Alegria en mi corazon Vicky, leerte tan tu, tan indignada por algo tan horendo, esperemos justicia venga de donde venga..
“¡Ya era una mujer!”, sostenía el pederasta Jean Succar Kuri al joven Carlos Loret de Mola, quien le insistía: “¿A los catorce años?”, y el delincuente afirmaba, una y otra vez, “sí, sí”, y el rostro del joven periodista reflejaba sorpresa, incredulidad. Esto fue durante una entrevista televisiva en que se mezclaba el video que grabaron clandestinamente una de sus víctimas y su abogada. El tipo cínico, irreverente, grosero de la grabación contrastaba con el cuestionado del momento, que se veía abatido, acorralado, nervioso e inseguro.
Una bestia cercada que ahora en el momento de tener –fue apresado hace poco– que responder por sus fechorías se achica, enjuta, trata de parecer víctima de quienes supuestamente tratan de hacerle daño sin dar un argumento coherente que soporte su dicho. Trastabillando, niega todo hecho que se le imputa y resulta que el victimario es mártir, cuestión que para quienes pensamos lo contrario y han sustentado sus denuncias como la periodista Lydia Cacho, no nos tragamos el cuento.
Si bien es cierto que no será declarado culpable hasta que la ley lo determine, también lo es que no sólo pesa sobre él los actos de pederastia –“me quieren hacer parecer como un monstruo”– sino de redes de pornografía infantil e incluso lavado de dinero. Lo que este individuo representa es simplemente a uno más de los cientos de abusadores sexuales que se han aprovechado de miles de infantes –hasta de cuatro años– y con costosos regalos compran a algunos padres de familia que permiten que “el Tío” sacie sus más bajos instintos.
Las sociedades contemporáneas no debemos permitir por ningún motivo que seres envilecidos como Succar Kuri, el padre Marcel Maciel y otros más anden impunes por la vida sin pagar con la justicia sus felonías. Tomemos en cuenta que no violaron a adultos sino a niños que no tienen futuro como hombres, pues los traumas sicológicos son tremendos y los estigmas físicos invaluables. No se diga a las niñas a las que convierten en mujeres a tan temprana edad y quienes quedan avergonzadas hasta el final de sus vidas.
A quienes atentan contra los infantes, niños y niñas, de esa manera tan violenta no se les puede llamar humanos. Hay un grado de bestialidad tremenda en su comportamiento y no son, por ningún motivo, personas sanas de mente y alma.
“¡Ya era una mujer!”, sostenía el pederasta Jean Succar Kuri al joven Carlos Loret de Mola, quien le insistía: “¿A los catorce años?”, y el delincuente afirmaba, una y otra vez, “sí, sí”, y el rostro del joven periodista reflejaba sorpresa, incredulidad. Esto fue durante una entrevista televisiva en que se mezclaba el video que grabaron clandestinamente una de sus víctimas y su abogada. El tipo cínico, irreverente, grosero de la grabación contrastaba con el cuestionado del momento, que se veía abatido, acorralado, nervioso e inseguro.
Una bestia cercada que ahora en el momento de tener –fue apresado hace poco– que responder por sus fechorías se achica, enjuta, trata de parecer víctima de quienes supuestamente tratan de hacerle daño sin dar un argumento coherente que soporte su dicho. Trastabillando, niega todo hecho que se le imputa y resulta que el victimario es mártir, cuestión que para quienes pensamos lo contrario y han sustentado sus denuncias como la periodista Lydia Cacho, no nos tragamos el cuento.
Si bien es cierto que no será declarado culpable hasta que la ley lo determine, también lo es que no sólo pesa sobre él los actos de pederastia –“me quieren hacer parecer como un monstruo”– sino de redes de pornografía infantil e incluso lavado de dinero. Lo que este individuo representa es simplemente a uno más de los cientos de abusadores sexuales que se han aprovechado de miles de infantes –hasta de cuatro años– y con costosos regalos compran a algunos padres de familia que permiten que “el Tío” sacie sus más bajos instintos.
Las sociedades contemporáneas no debemos permitir por ningún motivo que seres envilecidos como Succar Kuri, el padre Marcel Maciel y otros más anden impunes por la vida sin pagar con la justicia sus felonías. Tomemos en cuenta que no violaron a adultos sino a niños que no tienen futuro como hombres, pues los traumas sicológicos son tremendos y los estigmas físicos invaluables. No se diga a las niñas a las que convierten en mujeres a tan temprana edad y quienes quedan avergonzadas hasta el final de sus vidas.
A quienes atentan contra los infantes, niños y niñas, de esa manera tan violenta no se les puede llamar humanos. Hay un grado de bestialidad tremenda en su comportamiento y no son, por ningún motivo, personas sanas de mente y alma.
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