La vida es una tómbola. Mientras en Tabasco ganan los heroicos priistas en un acto no sólo democrático sino de la más humanitaria conmiseración (pobre Robertico Limonta Madrazo, otra derrota más lo hubiera llevado a convertirse en achichincle del Ninio Verde), hubo tristeza en Los Pinos porque ninguna editorial le quiso pagar a doña Martita Sahagún el millón de dólares que pedía por un libro de memorias que la colocarían como la Hillary Clinton del Bajío y más allá.
Digo, eso y más valían tales materiales literarios que habrán de cimbrar a la mezquina geografía de las letras colocando a su autora al nivel de Rosario Castellanos, Elena Garro y Luisa Josefina Hernández. Es increíble que ningún editor hubiera luchado por tener en su establo a la que podría ser la Poniatowska de la ultraderecha.
Es como si hubieran rechazado Como agua para chocolate y Las niñas bien.
Qué bueno que doña Martita, con el apoyo de los Bribiesca y de su marido que es un santo (afortunadamente no anticristero como Rafael Guízar y Valencia), haya podido editar su texto de manera independiente para devolvernos la fe en la humanidad.
La miopía de quienes prefieren editar a la insidiosa de Olga Wornat en vez de a la señora Marta es sólo comparable con la de quienes echaron confeti, sacaron las espantasuegras y celebraron la derrota del PRD en Tabasco sólo porque, supuestamente, representaba el fin político del Peje tal y como lo conocemos. O sea, de qué se ríen si la desaparición de AMLO tendría como consecuencia el fin del sentido mismo de sus vidas.
O sea, qué van a hacer esos periódicos, esos programas televisivos, esos columnistas y reporteros, esos políticos metrosexuales, toda esa gente buena y decente, obsesionados todos en acabar con López Obrador por ser “un peligro para México” cuando finalmente consigan ponerlo hasta el queque y decida regresarse a Macuspana a dormirse en su hamaca. Pobres, los van a tener que internar en Oceánica para sacarles del cuerpo el síndrome terrible de la abstinencia.
¿A quién le van a echar la culpa de todos los males de la nación? ¿A quién lo van a excomulgar un día sí y el otro también? ¿Quién les servirá de inspiración para sus chistes más creativos donde la “S” se convierte en “J”, documentará sus fiebres de paranoia anticomunista e inspirará cotidianamente para seguir arriba y adelante?
Ya lo dijo Pablo Milanés, antes de hacerlo hay que pensarlo muy bien.
Tom, tom, tómbola…
Digo, eso y más valían tales materiales literarios que habrán de cimbrar a la mezquina geografía de las letras colocando a su autora al nivel de Rosario Castellanos, Elena Garro y Luisa Josefina Hernández. Es increíble que ningún editor hubiera luchado por tener en su establo a la que podría ser la Poniatowska de la ultraderecha.
Es como si hubieran rechazado Como agua para chocolate y Las niñas bien.
Qué bueno que doña Martita, con el apoyo de los Bribiesca y de su marido que es un santo (afortunadamente no anticristero como Rafael Guízar y Valencia), haya podido editar su texto de manera independiente para devolvernos la fe en la humanidad.
La miopía de quienes prefieren editar a la insidiosa de Olga Wornat en vez de a la señora Marta es sólo comparable con la de quienes echaron confeti, sacaron las espantasuegras y celebraron la derrota del PRD en Tabasco sólo porque, supuestamente, representaba el fin político del Peje tal y como lo conocemos. O sea, de qué se ríen si la desaparición de AMLO tendría como consecuencia el fin del sentido mismo de sus vidas.
O sea, qué van a hacer esos periódicos, esos programas televisivos, esos columnistas y reporteros, esos políticos metrosexuales, toda esa gente buena y decente, obsesionados todos en acabar con López Obrador por ser “un peligro para México” cuando finalmente consigan ponerlo hasta el queque y decida regresarse a Macuspana a dormirse en su hamaca. Pobres, los van a tener que internar en Oceánica para sacarles del cuerpo el síndrome terrible de la abstinencia.
¿A quién le van a echar la culpa de todos los males de la nación? ¿A quién lo van a excomulgar un día sí y el otro también? ¿Quién les servirá de inspiración para sus chistes más creativos donde la “S” se convierte en “J”, documentará sus fiebres de paranoia anticomunista e inspirará cotidianamente para seguir arriba y adelante?
Ya lo dijo Pablo Milanés, antes de hacerlo hay que pensarlo muy bien.
Tom, tom, tómbola…
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