lunes, septiembre 04, 2006

…Aquí nos vamos a quedar”.


Por Jacinto Rodríguez Munguía
y Pedro Díaz G.
Fotografía Jaime Boites


Cinco palabras cinco. Suficientes para desactivar la tormenta.

“…Aquí nos vamos a quedar”, sentenció Andrés Manuel López Obrador en la plancha del Zócalo y en segundos puso fin a lo que durante días se había profetizado como inevitable: el choque con la policía, los militares, la violencia en las calles…
Al final, la resistencia se quedaba en el Zócalo.

Y exhibía el aparatoso sitio militar y policiaco en torno a San Lázaro. Y el pánico en el Ejecutivo federal. Y todas las campañas de miedo. Y también, sin duda, los límites de la resistencia civil de los seguidores del perredista.

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Cuatro de la tarde desde el otro frente: el de la resistencia acantonada en el Zócalo de la ciudad de México.

Llegaba a su fin la larga espera de semanas, días, horas para conocer cuál sería el siguiente movimiento de piezas en el tablero de la política, de las jugadas poselectorales a las que se ha atado una parte importante de la existencia del país en las últimas semanas.

Las especulaciones no cesaban. Que si López Obrador, el candidato presidencial de la Coalición por el Bien de Todos, avanzaría hacia el Palacio Legislativo de San Lázaro a enfrentar la seguridad militar, a intentar romper el cerco policiaco; que si trataría de quebrar las vallas metálicas; que si se convertiría en el mártir de la democracia.

Dos semanas atrás, López Obrador había convocado a acudir a San Lázaro el 1 de septiembre. Y desde entonces el Estado se activó: miles de policías, perros, tanquetas, agentes, vallas y militares rodearon la Cámara de Diputados y sus alrededores. La bloquearon, establecieron su propio plantón.

Había que impedir a toda costa que las manifestaciones anunciadas fueran siquiera vistas por el presidente de la República.

Y el operativo entró en marcha. El 1 de septiembre toda la zona de San Lázaro amaneció sitiada como nunca. Ochenta y cinco manzanas bloqueadas por la policía para que no pasara ni el aire. Nada visto nunca antes. Desde Viaducto Piedad hasta Eduardo Molina, pasando por Congreso de la Unión, la Merced, Bondojito y por lo menos cinco colonias más.

El miedo se olía. La tensión viajaba en el aire de la zona.
López Obrador se había cuidado de no decir nada a nadie. Sería en el último instante. Eso esperaban sus seguidores, que por miles comenzaban a llegar al Zócalo en marchas desde distintos puntos de la ciudad. Y de ahí, se esperaba, al Palacio Legislativo de San Lázaro. Así lo creían todos.
Pero no.

“No nos vamos a ir, nos vamos a quedar aquí, porque de presentarnos en las inmediaciones de San Lázaro, sería seguirles el juego”. Y luego otra frase para reforzar:

“No tenemos nada que atender ni dirimir contra las fuerzas armadas. Este —el conflicto poselectoral— es un asunto político, no policiaco ni militar… Hago un llamado al Ejército Mexicano para que no acepte órdenes y caiga en la tentación de la represión. El ejército no debe ser usado para justificar acciones de fraude electoral ni ser utilizado para justificar la incapacidad de gobiernos civiles”, diría López Obrador.
Ya nadie se atrevería a contradecirlo, como en la práctica pocos o nadie lo hace. Acaso unas cuantas manos que, en un juego absurdo de consensos, apostaban por avanzar hacia San Lázaro. “Somos mayoría, nos quedamos”, fue la última palabra de Andrés Manuel López Obrador, como casi siempre o siempre.

Pero más que la decisión de quedarse, el nudo de la trama, el clímax de esta tarde lo ocupó el llamado a las fuerzas armadas. El que no se atrevieran a reprimir a los ciudadanos, que no se dejaran utilizar. Fue el instante de conexión, de gritos y consignas que le obligaron a un silencio mayor a los cinco segundos, tiempo promedio de sus pausas dramáticas. Fue tiempo para mirar las oleadas de gente, de observar un horizonte que para esos momentos había clareado luego de la tormenta que minutos antes se había desbordado

1 comentario:

PDG dijo...

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Abrazos.

Pedro Díaz G. y Jacinto R.Munguía,

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