04 de septiembre de 2006
Sí, ya sé que podría ser el título cursi de una telenovela igualmente cursi. Ojalá se tratase de algo tan trivial. Lo malo es que se trata del país, de sus instituciones, de los poderes del Estado y de la suma de individuos que conformamos la nación en su conjunto. El odio está en todas partes: al interior de los partidos políticos; adentro del Congreso; en los medios de comunicación; en las escuelas; en los restaurantes; en los hogares y aun en la esfera de las relaciones personales entre amigos que fueron entrañables y ahora se detestan.
Lo ocurrido el viernes en San Lázaro es apenas una manifestación de esta rabia contenida y creciente. Del odio bidireccional del PRIANAL hacia el PRD al impedirle asumir la Mesa Directiva -y contestar el Informe- y de los perredistas a sus contrapartes al tomar la tribuna e impedir la lectura del que sería el último mensaje de Vicente Fox, casualmente el principal responsable de la incubación de este aborrecimiento generalizado.
Es vergonzoso que la expectativa haya sido el escándalo adentro y la sangre afuera del Palacio Legislativo. Menos mal que no se dio ni lo uno ni lo otro. En el recinto no hubo violencia, sino un acto enérgico que además estaba anunciado y que tampoco es nuevo, aunque ahora espante a las buenas conciencias que se rasgaron las vestiduras por las pancartas de "Fox, traidor a la democracia", pero que inscriben las trácalas electorales, la guerra sucia y las campañas del miedo y el encono como parte de la "normalidad democrática".
Afuera, Andrés Manuel López Obrador olfateó que el estado de guerra en torno a la Cámara de Diputados era una trampa para justificar la represión y de paso levantar los campamentos del zócalo y Reforma. Por eso contuvo a los suyos y se quedó en la plaza mayor. Así que los miles de efectivos del Ejército, la PFP y el Estado Mayor para nada; los cinturones concéntricos de falsa castidad, a lo largo de kilómetros, para nada, y los planes B y C y D también para nada. El Presidente no habló y fue mejor así. ¿Para qué? ¿Para oírle las mismas mentiras que diría luego en su mensaje televisado desde su refugio en Los Pinos? A ver, seamos francos: fuera de la estabilidad macroeconómica, que no es un logro de su administración sino de la economía del norte, de ingresos petroleros extraordinarios y de los 17 mil millones de dólares que nos mandan los expulsados por la pobreza desde Estados Unidos, ¿de qué podría presumir Vicente Fox? ¿De los 15 minutos de Chiapas? ¿Del 7% de crecimiento? ¿De los vochos, de las teles o de los changarros? ¿De sus viajes sin ton ni son? ¿Del auge sospechoso del narcotráfico en su mandato? ¿De la justicia selectiva para perdonarles miles de millones de pesos en impuestos a sus cuates y patrones mientras castiga y persigue a sus adversarios políticos? ¿De la impunidad de los hijos de su señora? ¿De que quiso imponer a su mujer y no pudo? ¿De que nomás cogobernó con ella? ¿De que también quiso imponer a Santiago y tampoco pudo? ¿De que no le quedó de otra con Felipe y hasta abusó al grado de querer venderle el favor? ¿Que todo México se entere?
No. El Presidente no podría alardear de ninguna de estas cosas. Debería estar avergonzado de todas y cada una de esas acciones y omisiones que lo marcarán para siempre como uno de los gobiernos más perversos, ineficientes y corruptos de que se tenga memoria.
De lo único que Vicente Fox puede ufanarse y fanfarronear es de haber impedido que López Obrador haya llegado a la Presidencia. De eso sí puede jactarse gerencialmente ante los altos directivos del país, a los que entrega buenas cuentas: el IFE ni chistó con los spots presidenciales y empresariales; el TEPJF no concedió el voto por voto, ni se inquietó por el 60% de irregularidades en las 11 mil casillas auscultadas, ni por los votos de más ni por los de menos, ni dará importancia alguna a la descarada intervención del Presidente en el proceso; es más, ya todo mundo sabe lo que pasará hoy o mañana. Porque todo está siguiendo los pasos de un guión preconcebido. Que sin embargo nunca previó el odio infame e injusto que Fox nos ha heredado a los mexicanos. Y que sigue creciendo en la calle.
ddn_rocha@hotmail.com
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