Autor: Enrique Maza
Fecha: 27-Ago-2006
El miércoles 16 de agosto, Manuel Espino, líder nacional panista, hizo declaraciones que vale la pena rescatar. Dijo que la alianza PRI-PAN en Chiapas busca “acotar esa expresión populista reventadora de la estabilidad nacional” y a López Obrador, “que representa un peligro para México”, y “evitar el fortalecimiento de movimientos que amenazan la seguridad nacional”. Y el martes 22, Vicente Fox, ante medios de comunicación alemanes, se erigió en juez electoral supremo, declaró vencedor a Felipe Calderón y redujo a una simple calle la protesta popular por el fraude en las elecciones.
No sería del todo exacto calificar esas expresiones y actitudes de fascistas. Pero dado que el fascismo es una ideología autoritaria alimentada por las clases económicamente poderosas, para oponerse a los movimientos obreros y populares, y a la democracia liberal, las expresiones de Espino, las afirmaciones de Fox y las actitudes del PAN, si no son fascismo, lo bordean de muy cerca. El fascismo es un movimiento totalitario en la medida en que aspira a intervenir en la totalidad de los aspectos de la vida del individuo. Se caracteriza por su combatividad contra todo movimiento de izquierda, contra todo surgimiento popular, contra la pluralidad y la variedad, y tiene una base racial. Tiende a sustituir el voto, en cuanto expresión de la voluntad popular, por el apoyo al líder, y no considera un valor la libertad de expresión y de protesta. Y además recurre a la violencia sistemática para obtener el poder o mantenerse en él, de lo cual es una muestra el sitio militar a la Cámara de Diputados. Eso es darle a la violencia un valor positivo como fuerza de autoridad.
Las protestas populares están introduciendo en nuestra historia una exigencia difícil de lucha continua, vehemente, a contrapelo, que los dueños económicos, políticos y sociales descalifican como izquierdismo y como violencia antisocial, ilegal y destructora, mientras ellos mismos son los que destruyen toda posibilidad y todo derecho de vida realmente humana para las mayorías pobres.
El problema consiste en no perder la capacidad de pensar desde adentro de esta historia popular nueva que, por supuesto, se le quiere negar al pueblo con toda clase de amenazas, descalificaciones, fraudes y exabruptos fascistoides. No perder la capacidad de pensar y la lucidez, inclusive desde el fondo de la violencia ya estructurada y de la nueva violencia que se quiere imponer, de la altanería que impugna al pueblo y de la desgarradura de la injusticia que se quiere hacer prevalecer.
Esta es una tarea que no puede medirse con los parámetros de la eficacia humana y menos aún de la eficacia empresarial. Tiene que medirse y que enfrentarse a todo lo largo, lo ancho y lo profundo de la violencia institucional y autoritaria, de sus justificaciones, de la envergadura de sus ramificaciones sociales, económicas, políticas, religiosas, psicológicas, espirituales y rituales. Porque la magnitud de su arraigo en las conciencias individuales y colectivas pesa ya mucho sobre las vidas de los pobres.
La justicia, el derecho y la verdad empiezan a cobrar una importancia capital en estos tiempos irascibles y ensombrecidos de fraude. El ambiente se ha vuelto inestable y también puede volverse amenazador, porque hay algo que se enferma cuando está de por medio el poder. Lo ideológico, lo partidista, lo interesado, lo inconfesable empiezan a parecerse a lo terrible. Y, además, empiezan a alegar que Dios está de su parte. Lo que está en juego es saber si vamos a convertir en historia lo negativo y lo inhumano; porque aquí y ahora el evento fundamental, que es el fraude electoral, va a pasar de la violencia actual a la explotación del pueblo, como todos los fraudes electorales pasados. Pero la pobreza y la muerte de los pobres no son simples eventos, como no lo fueron Atenco y Pasta de Conchos, por citar dos. Sólo que ahora se alzó una buena parte del pueblo, porque la paz únicamente es paz si la corona la justicia.
El Estado mexicano es la sede de una concentración solemnizada de la violencia, porque es la zona concentrada del poder. En México tenemos que aprender quién manda, quién tiene el dominio –no la autoridad– y en beneficio de quién. Eso es y ha sido siempre intocable en México, desde los aztecas hasta Fox, con todo y Porfirio Díaz y el PRI. Y ahora el PAN. De eso se trata el fraude electoral, de que todos aprendamos quién manda. El problema es que ahora se enfrentaron dos soberanías, y la popular ya empezó a decir que no, de manera pacífica pero tajante, y se enfrenta así al objetivo central de la violencia, confesado o no, que es la muerte del otro, aunque sea sólo la política, si no se puede causar la muerte física.
Se trata de ser conscientes de la realidad de violencia y, por tanto, de injusticia, que invade a nuestro país. La reflexión y la conciencia tendrán que ser más grandes que nuestra historia misma para que puedan exigir otro orden que no sea la violencia y la injusticia que han hecho y que han escrito nuestra historia por la mano de los fuertes con la sangre de los débiles. Los plantones populares atacan esa historia con actos de desobediencia, de rechazo, incluso de rebeldía, porque anuncian una nueva oportunidad moral a través de una acción necesariamente política, de una acción constructiva y continua sobre las estructuras y las instituciones. ?
Fecha: 27-Ago-2006
El miércoles 16 de agosto, Manuel Espino, líder nacional panista, hizo declaraciones que vale la pena rescatar. Dijo que la alianza PRI-PAN en Chiapas busca “acotar esa expresión populista reventadora de la estabilidad nacional” y a López Obrador, “que representa un peligro para México”, y “evitar el fortalecimiento de movimientos que amenazan la seguridad nacional”. Y el martes 22, Vicente Fox, ante medios de comunicación alemanes, se erigió en juez electoral supremo, declaró vencedor a Felipe Calderón y redujo a una simple calle la protesta popular por el fraude en las elecciones.
No sería del todo exacto calificar esas expresiones y actitudes de fascistas. Pero dado que el fascismo es una ideología autoritaria alimentada por las clases económicamente poderosas, para oponerse a los movimientos obreros y populares, y a la democracia liberal, las expresiones de Espino, las afirmaciones de Fox y las actitudes del PAN, si no son fascismo, lo bordean de muy cerca. El fascismo es un movimiento totalitario en la medida en que aspira a intervenir en la totalidad de los aspectos de la vida del individuo. Se caracteriza por su combatividad contra todo movimiento de izquierda, contra todo surgimiento popular, contra la pluralidad y la variedad, y tiene una base racial. Tiende a sustituir el voto, en cuanto expresión de la voluntad popular, por el apoyo al líder, y no considera un valor la libertad de expresión y de protesta. Y además recurre a la violencia sistemática para obtener el poder o mantenerse en él, de lo cual es una muestra el sitio militar a la Cámara de Diputados. Eso es darle a la violencia un valor positivo como fuerza de autoridad.
Las protestas populares están introduciendo en nuestra historia una exigencia difícil de lucha continua, vehemente, a contrapelo, que los dueños económicos, políticos y sociales descalifican como izquierdismo y como violencia antisocial, ilegal y destructora, mientras ellos mismos son los que destruyen toda posibilidad y todo derecho de vida realmente humana para las mayorías pobres.
El problema consiste en no perder la capacidad de pensar desde adentro de esta historia popular nueva que, por supuesto, se le quiere negar al pueblo con toda clase de amenazas, descalificaciones, fraudes y exabruptos fascistoides. No perder la capacidad de pensar y la lucidez, inclusive desde el fondo de la violencia ya estructurada y de la nueva violencia que se quiere imponer, de la altanería que impugna al pueblo y de la desgarradura de la injusticia que se quiere hacer prevalecer.
Esta es una tarea que no puede medirse con los parámetros de la eficacia humana y menos aún de la eficacia empresarial. Tiene que medirse y que enfrentarse a todo lo largo, lo ancho y lo profundo de la violencia institucional y autoritaria, de sus justificaciones, de la envergadura de sus ramificaciones sociales, económicas, políticas, religiosas, psicológicas, espirituales y rituales. Porque la magnitud de su arraigo en las conciencias individuales y colectivas pesa ya mucho sobre las vidas de los pobres.
La justicia, el derecho y la verdad empiezan a cobrar una importancia capital en estos tiempos irascibles y ensombrecidos de fraude. El ambiente se ha vuelto inestable y también puede volverse amenazador, porque hay algo que se enferma cuando está de por medio el poder. Lo ideológico, lo partidista, lo interesado, lo inconfesable empiezan a parecerse a lo terrible. Y, además, empiezan a alegar que Dios está de su parte. Lo que está en juego es saber si vamos a convertir en historia lo negativo y lo inhumano; porque aquí y ahora el evento fundamental, que es el fraude electoral, va a pasar de la violencia actual a la explotación del pueblo, como todos los fraudes electorales pasados. Pero la pobreza y la muerte de los pobres no son simples eventos, como no lo fueron Atenco y Pasta de Conchos, por citar dos. Sólo que ahora se alzó una buena parte del pueblo, porque la paz únicamente es paz si la corona la justicia.
El Estado mexicano es la sede de una concentración solemnizada de la violencia, porque es la zona concentrada del poder. En México tenemos que aprender quién manda, quién tiene el dominio –no la autoridad– y en beneficio de quién. Eso es y ha sido siempre intocable en México, desde los aztecas hasta Fox, con todo y Porfirio Díaz y el PRI. Y ahora el PAN. De eso se trata el fraude electoral, de que todos aprendamos quién manda. El problema es que ahora se enfrentaron dos soberanías, y la popular ya empezó a decir que no, de manera pacífica pero tajante, y se enfrenta así al objetivo central de la violencia, confesado o no, que es la muerte del otro, aunque sea sólo la política, si no se puede causar la muerte física.
Se trata de ser conscientes de la realidad de violencia y, por tanto, de injusticia, que invade a nuestro país. La reflexión y la conciencia tendrán que ser más grandes que nuestra historia misma para que puedan exigir otro orden que no sea la violencia y la injusticia que han hecho y que han escrito nuestra historia por la mano de los fuertes con la sangre de los débiles. Los plantones populares atacan esa historia con actos de desobediencia, de rechazo, incluso de rebeldía, porque anuncian una nueva oportunidad moral a través de una acción necesariamente política, de una acción constructiva y continua sobre las estructuras y las instituciones. ?
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