Juárez y el Estado laico
Bicentenario del Benemérito: Todos los Juárez menos uno: el Juárez de la Reforma.
El indio zapoteca que llegó a ser presidente. (Carta de un quídam guanajuatense a un ídem de la capital a principios de 1858: “Ha llegado a ésta un indio que se dice presidente de la República”.) Juárez el impasible en medio de la tormenta. El hombre que supo ser estadista sin dejar de ser político. Juárez el honesto congénito (Cosío Villegas). Juárez católico y Juárez simpatizante del protestantismo. Juárez mito fabricado por historiadores de ayer y de hoy. Juárez el icono fundacional del Estado mexicano, y el Juárez que vive en el imaginario popular. (5 de mayo, Día de la Independencia para la Raza en Estados Unidos.) Juárez hombre, esposo, profundamente desconfiado, amigo fiel de muy pocos, terco, visionario, pragmático, exiliado, guerrero, pacifista, paladín de la legalidad, perseguido, presidente que impone la pena de muerte a un ilustre adversario. Juárez baluarte de la soberanía nacional frente a la intervención, y Juárez proyanqui. Si Juárez no hubiera muerto… y lo que el viento a Juárez…
Bicentenario del Benemérito: Todos los Juárez posibles menos uno: el de la Reforma. ¿Pero por qué ocupa Juárez un papel tan destacado en la historia de México? ¿Por sus fuerzas y debilidades, sus fobias y sus filias personales? ¿Porque fue un presidente indio? ¿Porque simpatizaba con Lincoln y acabó siendo más astuto que Bazaine?
Sin Reforma no hay Juárez. El indio de Guelatao sólo se hace notar en forma recia en política nacional a los 48 años de edad, cuando se inicia el gran movimiento de Reforma. Antes, es una figura local en uno de los estados más pobres del país. Todavía en 1855 los diplomáticos extranjeros que informan a sus gobiernos sobre política mexicana lo catalogan como figura de tercer orden, a la cola de muchos otros liberales. Juárez es hechura de la Reforma y será su dirigente más emblemático. Pero la Reforma no es sólo obra suya. Hay un centenar de hombres extraordinarios que colaboraron con él y lo defendieron sin dejar de criticarlo y cuestionarlo rabiosamente, a cada paso. Un líder que dominó la escena 15 años sin volverse caudillo porque no quiso, o más probablemente porque esas personas extraordinarias no lo dejaron.
La Reforma es también la obra de miles de mexicanos que encabezaron los movimientos liberales en las provincias enfrentando el poder de la tradición, el oscurantismo y el fundamentalismo del México Bárbaro de entonces. Pero, sobre todo, la Reforma se fue amasando con el sudor y la sangre de cientos de miles de hombres que lucharon del lado liberal en los tres años de guerra civil y contra el “mejor ejército del mundo” durante cinco años más. La Reforma es obra de una clase minoritaria, incipiente, la clase media de los primeros 50 años del México independiente que no tenía un lugar en el sistema de castas del antiguo régimen colonial. Una clase que se fue construyendo, decantando, definiendo en la movilidad social, en la lucha contra un pasado discriminatorio. Rancheros, chinacos, artesanos urbanos movilizados, estudiantes inspirados por el patriotismo, abogados transformados en generales, sacerdotes liberales, caciques vestidos de diputados, mulatos elegidos gobernadores. “El siglo XIX –dice Altamirano– puede ser considerado como el escenario del hombre de la clase media que pugna no sólo por apoderarse del poder, sino por encauzar al país en el camino del progreso”. La “justa medianía” que Juárez recomienda a los funcionarios es la confesión de su pertenencia a esa clase.
La Reforma es también hechura de varias utopías del siglo XIX: el liberalismo, la libertad de empresa, la magia del capitalismo capaz de fabricar abundancia como cura a la herencia colonial de miseria y atraso. La Reforma es todo eso, y la grandeza de Juárez es que en su persona y su trayectoria se funden muchas de esas experiencias, cualidades y defectos multitudinarios. Como el anciano Hidalgo hubiera muerto en el anonimato sin la Independencia y Zapata y Villa nada habrían sido sin la Revolución, Juárez es hechura de la Reforma. Pero también, hay que reconocerlo, la Independencia no hubiera arrancado sin el cura de Dolores y la Revolución es inimaginable sin Zapata y Villa. En cuanto a la Reforma, jamás habría triunfado sin Juárez. Pero si cuando de Zapata y Villa hablamos, también hablamos de la Revolución, ¿por qué celebramos a Juárez sin decir una palabra de la Reforma?
Porque la Reforma es tema polémico en extremo, actual a más no poder, incómodo para muchos y poco estudiado como tal. Innumerables biografías de Juárez, desde la época en que aún vivía, hasta hace 10 años. Varios libros excelentes sobre el liberalismo como pensamiento, incluyendo los tres tomos de Reyes Heroles. Poco o nada grande sobre la Reforma, esa desconocida. Ahí van dos semillitas en terreno eriazo.
La Reforma y Juárez son ante todo los fundadores de un Estado laico soberano hacia adentro y hacia afuera. Hacia adentro, respecto a dos corporaciones que ocupaban su espacio opacándolo: la Iglesia y el Ejército profesional heredados de la Colonia. Hacia afuera, en relación a potencias que le negaban el respeto, sobre todo después de la ignominiosa derrota frente a Estados Unidos. La Reforma y Juárez doblegaron a los primeros y consolidaron la soberanía de un Estado republicano, federal y laico. Mandaron además un mensaje claro a las potencias europeas decimonónicas: la conquista de México es una aventura que puede resultar costosa, incierta e incluso peligrosa.
La suma del poder espiritual y material de la Iglesia en los primeros 30 años de vida independiente la transformaban en un Estado dentro del Estado. Mientras la Nueva España formó parte del imperio español, eso era mitigado por el poder que tenía sobre ella el rey de España a través del patronato y la dependencia del Vaticano con respecto a la Corona. Desaparecido el Virreinato, se formó del lado laico un inmenso vacío que tardaría varias décadas en ser cabalmente ocupado. La Iglesia, en cambio, quedó muy fortalecida, con su inmenso poder sobre la mente, la vida cotidiana y la fe de los mexicanos; su control del sistema educativo, de la salud y la caridad; sus privilegios sociales y legales; sus cuantiosas propiedades urbanas y rurales. Con su dominio sobre el capital hipotecario, la obligatoriedad del diezmo y las primicias, las cuotas que cobraba por sus servicios, cumplía muchas de las funciones del Estado y representaba un rival temible para cualquier tipo de nuevo pretendiente laico.
Por el otro lado, la imagen que presentaba el naciente Estado independiente era lamentable. El primero y más difícil de los retos era construir una autoridad legítima diferente a la del rey para una población que había vivido bajo una monarquía centralista desde la época prehispánica. ¿Qué tanto debían diferir las nuevas formas de gobierno de las tradicionales? En medio siglo se probaron un imperio criollo, el federalismo, la república centralista, la dictadura bonapartista y un imperio de origen austriaco. Las fluctuaciones en las formas de Estado probadas y desechadas contrastaban con la inamovilidad del poder de la iglesia, basado en siglos de tradición.
El poder real descansaba en la Iglesia, en los hombres fuertes del Ejército, en los caudillos y caciques regionales que actuaban por encima de las leyes y en las instituciones que en vano trataba de consolidar el gobierno republicano nacional. Las finanzas estaban en ruinas. La recaudación era baja e irregular; los gastos militares, enormes, y la deuda externa e interna, impagables. A eso habría que agregar las constantes amenazas y agresiones externas que estuvieron varias veces a punto de frustrar la consolidación de un Estado mexicano independiente.
La situación no tenía más que dos salidas: La Iglesia cedía paulatinamente sus privilegios y prerrogativas temporales, reconociendo la soberanía del Estado laico, mientras éste garantizaba el libre ejercicio de sus derechos religiosos y parte de su riqueza, o bien un choque frontal que llevaba inevitablemente a la guerra civil. Desgraciadamente se impuso la segunda, y la Reforma fue la culminación del conflicto causado en buena parte por la intransigencia de Pío IX, sumergido en un conflicto similar con el movimiento liberal nacionalista italiano. Un Papa cuya oposición a todos los cambios de la era moderna lo llevaron a graves conflictos con casi todos los gobiernos europeos y varios latinoamericanos.
La Reforma, la intervención y Juárez son la culminación de ese conflicto. La república federal y laica nace de una revolución contra la herencia colonial y una guerra de independencia nacional. Juárez es la gran figura política de esa lucha. Sus cualidades y defectos adquieren sentido histórico sólo y exclusivamente en ese papel. Lo que más grande lo hace es ser una expresión sintética de las cualidades que surgieron en el seno de la incipiente nación mexicana, sublimadas en el liderazgo político. Nunca fue ni aspiró a ser más. Otros mexicanos se distinguieron tanto y más en campos distintos. La época produjo brillantes intelectuales comprometidos, una intelligentzia como nunca hemos vuelto a tener. Muchos más se destacaron como hábiles jefes militares, guerrilleros astutos, diplomáticos de altura, gobernantes locales honestos y visionarios. Todo, en medio del caos, la corrupción, el oportunismo, la frivolidad, la inconsecuencia y la especulación monetaria desenfrenada.
Bicentenario del Benemérito: símbolo político, lucidez y visión de estadista en un momento extraordinario de la historia en que los mexicanos pasaron varias pruebas en forma sobresaliente: la Reforma. ?
Bicentenario del Benemérito: Todos los Juárez menos uno: el Juárez de la Reforma.
El indio zapoteca que llegó a ser presidente. (Carta de un quídam guanajuatense a un ídem de la capital a principios de 1858: “Ha llegado a ésta un indio que se dice presidente de la República”.) Juárez el impasible en medio de la tormenta. El hombre que supo ser estadista sin dejar de ser político. Juárez el honesto congénito (Cosío Villegas). Juárez católico y Juárez simpatizante del protestantismo. Juárez mito fabricado por historiadores de ayer y de hoy. Juárez el icono fundacional del Estado mexicano, y el Juárez que vive en el imaginario popular. (5 de mayo, Día de la Independencia para la Raza en Estados Unidos.) Juárez hombre, esposo, profundamente desconfiado, amigo fiel de muy pocos, terco, visionario, pragmático, exiliado, guerrero, pacifista, paladín de la legalidad, perseguido, presidente que impone la pena de muerte a un ilustre adversario. Juárez baluarte de la soberanía nacional frente a la intervención, y Juárez proyanqui. Si Juárez no hubiera muerto… y lo que el viento a Juárez…
Bicentenario del Benemérito: Todos los Juárez posibles menos uno: el de la Reforma. ¿Pero por qué ocupa Juárez un papel tan destacado en la historia de México? ¿Por sus fuerzas y debilidades, sus fobias y sus filias personales? ¿Porque fue un presidente indio? ¿Porque simpatizaba con Lincoln y acabó siendo más astuto que Bazaine?
Sin Reforma no hay Juárez. El indio de Guelatao sólo se hace notar en forma recia en política nacional a los 48 años de edad, cuando se inicia el gran movimiento de Reforma. Antes, es una figura local en uno de los estados más pobres del país. Todavía en 1855 los diplomáticos extranjeros que informan a sus gobiernos sobre política mexicana lo catalogan como figura de tercer orden, a la cola de muchos otros liberales. Juárez es hechura de la Reforma y será su dirigente más emblemático. Pero la Reforma no es sólo obra suya. Hay un centenar de hombres extraordinarios que colaboraron con él y lo defendieron sin dejar de criticarlo y cuestionarlo rabiosamente, a cada paso. Un líder que dominó la escena 15 años sin volverse caudillo porque no quiso, o más probablemente porque esas personas extraordinarias no lo dejaron.
La Reforma es también la obra de miles de mexicanos que encabezaron los movimientos liberales en las provincias enfrentando el poder de la tradición, el oscurantismo y el fundamentalismo del México Bárbaro de entonces. Pero, sobre todo, la Reforma se fue amasando con el sudor y la sangre de cientos de miles de hombres que lucharon del lado liberal en los tres años de guerra civil y contra el “mejor ejército del mundo” durante cinco años más. La Reforma es obra de una clase minoritaria, incipiente, la clase media de los primeros 50 años del México independiente que no tenía un lugar en el sistema de castas del antiguo régimen colonial. Una clase que se fue construyendo, decantando, definiendo en la movilidad social, en la lucha contra un pasado discriminatorio. Rancheros, chinacos, artesanos urbanos movilizados, estudiantes inspirados por el patriotismo, abogados transformados en generales, sacerdotes liberales, caciques vestidos de diputados, mulatos elegidos gobernadores. “El siglo XIX –dice Altamirano– puede ser considerado como el escenario del hombre de la clase media que pugna no sólo por apoderarse del poder, sino por encauzar al país en el camino del progreso”. La “justa medianía” que Juárez recomienda a los funcionarios es la confesión de su pertenencia a esa clase.
La Reforma es también hechura de varias utopías del siglo XIX: el liberalismo, la libertad de empresa, la magia del capitalismo capaz de fabricar abundancia como cura a la herencia colonial de miseria y atraso. La Reforma es todo eso, y la grandeza de Juárez es que en su persona y su trayectoria se funden muchas de esas experiencias, cualidades y defectos multitudinarios. Como el anciano Hidalgo hubiera muerto en el anonimato sin la Independencia y Zapata y Villa nada habrían sido sin la Revolución, Juárez es hechura de la Reforma. Pero también, hay que reconocerlo, la Independencia no hubiera arrancado sin el cura de Dolores y la Revolución es inimaginable sin Zapata y Villa. En cuanto a la Reforma, jamás habría triunfado sin Juárez. Pero si cuando de Zapata y Villa hablamos, también hablamos de la Revolución, ¿por qué celebramos a Juárez sin decir una palabra de la Reforma?
Porque la Reforma es tema polémico en extremo, actual a más no poder, incómodo para muchos y poco estudiado como tal. Innumerables biografías de Juárez, desde la época en que aún vivía, hasta hace 10 años. Varios libros excelentes sobre el liberalismo como pensamiento, incluyendo los tres tomos de Reyes Heroles. Poco o nada grande sobre la Reforma, esa desconocida. Ahí van dos semillitas en terreno eriazo.
La Reforma y Juárez son ante todo los fundadores de un Estado laico soberano hacia adentro y hacia afuera. Hacia adentro, respecto a dos corporaciones que ocupaban su espacio opacándolo: la Iglesia y el Ejército profesional heredados de la Colonia. Hacia afuera, en relación a potencias que le negaban el respeto, sobre todo después de la ignominiosa derrota frente a Estados Unidos. La Reforma y Juárez doblegaron a los primeros y consolidaron la soberanía de un Estado republicano, federal y laico. Mandaron además un mensaje claro a las potencias europeas decimonónicas: la conquista de México es una aventura que puede resultar costosa, incierta e incluso peligrosa.
La suma del poder espiritual y material de la Iglesia en los primeros 30 años de vida independiente la transformaban en un Estado dentro del Estado. Mientras la Nueva España formó parte del imperio español, eso era mitigado por el poder que tenía sobre ella el rey de España a través del patronato y la dependencia del Vaticano con respecto a la Corona. Desaparecido el Virreinato, se formó del lado laico un inmenso vacío que tardaría varias décadas en ser cabalmente ocupado. La Iglesia, en cambio, quedó muy fortalecida, con su inmenso poder sobre la mente, la vida cotidiana y la fe de los mexicanos; su control del sistema educativo, de la salud y la caridad; sus privilegios sociales y legales; sus cuantiosas propiedades urbanas y rurales. Con su dominio sobre el capital hipotecario, la obligatoriedad del diezmo y las primicias, las cuotas que cobraba por sus servicios, cumplía muchas de las funciones del Estado y representaba un rival temible para cualquier tipo de nuevo pretendiente laico.
Por el otro lado, la imagen que presentaba el naciente Estado independiente era lamentable. El primero y más difícil de los retos era construir una autoridad legítima diferente a la del rey para una población que había vivido bajo una monarquía centralista desde la época prehispánica. ¿Qué tanto debían diferir las nuevas formas de gobierno de las tradicionales? En medio siglo se probaron un imperio criollo, el federalismo, la república centralista, la dictadura bonapartista y un imperio de origen austriaco. Las fluctuaciones en las formas de Estado probadas y desechadas contrastaban con la inamovilidad del poder de la iglesia, basado en siglos de tradición.
El poder real descansaba en la Iglesia, en los hombres fuertes del Ejército, en los caudillos y caciques regionales que actuaban por encima de las leyes y en las instituciones que en vano trataba de consolidar el gobierno republicano nacional. Las finanzas estaban en ruinas. La recaudación era baja e irregular; los gastos militares, enormes, y la deuda externa e interna, impagables. A eso habría que agregar las constantes amenazas y agresiones externas que estuvieron varias veces a punto de frustrar la consolidación de un Estado mexicano independiente.
La situación no tenía más que dos salidas: La Iglesia cedía paulatinamente sus privilegios y prerrogativas temporales, reconociendo la soberanía del Estado laico, mientras éste garantizaba el libre ejercicio de sus derechos religiosos y parte de su riqueza, o bien un choque frontal que llevaba inevitablemente a la guerra civil. Desgraciadamente se impuso la segunda, y la Reforma fue la culminación del conflicto causado en buena parte por la intransigencia de Pío IX, sumergido en un conflicto similar con el movimiento liberal nacionalista italiano. Un Papa cuya oposición a todos los cambios de la era moderna lo llevaron a graves conflictos con casi todos los gobiernos europeos y varios latinoamericanos.
La Reforma, la intervención y Juárez son la culminación de ese conflicto. La república federal y laica nace de una revolución contra la herencia colonial y una guerra de independencia nacional. Juárez es la gran figura política de esa lucha. Sus cualidades y defectos adquieren sentido histórico sólo y exclusivamente en ese papel. Lo que más grande lo hace es ser una expresión sintética de las cualidades que surgieron en el seno de la incipiente nación mexicana, sublimadas en el liderazgo político. Nunca fue ni aspiró a ser más. Otros mexicanos se distinguieron tanto y más en campos distintos. La época produjo brillantes intelectuales comprometidos, una intelligentzia como nunca hemos vuelto a tener. Muchos más se destacaron como hábiles jefes militares, guerrilleros astutos, diplomáticos de altura, gobernantes locales honestos y visionarios. Todo, en medio del caos, la corrupción, el oportunismo, la frivolidad, la inconsecuencia y la especulación monetaria desenfrenada.
Bicentenario del Benemérito: símbolo político, lucidez y visión de estadista en un momento extraordinario de la historia en que los mexicanos pasaron varias pruebas en forma sobresaliente: la Reforma. ?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario