Todo lo que está pasando se ha adver tido. El sistema político mexicano se está jugando el pellejo por mantener en el poder a un gobernante repudiado por la mayoría de su pueblo. Un hombre sobre el que nadie, ni sus propios cómplices priístas, se ha atrevido a defender y mucho menos a reconocer un mínimo de eficacia en su tarea de gobierno. Esa es una de las grandes paradojas de Oaxaca. Todos los gravísimos riesgos que hoy se corren no tienen justificación alguna. Salvo los intereses cortoplacistas de la politiquería más barata y ahora más cara.
Lo cierto es que hay un tigre a las puertas y nadie asume la responsabilidad de haberlo convocado. En el Senado de la República hay un silencio vergonzante. Luego de la farsa de una investigación sin destino y del fallo por la no desaparición de poderes que significó un apoyo incondicional a Ulises Ruiz, los acontecimientos se precipitaron. Envalentonado por la carta de impunidad de los senadores prianistas, el desgobernador mandó a sus paramilitares a matar y a intimidar. Los muertos de los últimos días han de cargarse a la cuota del señor Ruiz.
Una larga lista de infamias que comienza con Diódoro Carrasco -ahora convertido al panoportunismo- y sigue con José Murat para prolongarse en Ulises: desapariciones forzadas; persecuciones y asesinatos de líderes de la oposición; ataques a los medios críticos como el caso de Noticias de Oaxaca; atropellos a los derechos humanos; corrupción galopante y toda clase de crímenes que fueron la simiente para el actual estado de furia de gran parte de los ciudadanos oaxaqueños; como los maestros y los miembros de la APPO, que han sido la avanzada de una sociedad agraviada por los abusos de un poder malentendido.
Esas consideraciones elementales y la observación sobre el terreno permitieron anticipar hace apenas una semana que la de Oaxaca era una bomba de tiempo dispuesta para estallar en cuestión de días y horas. Ahora el plazo se está cumpliendo y hay un despliegue inédito de la Policía Federal Preventiva -y del Ejército disfrazado de la misma- que empieza a apretar el cerco sobre el centro histórico de la capital oaxaqueña.
Se supone que se intentará una operación quirúrgica -con observadores de derechos humanos y toda la cosa- en la que las bajas que lamentar sean mínimas. Por lo pronto, los de la APPO y los maestros han ordenado un repliegue táctico que evite cualquier enfrentamiento con los invasores. Pero la estrategia no ha variado. Las movilizaciones continuarán hasta que no se logre el objetivo incubado desde hace 163 días y explicitado desde la represión del 14 de junio: que se vaya Ulises.
Por ello, el gobierno de Fox -presionado ahora por el embajador Tony Garza, a causa de la muerte de un camarógrafo estadounidense- no puede suicidarse política y mediáticamente con la impresión de que toda esta movilización gigantesca, nunca antes vista en tiempos supuestamente democráticos, se debe a un oscuro compromiso de defender, aun con muertos y sangre, a un personaje tan siniestro como Ulises Ruiz. Que, a propósito, sigue tan campante entrando y saliendo de la Secretaría de Gobernación. Como si todo se limitara a levantar las barricadas, recuperar la plaza mayor y reabrir las escuelas. Cuando en el fondo lo que subyace es una insurrección popular y legítima que exige la salida de un gobernador espurio desde el primer momento en que se hizo de su virreinato.
Como él ya no tiene remedio, hay que presionarlo ahora por todas las vías legales y políticas para que renuncie. Se ha filtrado por ahí un acuerdo para que pida licencia después del 1 de diciembre a fin de que no haya necesidad de convocar a elecciones que pongan en riesgo el mando priísta en la entidad.
El problema es que la liga ya no puede estirarse más y se va a reventar en cualquier momento. Los soldados y los de la PFP no son ni hermanas de la caridad ni agentes de relaciones públicas. Están en Oaxaca porque tienen un entrenado oficio para contener, golpear y matar si es necesario.
El fuego y las llamas están a una chispa de distancia.
ddn_rocha@hotmail.com
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