miércoles, octubre 25, 2006

El derecho al miedo

Pocas veces me tomo el tiempo de reflexionar pero podemos ver la liena que seguira Milenio diario con estas liens estas palbras que invitan sin mas a la represion, si señor, Aguilar camin cual pandillero de barrio le dice al gobierno entrale collon, no seas cobarde, mira te estan madrando echale... Asi con esa alma podrida estan azusando sin rubor a los gorilitas a usar la fuerza y qeu corra la sangre y asi nos olvidamos del sindrome del 68 para tener nuestro propio sindrome el del 2006.
Vaya con este cabron......

acamin@milenio.com

El Estado mexicano termina donde se alza frente a él un grupo dispuesto a matar y morir. El narco es la expresión mayor de ese límite.

Los asambleístas de Oaxaca, que destruyen su estado y su ciudad, son su expresión visible en estos días.

Antes, lo fueron los mineros de Las Truchas, que resistieron a la fuerza pública en defensa de su líder prófugo.

Antes, los macheteros de Atenco, que impidieron la construcción de un aeropuerto que hubiera sido el negocio de sus vidas.

Antes, los ultras de la UNAM, que se quedaron nueve meses con su alma mater.

Antes de todo eso, en 1994, la rebelión zapatista, que se quedó con parte de Chiapas.

La rebelión zapatista de 1994 es quizá el origen reciente de la construcción del “síndrome del 68”, como ha llamado a este límite del estado Luis González de Alba, uno de los reprimidos del 68 que está harto del “síndrome del 68”.

Se dice que Manuel Camacho le dijo al presidente Salinas ante la revuelta chiapaneca: “No puedes mancharte las manos de sangre y pasar a la historia como Díaz Ordaz”. Salinas decretó la paz unilateral a los rebeldes chiapanecos. Ahí siguen, dueños de parte de Chiapas.

El síndrome del 68 se refiere al temor alérgico de las autoridades a usar la fuerza pública y pasar a la historia como pasó el presidente Díaz Ordaz por la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, es decir, como un oscuro y simiesco represor.

El triunfo cultural de los deudos del 68 ha sido total. Han sembrado a fondo su queja histórica contra la represión gubernamental. Han llenado con ella nuestro presente. El reflejo de la sociedad mexicana contra cualquier violencia del gobierno es absoluto, convoca de inmediato el rechazo ciego al gobierno y la solidaridad ciega con las víctimas. La sociedad se protege así de los abusos del Estado, no hay duda, pero se desprotege también de quienes la amenazan violando la ley.

El temor al veredicto de la historia inhabilita a los gobernantes para resolver los conflictos presentes. Es una cadena maléfica. Quien la rompa habrá dado un paso mayor en el rescate de la legitimidad del Estado y de su capacidad de respuesta a los retos de gobernabilidad que le salen al paso, ante los cuales, parece tan perdido, resignado y amedrentado, como el más pacífico de los ciudadanos.

El ciudadano tiene derecho al miedo. El Estado, no.

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