lunes, septiembre 25, 2006

Ojalá viniera el padre Nicolás...

Juan Pablo Proal

TEHUACÁN, PUE.- Los habitantes de este municipio, asentado en la Sierra Negra, enfurecen al escuchar el nombre del clérigo acusado de haber cometido más de 60 violaciones sexuales contra menores de edad, Nicolás Aguilar Rivera:

“Ojalá y viniera y ya verá cómo lo queremos acá en San Vicente”, reta, con el rostro enrojecido, una pobladora del lugar, mientras un anciano tercia: “Yo ya no confío en los sacerdotes, aunque sigo leyendo la palabra de Dios. La Biblia no tiene la culpa”.

Y es que, a partir del escándalo que detonó en 1997, cuando cinco jóvenes de Tehuacán lo acusaron de haber cometido abusos sexuales en su contra, muchos pobladores de la región iniciaron un éxodo hacia otros credos, principalmente a la Iglesia de la Luz del Mundo y los Testigos de Jehová.

Aunque sólo una de esas denuncias procedió, la de Sergio Sánchez Merino –pues el resto fueron desechadas–, y en 1998 Nicolás Aguilar fue sentenciado a sólo un año de prisión por el delito de “ataques al pudor”, nunca pisó la cárcel porque desapareció de la zona antes de ejecutarse la orden de aprehensión.

Pero más tarde volvería y, de acuerdo con los testimonios, se paseaba por algunas parroquias de Tehuacán. “Venía a vender discos cada vez que se le ofrecía”, relata un sacerdote que pidió el anonimato por temor a represalias de la cúpula eclesiástica, para en seguida obsequiar al reportero uno de los discos que, hasta hace poco, distribuía Aguilar Rivera.

El disco compacto está impreso a una sola tinta, carece de portada o librillo de presentación, pero, eso sí, muestra una imagen de Juan Diego hincado ante la Virgen de Guadalupe con la leyenda. “Evangelizar con el canto, Evangelizar con la liturgia, cantos del 242 al 267”.

Según los sacerdotes consultados, para persuadirlos de que le compraran esa y otras mercancías religiosas, el padre Nicolás Aguilar Rivera alegaba que él había sido acusado “de manera injusta”.

Y a la vez que pedía compasión por su “precaria situación económica”, mostraba el amparo que le concedió la justicia poblana en 2004 y una carta de “buena conducta” expedida por el ayuntamiento de Tlalmanalco de Velázquez, Estado de México.

Esa carta, fechada el 4 de octubre de 2003 y firmada por el oficial conciliador y calificador de la Comuna, Guadalupe Parrilla López, revela que, a pesar de las afirmaciones oficiales en contrario, aún permanecía activo en su oficio, pues señala que, de acuerdo con su testimonio, “es sacerdote y colaborador de la parroquia de San Rafael Arcángel, en la población de San Rafael, municipio de Tlalmanalco, México, y que tiene aproximadamente dos años de colaborador en dicha iglesia, oficio que ha desempeñado con honestidad y honradez, y que durante su estancia no ha tenido problema alguno en la comunidad, lo que expone para los efectos legales a que haya lugar”.

Como sea, en la región se le veía visitando tianguis y gente conocida antes de que la Red de Sobrevivientes de Víctimas de Abuso Sexual de Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés) acusara al cardenal Norberto Rivera Carrera y al arzobispo de Los Ángeles, Roger Mahony, de protegerlo por violaciones a menores de edad.

Pese a que se negaba inclusive a proporcionar su dirección y teléfono a los padres a los que vendía los artículos religiosos, ahora se especula que el sacerdote acusado de pederastia vive en Morelos con un familiar cercano y que sólo sale a vender cuando necesita dinero.



La protección de Rivera



Para numerosos habitantes, líderes sociales y párrocos de Tehuacán, no cabe la menor duda: El cardenal Norberto Rivera Carrera protegió al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar Rivera que, apenas el pasado 10 de septiembre, cumplió 65 años de edad.

E inclusive el obispo de la diócesis de Tehuacán, Rodrigo Aguilar Martínez, confesó el jueves 21 que el sacerdote Nicolás Aguilar Rivera no ha dejado de pertenecer a la diócesis de Tehuacán, lo que confirma que Rivera Carrera ni siquiera tramitó su suspensión.

Pero casi de inmediato, en la misma diócesis se afirmó que el actual obispo “tiene menos de seis meses de haber tomado posesión, y no conoce al padre Nicolás ni sabe cuál es su paradero. Tampoco dicho sacerdote se ha comunicado a la diócesis pidiendo su reincorporación a la misma. De igual manera, no se ha recibido hasta el momento ninguna queja o información de parte de los fieles sobre las acusaciones que pesan sobre el sacerdote mencionado”.

No obstante, Anastasio Simón Hidalgo, párroco de San Gabriel Chilac, Puebla, considera que el presunto pederasta logró la impunidad gracias al desinterés del cardenal Norberto Rivera Carrera (en ese entonces obispo de Tehuacán) hacia sus feligreses:

“La actitud pastoral de Norberto Rivera Carrera siempre fue… no muy cristiana, no muy humana. Y, por lo tanto, nosotros percibimos que lo que le interesaba era exactamente lo que dice su apellido, hacer carrera, hacer carrera dentro de la institución”, ironiza en entrevista con Proceso.

Y, a preguntas expresas, expone que “Norberto Rivera Carrera nunca tuvo una sensibilidad pastoral que procura el beneficio de su gente, sino que su brújula siempre fue obtener mayor poder, mejorar su propia economía y bienestar”.

El hecho es que, antes de que los agraviados y sus familias se decidieran a denunciar al sacerdote, solicitaron el auxilio directo de Rivera Carrera. Y, al respecto, Alejandro Hernández Martínez, representante del Centro de Integración y Educación de Tehuacán, asociación que asesoró psicológicamente a las víctimas, asienta:

“Las propias familias afectadas, las mamás, fueron rechazadas. Fueron a la catedral y tuvieron una entrevista con él (Norberto Rivera). Los atendió, muy pragmático, pero no tomó en cuenta sus quejas contra el sacerdote Nicolás.”

–¿Cuál es el saldo que dejó el paso de Nicolás Aguilar por Tehuacán? –se pregunta a Alejandro Hernández.

–De total destrucción del individuo. La persona es dañada y destruida su integridad familiar. Todos los jóvenes con los que nosotros platicamos, absolutamente todos, están desubicados, sin terminar grados escolares, con problemas de drogas o alcoholismo, y han dejado el seno familiar.

Según sus estimaciones, el sacerdote Nicolás abusó al menos de 60 niños en la comunidad de Vicente Ferrer, donde oficiaba misa a mediados de los años noventa. l

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