel López Obrador reiteró su rechazo a las decisiones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y desconoció la declaratoria de Presidente electo. No precisó nuevas acciones ante la nueva situación, pero insistió en mandar "al diablo" a sus instituciones, y persistió en su convocatoria a la Convención Nacional Democrática, pero anunció que sus seguidores reasumían la soberanía nacional en términos del artículo 39, para constituir un nuevo gobierno. Después de los discursos de los candidatos se había previsto uno más, del presidente Fox, quien ya temprano había manifestado su alborozo.

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