Blanche Petrich y Enrique Mendez / LaJornada - [06.10.27 - 09:36:00]
"Teresa, que apenas pasa de los 30, dice con voz ronca: ''Es bueno tener ideas, es bueno tener ideales, es bueno ser una mamá que sus hijas vean que lucha por algo. Pero ¡puta! Cómo cuesta''. Tiene un timbre de decepción; trata de darse ánimos, porque el turno de guardia de 3 a 6 de la mañana es el más frío, el más solitario de todos. "
Oaxaca, Oax., 26 de octubre. Sola a las tres de la madrugada, Teresa Ramírez toma su puesto en la guardia más cruda de todas, al lado de la barricada de costales en el cruce de avenida Guerrero y Fiallo. A media cuadra, el irreconocible zócalo de cantera verde y el antiguo palacio de gobierno, hoy sede de uno de los campamentos de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En otra dirección, a media calle también, las oficinas de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Es un punto crítico en el sistema de barricadas que marcan el territorio apache de esta ciudad. Una de esas defensas que -dicen- es estratégica, resguardada 90 por ciento de las noches y en proporción de 90 por ciento por mujeres. Vaya, por maestras.
Teresa se planta tensa, las piernas separadas. Ajusta la chamarra y afloja los brazos. Fija la vista en la esquina opuesta, donde se levanta una barrera sin luz ni fogata. El motor y las luces de una motocicleta la alertan. ''Pinches motos, son las peores'', masculla. Pero la motocicleta llega y se va; el chavo que la tripula, de cachucha, tan tranquilo. ''Bsss noches''. Otras veces, por lo mismo hubo balazos. Y muertos. Antonio, Pánfilo, el arquitecto... baleados por las que Tere denomina ''caravanas de la muerte'', en noches de guardia, negras y solitarias como esta. Son los nuevos paramilitares en la nómina del gobierno de Ulises Ruiz.
Todo eso habita la cabeza de Teresa, como aquella Teresa Batista cansada de guerra, del novelista bahiano Jorge Amado. Teresa, que vino del istmo, que enseña a niños de primero a tercero de primaria en una escuela de Mitla, que sabe de muertes infantiles por enfermedades curables, de chicos que por hambre no aprenden las letras, de tripas de alumnos con lombrices y trenzas de niñas llenas de liendres, pizarrones sin gises para escribir en ellos, aulas con goteras y caciques panzones y sobrados. Son tantas las historias de ese turno de guardia, en esa misma barricada, que ya irremediablemente se le están borrando de la memoria, dice resignada la profesora.
Y es que son ya cinco meses de tensión, de desgaste. No termina de pronunciar esas palabras cuando otras luces iluminan la misma esquina. Una camioneta Nissan, desmantelada y pintarrajeada, y el caparazón de un vocho patas arriba -viva imagen de Gregorio Samsa el día en que amaneció, desconcertado, con una nueva identidad- son la barricada.
El aire, a esas alturas de las estrellas, huele a basura quemada. La fogata se está apagando. Teresa, que apenas pasa de los 30, dice con voz ronca: ''Es bueno tener ideas, es bueno tener ideales, es bueno ser una mamá que sus hijas vean que lucha por algo. Pero ¡puta! Cómo cuesta''. Tiene un timbre de decepción; trata de darse ánimos, porque el turno de guardia de 3 a 6 de la mañana es el más frío, el más solitario de todos.
¿Por qué dicen que este campamento es de los ''estratégicos''? ¿Por el cascarón de un palacio de gobierno? ¿Porque a una cuadra de los portales está el clausurado hotel Marqués del Valle, cuyo dueño ''prestó'' su azotea para que la policía balaceara desde ahí el plantón de maestros el 14 de junio?
Nada de eso: ''Porque es el que defiende la voluntad del pueblo'', responde una voz cavernosa, de mujer, pero cavernosa, que emerge de un bulto de cobijas. La maestra Carmen acaba de terminar su guardia bajo la carpa adosada al muro de la iglesia (siglo XVII) de San Agustín. Tan coloniales sus venerables muros y tan posmodernistas sus pintas. ''Ratas'', ''mapaches'', maldiciones contra ''URO'' y una sentencia: ''Iglesia traidora del pueblo''. Otra menos secular y más sexenal: ''Abascal, comesantos-cagadiablos''.
¡Pero cómo va a ser! Muchas momias de cobertores emergen para convertirse en maestras del plantón, guardianas de la barricada y, para colmo, devotas católicas. Pero es que el cura de San Agustín se las trae, cuentan. El 14 de junio, cuando la agresión policiaca ordenada por el gobernador Ruiz Ortiz, corrieron con sus hijos para pedir refugio en el templo. El sacerdote les dijo: ''Sólo cuando el desalojo sea de verdad''. Ellas, que no faltan a misa los domingos, sintieron feo. Pero bueno, sería uno de los días del clérigo. Otro día de peligro, cuando sobrevolaron los helicópteros de la Marina, volvieron a correr al portón eclesial. Y el cura volvió a negar su auxilio. Peor, metió el cable del campanario, que siempre colgó hacia la calle, hacia el interior vedado del atrio de la parroquia. ''¡Cuánta difererencia con los padrecitos de los templos de La Merced y Los Siete Príncipes, que sí apoyan!'', dicen las profes.
Pero mientras sigue la charla en el campamento, con las estrellas de las cuatro de la madrugada en todo lo alto, las cobijas y el café de olla, Teresa en pie de guerra otea el horizonte urbano. Ella aún no sabe que la tarde de este jueves -que todavía no clarea- por 30 mil contra 16 mil votos, y la fría indiferencia del resto, de un total de 70 mil maestros, votarían por regresar a clases, desempolvar pupitres y talachear libros el próximo lunes, todo esto con las manos vacías. Porque Ulises Ruiz se sigue llamando gobernador del estado.
"Teresa, que apenas pasa de los 30, dice con voz ronca: ''Es bueno tener ideas, es bueno tener ideales, es bueno ser una mamá que sus hijas vean que lucha por algo. Pero ¡puta! Cómo cuesta''. Tiene un timbre de decepción; trata de darse ánimos, porque el turno de guardia de 3 a 6 de la mañana es el más frío, el más solitario de todos. "
Oaxaca, Oax., 26 de octubre. Sola a las tres de la madrugada, Teresa Ramírez toma su puesto en la guardia más cruda de todas, al lado de la barricada de costales en el cruce de avenida Guerrero y Fiallo. A media cuadra, el irreconocible zócalo de cantera verde y el antiguo palacio de gobierno, hoy sede de uno de los campamentos de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En otra dirección, a media calle también, las oficinas de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Es un punto crítico en el sistema de barricadas que marcan el territorio apache de esta ciudad. Una de esas defensas que -dicen- es estratégica, resguardada 90 por ciento de las noches y en proporción de 90 por ciento por mujeres. Vaya, por maestras.
Teresa se planta tensa, las piernas separadas. Ajusta la chamarra y afloja los brazos. Fija la vista en la esquina opuesta, donde se levanta una barrera sin luz ni fogata. El motor y las luces de una motocicleta la alertan. ''Pinches motos, son las peores'', masculla. Pero la motocicleta llega y se va; el chavo que la tripula, de cachucha, tan tranquilo. ''Bsss noches''. Otras veces, por lo mismo hubo balazos. Y muertos. Antonio, Pánfilo, el arquitecto... baleados por las que Tere denomina ''caravanas de la muerte'', en noches de guardia, negras y solitarias como esta. Son los nuevos paramilitares en la nómina del gobierno de Ulises Ruiz.
Todo eso habita la cabeza de Teresa, como aquella Teresa Batista cansada de guerra, del novelista bahiano Jorge Amado. Teresa, que vino del istmo, que enseña a niños de primero a tercero de primaria en una escuela de Mitla, que sabe de muertes infantiles por enfermedades curables, de chicos que por hambre no aprenden las letras, de tripas de alumnos con lombrices y trenzas de niñas llenas de liendres, pizarrones sin gises para escribir en ellos, aulas con goteras y caciques panzones y sobrados. Son tantas las historias de ese turno de guardia, en esa misma barricada, que ya irremediablemente se le están borrando de la memoria, dice resignada la profesora.
Y es que son ya cinco meses de tensión, de desgaste. No termina de pronunciar esas palabras cuando otras luces iluminan la misma esquina. Una camioneta Nissan, desmantelada y pintarrajeada, y el caparazón de un vocho patas arriba -viva imagen de Gregorio Samsa el día en que amaneció, desconcertado, con una nueva identidad- son la barricada.
El aire, a esas alturas de las estrellas, huele a basura quemada. La fogata se está apagando. Teresa, que apenas pasa de los 30, dice con voz ronca: ''Es bueno tener ideas, es bueno tener ideales, es bueno ser una mamá que sus hijas vean que lucha por algo. Pero ¡puta! Cómo cuesta''. Tiene un timbre de decepción; trata de darse ánimos, porque el turno de guardia de 3 a 6 de la mañana es el más frío, el más solitario de todos.
¿Por qué dicen que este campamento es de los ''estratégicos''? ¿Por el cascarón de un palacio de gobierno? ¿Porque a una cuadra de los portales está el clausurado hotel Marqués del Valle, cuyo dueño ''prestó'' su azotea para que la policía balaceara desde ahí el plantón de maestros el 14 de junio?
Nada de eso: ''Porque es el que defiende la voluntad del pueblo'', responde una voz cavernosa, de mujer, pero cavernosa, que emerge de un bulto de cobijas. La maestra Carmen acaba de terminar su guardia bajo la carpa adosada al muro de la iglesia (siglo XVII) de San Agustín. Tan coloniales sus venerables muros y tan posmodernistas sus pintas. ''Ratas'', ''mapaches'', maldiciones contra ''URO'' y una sentencia: ''Iglesia traidora del pueblo''. Otra menos secular y más sexenal: ''Abascal, comesantos-cagadiablos''.
¡Pero cómo va a ser! Muchas momias de cobertores emergen para convertirse en maestras del plantón, guardianas de la barricada y, para colmo, devotas católicas. Pero es que el cura de San Agustín se las trae, cuentan. El 14 de junio, cuando la agresión policiaca ordenada por el gobernador Ruiz Ortiz, corrieron con sus hijos para pedir refugio en el templo. El sacerdote les dijo: ''Sólo cuando el desalojo sea de verdad''. Ellas, que no faltan a misa los domingos, sintieron feo. Pero bueno, sería uno de los días del clérigo. Otro día de peligro, cuando sobrevolaron los helicópteros de la Marina, volvieron a correr al portón eclesial. Y el cura volvió a negar su auxilio. Peor, metió el cable del campanario, que siempre colgó hacia la calle, hacia el interior vedado del atrio de la parroquia. ''¡Cuánta difererencia con los padrecitos de los templos de La Merced y Los Siete Príncipes, que sí apoyan!'', dicen las profes.
Pero mientras sigue la charla en el campamento, con las estrellas de las cuatro de la madrugada en todo lo alto, las cobijas y el café de olla, Teresa en pie de guerra otea el horizonte urbano. Ella aún no sabe que la tarde de este jueves -que todavía no clarea- por 30 mil contra 16 mil votos, y la fría indiferencia del resto, de un total de 70 mil maestros, votarían por regresar a clases, desempolvar pupitres y talachear libros el próximo lunes, todo esto con las manos vacías. Porque Ulises Ruiz se sigue llamando gobernador del estado.
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