Vicente Fox arrumbó el código de ética que él mismo se impuso y sacó a la luz la principal contradicción de su gobierno lo que, de rebote, lastró a Felipe Calderón y acentuó la crisis de identidad de su partido. Desde otro ángulo, el sexenio también deja lecciones importantísimas para la sociedad.
En diciembre del 2000 me invitaron por primera vez al ritual de una toma de posesión presidencial. La ceremonia en el Auditorio Nacional fue una puesta en escena del compromiso con la renovación: en el escenario, y teniendo como telón de fondo a los 37 integrantes de su gabinete legal y ampliado, el flamante Presidente fijó metas y estableció compromisos bien precisos con ese estilo campechano que ha llegado a ser sinónimo de irresponsable frivolidad.
Recuerdo, como si fuera ahora, el espontáneo y entusiasta aplauso que despertó su enfática afirmación de que su gobierno estaría libre del yugo impuesto por los "intereses" y los "privilegios" particulares, y que su trabajo estaría normado por la defensa del "patrimonio colectivo". Ésos y otros principios se plasmaron en un Código de Ética que todavía acumula telarañas en la página de la Presidencia, y en el cual se comprometen explícitamente, el Presidente y su gobierno, a procurar el "bien común por encima de los intereses particulares", a actuar "siempre en forma objetiva e imparcial sin conceder preferencias o privilegios indebidos a persona alguna", y a "informar y presentar cuentas claras (del) trabajo".
En el México viejo había un método infalible para exculpar al Jefe del Ejecutivo de toda responsabilidad: ante cualquier duda, los guardianes del presidencialismo respondían con una afirmación irrefutable: "el Presidente está mal informado", lo que era, por supuesto, imposible de verificar porque muy pocos conocían lo que el Presidente sabía o lo que acontecía tras las murallas de la residencia oficial. Actualmente, y gracias a la transparencia, tenemos más información confiable sobre los asuntos públicos y eso me permite asegurar, con evidencia en mano, que en las reformas a las leyes de radio y televisión y telecomunicaciones Vicente Fox repudió su discurso del Auditorio Nacional y puso en la trituradora su Código de Ética.
En los últimos días conocimos la información que demuestra la determinación con que el Presidente hizo a un lado opiniones contrarias importantísimas, como la de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes que listó las docenas de aspectos nocivos contenidos en esas leyes. El sometimiento de su administración a las televisoras lo confirma una Secretaría de Gobernación siempre dispuesta a dejarlas hacer lo que les viene en gana.
Estaría luego el menosprecio hacia la transparencia expresado en el espeso y revelador silencio que ha mantenido Fox sobre el tema. Si nuestro Presidente hasta de futbol da cátedra -bastante mala, por cierto- ¿por qué no explica con toda claridad sus motivos para defender a capa y espada leyes nocivas para el interés general, y favorables a empresas con nombre y apellido?, ¿por qué propuso como consejeros de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel), a quienes tienen un evidente conflicto de interés?
La capitulación ante los intereses privados ha afectado a su candidato y a su partido entre los electores independientes. Felipe Calderón ha sido incapaz de aclarar cuál es realmente su postura frente a Vicente Fox; en ocasiones elogia las obras de su gobierno, en otras se distancia, como en el discurso en el Estadio Azteca, en el cual jamás mencionó al Presidente. Por su falta de ubicación política su libro no debió haberse llamado "El hijo desobediente"; un título más apropiado hubiera sido el de "El hijo desorientado".
Los extravíos de Vicente Fox acabaron de meter a su partido en una crisis de identidad parecida a la sufrida por los comunistas con la caída del Muro de Berlín. Conozco a docenas de panistas que encarnan esa decencia que alguna vez fuera el sello distintivo de esa formación. Ahora viven con la angustia existencial que les provoca el jaloneo entre la lealtad a los principios de su partido, su desconcierto por algunas decisiones presidenciales y por la campaña negativa iniciada por su partido y secundada entusiastamente por el Partido de la Revolución Democrática. Si Felipe Calderón triunfa, seguramente las dubitaciones se harán a un lado y los felipistas presumirán que su respaldo a la ley de medios y la guerra sucia era la "única forma de ganar". Si el panista pierde la elección, es posible que el PAN entre en una etapa de reflexión para establecer qué perfil quiere tener: el de "técnico" o el de "rudo".
El código que Vicente Fox extraviara conduce a las complejas relaciones entre gobierno y sociedad. 2000 fue el año de la alternancia en la Presidencia, pero también fue el año en el que empezaron a demostrarse lo erróneo de múltiples supuestos. Ni la llegada a Los Pinos de un Presidente panista contuvo a los grupos de interés, ni los ríos de dinero federal a los estados sirvieron para crear un federalismo saludable.
Resulta, por otro lado, lógica la defensa hecha por las televisoras de sus intereses; lo vergonzoso está en la capitulación de un presidente que construyó su carrera reivindicando la defensa del bien común para terminar su sexenio contradiciendo aquellos discursos que invocaban al bien común y acabando de deshilachar un Código de Ética que maltrató a lo largo del sexenio. La lección es amarga pero educativa: en México resulta insuficiente tener la razón si se carece de la fuerza, de la organización y de los recursos para pelear por lo considerado justo o deseable.
Esta generalización que, por supuesto, acepta las excepciones, es de aplicación general porque, independientemente de por quiénes votemos para presidente, senador o diputado (y, en el caso de los capitalinos, jefe de gobierno, asambleísta y delegado), carecemos de garantías de que los gobernantes cumplirán con sus compromisos o se inspirarán en el bien común, en el sentido común o en lo racional.
Entre los aspectos positivos, que los hay, estarían la existencia de espacios e instituciones para pelear por lo que cada quien crea; falta interiorizar que las elecciones son insuficientes para obtener las mieles democráticas que requieren de una participación ardua y cotidiana. Nadie nos va a regalar nada.
En diciembre del 2000 me invitaron por primera vez al ritual de una toma de posesión presidencial. La ceremonia en el Auditorio Nacional fue una puesta en escena del compromiso con la renovación: en el escenario, y teniendo como telón de fondo a los 37 integrantes de su gabinete legal y ampliado, el flamante Presidente fijó metas y estableció compromisos bien precisos con ese estilo campechano que ha llegado a ser sinónimo de irresponsable frivolidad.
Recuerdo, como si fuera ahora, el espontáneo y entusiasta aplauso que despertó su enfática afirmación de que su gobierno estaría libre del yugo impuesto por los "intereses" y los "privilegios" particulares, y que su trabajo estaría normado por la defensa del "patrimonio colectivo". Ésos y otros principios se plasmaron en un Código de Ética que todavía acumula telarañas en la página de la Presidencia, y en el cual se comprometen explícitamente, el Presidente y su gobierno, a procurar el "bien común por encima de los intereses particulares", a actuar "siempre en forma objetiva e imparcial sin conceder preferencias o privilegios indebidos a persona alguna", y a "informar y presentar cuentas claras (del) trabajo".
En el México viejo había un método infalible para exculpar al Jefe del Ejecutivo de toda responsabilidad: ante cualquier duda, los guardianes del presidencialismo respondían con una afirmación irrefutable: "el Presidente está mal informado", lo que era, por supuesto, imposible de verificar porque muy pocos conocían lo que el Presidente sabía o lo que acontecía tras las murallas de la residencia oficial. Actualmente, y gracias a la transparencia, tenemos más información confiable sobre los asuntos públicos y eso me permite asegurar, con evidencia en mano, que en las reformas a las leyes de radio y televisión y telecomunicaciones Vicente Fox repudió su discurso del Auditorio Nacional y puso en la trituradora su Código de Ética.
En los últimos días conocimos la información que demuestra la determinación con que el Presidente hizo a un lado opiniones contrarias importantísimas, como la de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes que listó las docenas de aspectos nocivos contenidos en esas leyes. El sometimiento de su administración a las televisoras lo confirma una Secretaría de Gobernación siempre dispuesta a dejarlas hacer lo que les viene en gana.
Estaría luego el menosprecio hacia la transparencia expresado en el espeso y revelador silencio que ha mantenido Fox sobre el tema. Si nuestro Presidente hasta de futbol da cátedra -bastante mala, por cierto- ¿por qué no explica con toda claridad sus motivos para defender a capa y espada leyes nocivas para el interés general, y favorables a empresas con nombre y apellido?, ¿por qué propuso como consejeros de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel), a quienes tienen un evidente conflicto de interés?
La capitulación ante los intereses privados ha afectado a su candidato y a su partido entre los electores independientes. Felipe Calderón ha sido incapaz de aclarar cuál es realmente su postura frente a Vicente Fox; en ocasiones elogia las obras de su gobierno, en otras se distancia, como en el discurso en el Estadio Azteca, en el cual jamás mencionó al Presidente. Por su falta de ubicación política su libro no debió haberse llamado "El hijo desobediente"; un título más apropiado hubiera sido el de "El hijo desorientado".
Los extravíos de Vicente Fox acabaron de meter a su partido en una crisis de identidad parecida a la sufrida por los comunistas con la caída del Muro de Berlín. Conozco a docenas de panistas que encarnan esa decencia que alguna vez fuera el sello distintivo de esa formación. Ahora viven con la angustia existencial que les provoca el jaloneo entre la lealtad a los principios de su partido, su desconcierto por algunas decisiones presidenciales y por la campaña negativa iniciada por su partido y secundada entusiastamente por el Partido de la Revolución Democrática. Si Felipe Calderón triunfa, seguramente las dubitaciones se harán a un lado y los felipistas presumirán que su respaldo a la ley de medios y la guerra sucia era la "única forma de ganar". Si el panista pierde la elección, es posible que el PAN entre en una etapa de reflexión para establecer qué perfil quiere tener: el de "técnico" o el de "rudo".
El código que Vicente Fox extraviara conduce a las complejas relaciones entre gobierno y sociedad. 2000 fue el año de la alternancia en la Presidencia, pero también fue el año en el que empezaron a demostrarse lo erróneo de múltiples supuestos. Ni la llegada a Los Pinos de un Presidente panista contuvo a los grupos de interés, ni los ríos de dinero federal a los estados sirvieron para crear un federalismo saludable.
Resulta, por otro lado, lógica la defensa hecha por las televisoras de sus intereses; lo vergonzoso está en la capitulación de un presidente que construyó su carrera reivindicando la defensa del bien común para terminar su sexenio contradiciendo aquellos discursos que invocaban al bien común y acabando de deshilachar un Código de Ética que maltrató a lo largo del sexenio. La lección es amarga pero educativa: en México resulta insuficiente tener la razón si se carece de la fuerza, de la organización y de los recursos para pelear por lo considerado justo o deseable.
Esta generalización que, por supuesto, acepta las excepciones, es de aplicación general porque, independientemente de por quiénes votemos para presidente, senador o diputado (y, en el caso de los capitalinos, jefe de gobierno, asambleísta y delegado), carecemos de garantías de que los gobernantes cumplirán con sus compromisos o se inspirarán en el bien común, en el sentido común o en lo racional.
Entre los aspectos positivos, que los hay, estarían la existencia de espacios e instituciones para pelear por lo que cada quien crea; falta interiorizar que las elecciones son insuficientes para obtener las mieles democráticas que requieren de una participación ardua y cotidiana. Nadie nos va a regalar nada.
sergioaguayo@infosel.net.mx
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