viernes, agosto 04, 2006

Resistencia civil Lorenzo Meyer

Resistencia civil

Una forma de aproximarse a la actual coyuntura mexicana es verla simplemente como una lucha de líderes e intereses de la clase política. Desde luego que hay materia para tal interpretación. Sin embargo, otro posible nivel explicativo, de más fondo, es intentar comprender el problema como resultado de una gran, enorme, falla de líderes e instituciones que viene de tiempo atrás.

Posiblemente el momento electoral del 2006 exigía un estándar de conducta muy alto a instituciones aún endebles en su armazón y raigambre democráticas; instituciones todavía empapadas de vicios del viejo régimen autoritario y corporativo, como son Presidencia de la República, Procuraduría General, partidos, sindicatos, organizaciones patronales, Instituto Federal Electoral (¿Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife)?), medios masivos de comunicación y otras.

El actual movimiento de resistencia civil en México, quizá apenas en su etapa inicial, es resultado, entre otras cosas, de un mal procesamiento de las tensiones que resultaron del choque electoral, muy abierto y directo de intereses ideológicos y de clase. Encima, una vez que la unidad artificial del autoritarismo priista se desmoronara, empezó a brotar un pluralismo genuino pero cuya naturaleza es áspera, reflejo fiel de la brutal y premoderna estructura social mexicana. En fin, que la dureza de la realidad social en un ambiente políticamente más libre y democrático desembocó en la imposibilidad de que las instituciones -y sus dirigentes- que intervinieron en la última elección presidencial, encauzaran de manera prudente, inteligente y honesta, un choque de intereses severo pero enteramente previsible.

Resistencia o desobediencia civil

En términos históricos, la resistencia civil siempre y en todas partes ha sido un esfuerzo cuesta arriba de una parte minoritaria pero activa, por introducir modificaciones en la naturaleza del proceso político que no habían podido hacerse dentro del marco institucional. La energía de los desobedientes ha provenido de un sentimiento de agravio que es interpretado en términos políticos, pero, sobre todo, morales. En realidad, la naturaleza de este tipo de movimientos se ha centrado menos en resistir y más en tomar la iniciativa y llevar a cabo acciones que buscan, directa o indirectamente, modificar un estado de cosas que los agraviados consideran injusto pero no sus oponentes.

Nuestra actual coyuntura política obliga a todos los observadores a usar a la interrogación como el signo dominante del análisis. En efecto, no es claro -no puede serlo- el resultado final de las acciones de resistencia encabezadas por el candidato presidencial de la izquierda en la pasada elección, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Una parte de la ciudadanía está dispuesta a ir más allá de las marchas para mostrar su grado de inconformidad con todo el proceso y los resultados oficiales de esa elección. Tomar, como lo han hecho, una arteria muy importante de la capital del país es una forma tan llamativa como arriesgada, por agresiva, de mostrar la intensidad y rumbo que puede llegar a tomar su acción si la demanda de volver a contar los votos es rechazada por el Trife (autoridad máxima e inapelable en esta materia).


Desde su perspectiva, lo cerrado del resultado se combina con un hecho insoslayable: que en los paquetes electorales que se han abierto se han encontrado inconsistencias entre lo que dicen las boletas y las cifras oficiales (al respecto, ver el documento publicado por los legisladores de la Coalición por el Bien de Todos en La Jornada, 2 de agosto). En fin, si "en la democracia se gana o se pierde por un voto", entonces esa democracia tampoco debe permitir un solo voto mal contado.

Resistencia

En México, como en el resto del mundo, hay una larga historia de desobediencia o resistencia frente a la autoridad. Una peculiaridad de los tres siglos del periodo colonial mexicano fue que transcurrieron sin que la gran masa indígena intentara una protesta o rebelión general contra la muy pequeña minoría dominante de peninsulares y criollos. Sin embargo, antes de 1810 hubo en Nueva España muchos actos violentos y pacíficos de inconformidad, aunque todos resultaron locales y pocos pusieron en duda, de manera abierta, la legitimidad general del injusto y severo sistema de dominación colonial. La Independencia no significó el fin de esa historia de inconformidades, estallidos populares y represión, historia que continúa hasta el presente, como quedó demostrado hace poco en Atenco.

La memoria colectiva ha puesto énfasis en los episodios donde la resistencia fue violenta y dramática. Sin embargo, ésa no ha sido, ni de lejos, la forma más común de resistencia. La historiografía mexicana apenas está empezando a explorar las formas de desobediencia y obstrucción no violentas de las colectividades subordinadas frente a decisiones de la autoridad que no aceptan como justas.

Esas formas de indocilidad no violenta contra los poderosos son tan antiguas como variadas. Los subordinados de todas las épocas y en todo lugar, pocas veces, pueden darse el lujo de retar abiertamente al orden establecido y a sus beneficiarios, pues saben que las consecuencias pueden ser catastróficas. De ahí que primero prefieran defender sus intereses regateando, pactando, demorando, obstruyendo, paliando, murmurando, ridiculizando, saboteando, desertando o por algún otro medio relativamente escondido. Sin embargo, a diferencia de la civil, esta resistencia no ha buscado los reflectores, ni puede ni pretende un cambio radical del statu quo, sino apenas que el sistema opere con un margen menor de desventaja para sus intereses concretos (para ahondar en la teoría de la resistencia ver James C. Scott, "Weapons of the Weak", 1985 y "Domination and the Arts of Resistance", 1990).

La resistencia civil

Una definición operativa de la desobediencia o resistencia calificada de "civil" puede ser la propuesta por la Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales: un acto o proceso de rebeldía pública en contra de una medida legal, o de una decisión política, ambas de origen gubernamental. Esta desobediencia puede ser activa o pasiva, pero en todo caso incluirá acciones premeditadas y muy publicitadas aunque con límites claros, cuyo carácter pueden ser de legalidad incierta o francamente ilegal, y que son llevadas a cabo de manera persistente con el propósito de conseguir objetivos públicos específicos.

La resistencia civil difícilmente se puede llevar a cabo con éxito en situaciones donde el régimen no es democrático y está en plenitud de sus poderes. Los casos más exitosos, los de Gandhi en la India o Martin Luther King en los Estados Unidos, se dieron justamente en sistemas políticos formalmente democráticos y con elecciones pero con claras fallas morales. En contraste, en Sudáfrica -donde Gandhi nició su resistencia pacífica-, la lucha contra la esencia de la antidemocracia -el Apartheid- se tuvo que ganar con una alta dosis de violencia.

Entre nosotros, la resistencia civil la intentó con relativo éxito el PAN, Vicente Fox incluido, en la etapa final del autoritarismo priista. Formalmente, México ya vive en la democracia, pero están aún vivos y actuantes prácticas o elementos del antiguo régimen. De lo contrario, cómo explicar el uso de la PGR en el intento de desafuero de AMLO o la actuación parcial y sistemática del Presidente de la República en los medios de difusión para minar el apoyo a la candidatura del líder de la izquierda. La conducta electoral corporativa del sindicato de maestros cuyo partido -Nueva Alianza- quizá logró transferir al candidato del PAN más de un millón de votos de los educadores, es vista como el pago a cambio del mantenimiento de los privilegios de un sindicalismo corrupto a costa de la posible y necesaria modernización de la educación.

Para concluir

Nada asegura que el nuevo capítulo de resistencia civil en México tenga éxito. Mal llevado, este siempre riesgoso instrumento puede dar argumentos legales y morales a sus adversarios, traerle pérdidas a la izquierda en comicios futuros e incluso abrir la puerta a la represión. Por otro lado, sea cual fuere su resultado final, la protesta actual es ya un indicador de un fracaso en lo que debió haber significado, si su conducción hubiera sido intachable e imparcial, un paso más en la consolidación democrática de México. En el fondo, el gran agravio de quienes hoy protestan -su sustento ético- es la sensación de que la "democracia real" en México está sirviendo para agudizar el choque de intereses, para legitimar y sostener las grandes desigualdades históricas y no para empezar a suavizarlas.

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