jueves, junio 08, 2006

Enemigos en México

Lorenzo Meyer escribe en EL NORTE

La democracia en México tiene posibilidades de consolidarse y aún de recuperar parte del tiempo histórico perdido -los primeros pasos en esa dirección empezaron a darse con la Constitución de Cádiz de 1812-, pero a condición de que todos los actores efectivamente se rijan por estas reglas del juego, cosa que ya no es clara.


A pesar del enorme obstáculo cultural que significa el peso de una tradición autoritaria de siglos, hoy la base social más favorable a un desarrollo político democrático pareciera residir más en las masas que en las élites. Si la democracia mexicana tiene enemigos, resulta que éstos se encuentran más activos en ciertos "círculos ilustrados" del país que en las mayorías depauperadas, es decir, más en algunos sectores de la clase políticas así como de las clases media y alta de derecha, que entre la izquierda.

Veamos un indicador de la actitud con respecto a la idea democrática dentro de una muestra representativa de los ciudadanos mexicanos. De acuerdo con las mediciones de Latinobarómetro de octubre del 2005, el 53 por ciento de los ciudadanos del subcontinente latinoamericano apoya la idea de la democracia como el sistema de reglas políticas más apropiado para sus respectivas sociedades. Sobresale el que en México, el porcentaje es un poco mayor: 59 por ciento. Sólo los habitantes de Costa Rica, Uruguay, Argentina y República Dominicana, manifestaron un mayor apego que nosotros por este arreglo político.

Y esta actitud positiva de la mayoría hacia el nuevo sistema de poder es aún más sorprendente y digna de aprecio porque, para el grueso de ellos, esta experiencia se da en un entorno donde las instituciones políticas y jurídicas funcionan mal (véanse las mediciones sobre la baja confianza en el Poder Legislativo o los partidos que arrojan las últimas encuestas hechas por Consulta Mitofsky), pero, sobre todo, porque en los únicos cinco años de vida pública democrática el contexto económico ha sido muy desfavorable para la mayoría de la población. En efecto, casi la mitad de los mexicanos (el 47 por ciento) ha sido clasificada como afectada por algún tipo de pobreza -alimentaria, de capacidades o patrimonial- y el crecimiento del producto per cápita entre 2001 y 2005 ha sido de apenas un miserable 0.62 por ciento.

En síntesis, aunque para el grueso de los mexicanos los beneficios tangibles del cambio de régimen ocurrido hace casi seis años han sido pocos, si es que alguno, aun así, la idea misma de la democracia como algo deseable se mantiene vigente. Posiblemente la persistencia del buen ánimo sobre estas reglas del juego se debe al sentido de dignidad ciudadana que trae aparejada la idea de la igualdad política.

La élites dudosas

No hay datos cuantitativos disponibles sobre las actitudes políticas de las élites, sin embargo, es evidente que en algunos de los círculos de "los que mandan" en México, no se confía en la bondad de dejar al juego de las urnas la decisión última de quien debe de gobernar. Y para sostener esta afirmación no hay más que recordar que, al no dar resultado la campaña mediática contra el líder más popular de la izquierda -Andrés Manuel López Obrador (AMLO)- apoyada por tres videos que en el 2004 mostraron a otros tantos dirigentes del PRD recibiendo dinero de un empresario, se decidió escalar el esfuerzo por eliminar a AMLO antes de que pudiera ser candidato a la Presidencia. Fue entonces cuando el propio Presidente de la República, tras un acuerdo con el presidente de la Suprema Corte, y apoyado por las directivas del PAN y del PRI, más un buen número de medios de comunicación, decidió pedir el desafuero del entonces jefe de gobierno para impedirle ser candidato presidencial.

Tal esfuerzo, que consumió una parte sustantiva de la energía política del país, tenía como sustento formal pero sin sustancia real: ¡un supuesto desacato a la orden de un juez por no haber parado y sacado de inmediato de un predio particular la maquinaria que construía una calle para comunicar a un hospital! Sin embargo, desde el inicio quedó claro que la razón de tamaño despropósito era el miedo de que las urnas llegasen a legitimar el derecho de la izquierda a conducir por un sexenio la política del nuevo régimen. En realidad, esa derecha había quedado impactada porque en 1988 la izquierda, entonces encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, ya había mostrado que podía triunfar por la vía del voto.

Una vez que el intento de desafuero se vino abajo en 2005, el PAN decidió montar, a un costo notable, una campaña de saturación en radio y televisión que, coincidente con errores en el discurso de la izquierda y perfectamente combinada con otra campaña encabezada por el propio Presidente de la República, insistía en un mensaje de gran impacto: México, como país y proyecto, estaría en grave peligro si el candidato de la izquierda triunfaba el 2 de julio. Esta vez, como ya había ocurrido en 1994, el miedo dirigido por la mercadotecnia tuvo el efecto que ni los videos ni el desafuero habían podido lograr: poner por delante en las preferencias al candidato de las derechas. Sin embargo, esa delantera se ha ido desvaneciendo para convertirse en empate en vísperas del segundo y último debate entre los candidatos presidenciales. Así, se volvieron a anunciar nuevos videos que, se presumen, ponen en entredicho no a AMLO, pero sí a personajes de su entorno. ¡Y justo cuando se suponía que los videos serían mostrados -horas antes del debate- se produjo un absurdo, y cada vez más sospechoso atentado sin consecuencias contra la camioneta de quien debía dar a conocer los documentos y, aduciendo temor, canceló su presentación! Sin embargo, ya para entonces un periódico había reproducido parte de una conversación entre el creador de esos videos y una persona de su entorno íntimo, donde se sugería que el contenido de estos documentos visuales era tan débil, que podría resultar contraproducente (El Universal, 6 de junio 2006).


Reflexión práctica y teórica


Francamente, el ambiente en que se va a llevar la próxima elección presidencial -intento de eliminar antes de llegar a las urnas al único candidato de izquierda capaz de ganar, una agresiva campaña basada en el miedo, empate técnico en las encuestas, violencia social en Atenco y Michoacán y, finalmente, un intento de revivir el "efecto Bejarano" como contexto del último debate entre los candidatos- es uno que no se merece un país que tuvo que hacer un recorrido largo y penoso antes de llegar a la democracia política. Hoy México debería estar preparándose para ir a las urnas en un animo positivo, de contraste de proyectos, y no en medio de la desconfianza y el desánimo creados artificialmente por una fracción de su clase política, la menos dispuesta a jugar con la regla de que es la voluntad de la mayoría la que decide el curso de la nación.

En un trabajo ya clásico sobre los problemas de las transiciones a la democracia, Juan Linz y Alfred Stepan consideran que la democracia política sólo puede llegar a consolidarse cuando este tipo de régimen se convierte, en términos de comportamiento, actitudes y reglas constitucionales, en "el único juego aceptado por todos" ("the only game in town"). En efecto, la democracia sólo se transforma en algo rutinario cuando ha quedado internalizada en la vida social, institucional e incluso psicológica de los actores, y nadie se aparta de ella en sus cálculos sobre las posibilidades de obtener éxito en la arena política. ("Problems of Democratic Transition and Consolidation, Southern Europe, South America and Post-Communist Europe", John Hopkins University Press, 1996, pp. 5-7). En México, hoy, pareciera que hay un sector políticamente muy activo, donde destaca nada más ni nada menos que la figura presidencial, cuya conducta muestra que duda de estos valores.

Ni en México ni en ninguna parte es posible consolidar este tipo de sistema político sin que quienes se disputan el control legítimo sobre el aparato del Estado no asuman en la práctica, y no sólo en el discurso, los valores y conductas que desemboquen en una contienda por el poder basada en la confianza genuina de que la mayoría, y no las élites, deben decidir, en un juego limpio, quién debe gobernar al país. A asumir esos valores están obligados, en primer lugar, los partidos y todos los altos responsables de la conducción del Estado. En nuestro caso, hay temores de que, en las alturas del poder político y económico, hay quienes han optado por poner obstáculos a la consolidación de la democracia, y eso sí que es un peligro para México.

opinion@elnorte.com

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