La verdadera elección ocurre hoy, frente a nuestras narices. Lo del 2 de julio fue un simulacro, una de las últimas etapas del operativo para instalar a Felipe Calderón en el poder. Es bien sabido que no todas las elecciones se ganan en las urnas. Hay quienes compran el voto y quienes ganan la presidencia desde la presidencia, como Salinas de Gortari, quien dejó "caer el sistema" la noche de la elección y después -afirma con datos creíbles Jorge Castañeda en La herencia- pudo haber adquirido un programa informático que permitiera modificar el resultado. Piense en el papel que pudo haber jugado Roberto Madrazo, el otro candidato del PRIAN: ¿comparsa programado para perder quitándole votos a López Obrador? Y en el de Luis Carlos Ugalde, que se deslindó culpando al "comité de científicos", que "en forma científica, y con métodos científicos" (¡no quería que hubiese sombra de duda!) nubló el escenario mientras los prestidigitadores electorales nos alimentaban los resultados del PREP, siempre a cuentagotas, y siempre con una extraña ventaja de 300 mil votos a favor de Felipe Calderón. (Extraño que en una elección tan reñida AMLO no hubiese ido jamás a la cabeza el 2 de julio, ¡ni siquiera por un voto! Y más extraño aún que al día siguiente remontara brevemente para que los votantes vivieran la "emoción democrática" de ver a Calderón alcanzarlo, y eventualmente rebasarlo, sólo que ahora con márgenes programados de 0.20 por ciento.)
Después del ensayo, cuando las encuestas de salida comenzaran a reflejar la realidad, se usarían el algoritmo matemático y la matriz cibernética para ajustar los resultados. Sospechando o conociendo la maniobra, los candidatos punteros se apresuraron a proclamar victoria minutos después de que el Instituto Federal Electoral (IFE) claudicara. De las 8 de la noche nos llevaron a las 11, mientras los "científicos" continuaban enfrascados en su abracadabra. Y en vez de ofrecer resultados a la una de la mañana, como estaba previsto, nos enviaron a dormir. No obstante, triunfó el neoliberalismo, porque tras los comicios que nos hundieron en la incertidumbre, los mercados financieros repuntaron: la bolsa acumuló más de 20 mil unidades (segunda ganancia del año), y el dólar, que amenazaba montar por encima de los 12 pesos debido a la inquietud, se cotizó por debajo de los 11. Una auténtica puesta en escena para convencer a inversionistas institucionales y medios de que había ganado el representante de "los justos", y desaparecido la "opción de la violencia", representada por López Obrador. Consumatum est. Ahora, siguiendo la burda estrategia del hecho consumado, utilizan la fuerza del Estado, las instituciones electorales, los medios y la prensa extranjera para obligar al candidato perredista (a quien Calderón y algunos medios han dejado de llamar por su nombre) a aceptar la derrota. ¿Dónde está el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para detener el triunfalismo de Calderón e impedir acciones irreversibles, como el importante reconocimiento oficial de estados extranjeros?
Sí, la elección presidencial comienza hoy, aunque la estrategia se haya iniciado cuando AMLO superó la trampa del desafuero y se volvió un candidato imparable. La maniobra, que rebasa al PAN, está construida a base de varios niveles de obstáculos y redes protectoras. Primero el desafuero y después la campaña del miedo. El tercer obstáculo fue el IFE y su PREP, una institución que garantizó el triunfo de Fox en su momento, pero que hoy fue factor de inestabilidad.
Hoy la estrategia consiste en usar medios, estadistas y organizaciones empresariales para advertir a AMLO que amenaza la paz y la seguridad, y que puede lanzar el país al precipicio. En La herencia Jorge Castañeda, que hoy irónicamente recomienda a Calderón seguir la estrategia defensiva de Salinas en 1988, reconstruyó el fraude electoral de 88, concluyendo que frente a la sorpresiva victoria de Cárdenas el equipo de Salinas pudo haber viajado a Londres a entrevistarse con los autores del método RAS de cálculo de matrices biproporcionales para diseñar un programa que permitiera realizar las operaciones necesarias en el escaso tiempo disponible; había que encontrar el software adecuado para abultar el margen o revertir el resultado.
Para la tercera semana de julio -afirma con precisión-, se disponía de una matriz que permitía conocer con exactitud los votos que se necesitaban en cada casilla, "aun reconociendo el triunfo de la oposición". Después se rehacían las actas, se agregaban los votos faltantes y se adecuaba la suma total sin alterar las demás cifras. Si eso pudo haber hecho Salinas en tres semanas, ¡imagínese las travesuras de Hildebrando en los dos años que duró la campaña! Pero 2006 no es 1988: Calderón no es Salinas, ni el PAN es el PRI de 88. López Obrador no es Cárdenas y los votantes somos diferentes. La división trasciende la elección y evidencia como nunca los dos Méxicos. Nos obliga a reconocer que Fox, como Bush, convirtió al país en los Estados desunidos Mexicanos. Parafraseando el Dinosaurio de Monterroso, "cuando despertamos, el fraude electoral todavía estaba allí..."
Después del ensayo, cuando las encuestas de salida comenzaran a reflejar la realidad, se usarían el algoritmo matemático y la matriz cibernética para ajustar los resultados. Sospechando o conociendo la maniobra, los candidatos punteros se apresuraron a proclamar victoria minutos después de que el Instituto Federal Electoral (IFE) claudicara. De las 8 de la noche nos llevaron a las 11, mientras los "científicos" continuaban enfrascados en su abracadabra. Y en vez de ofrecer resultados a la una de la mañana, como estaba previsto, nos enviaron a dormir. No obstante, triunfó el neoliberalismo, porque tras los comicios que nos hundieron en la incertidumbre, los mercados financieros repuntaron: la bolsa acumuló más de 20 mil unidades (segunda ganancia del año), y el dólar, que amenazaba montar por encima de los 12 pesos debido a la inquietud, se cotizó por debajo de los 11. Una auténtica puesta en escena para convencer a inversionistas institucionales y medios de que había ganado el representante de "los justos", y desaparecido la "opción de la violencia", representada por López Obrador. Consumatum est. Ahora, siguiendo la burda estrategia del hecho consumado, utilizan la fuerza del Estado, las instituciones electorales, los medios y la prensa extranjera para obligar al candidato perredista (a quien Calderón y algunos medios han dejado de llamar por su nombre) a aceptar la derrota. ¿Dónde está el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para detener el triunfalismo de Calderón e impedir acciones irreversibles, como el importante reconocimiento oficial de estados extranjeros?
Sí, la elección presidencial comienza hoy, aunque la estrategia se haya iniciado cuando AMLO superó la trampa del desafuero y se volvió un candidato imparable. La maniobra, que rebasa al PAN, está construida a base de varios niveles de obstáculos y redes protectoras. Primero el desafuero y después la campaña del miedo. El tercer obstáculo fue el IFE y su PREP, una institución que garantizó el triunfo de Fox en su momento, pero que hoy fue factor de inestabilidad.
Hoy la estrategia consiste en usar medios, estadistas y organizaciones empresariales para advertir a AMLO que amenaza la paz y la seguridad, y que puede lanzar el país al precipicio. En La herencia Jorge Castañeda, que hoy irónicamente recomienda a Calderón seguir la estrategia defensiva de Salinas en 1988, reconstruyó el fraude electoral de 88, concluyendo que frente a la sorpresiva victoria de Cárdenas el equipo de Salinas pudo haber viajado a Londres a entrevistarse con los autores del método RAS de cálculo de matrices biproporcionales para diseñar un programa que permitiera realizar las operaciones necesarias en el escaso tiempo disponible; había que encontrar el software adecuado para abultar el margen o revertir el resultado.
Para la tercera semana de julio -afirma con precisión-, se disponía de una matriz que permitía conocer con exactitud los votos que se necesitaban en cada casilla, "aun reconociendo el triunfo de la oposición". Después se rehacían las actas, se agregaban los votos faltantes y se adecuaba la suma total sin alterar las demás cifras. Si eso pudo haber hecho Salinas en tres semanas, ¡imagínese las travesuras de Hildebrando en los dos años que duró la campaña! Pero 2006 no es 1988: Calderón no es Salinas, ni el PAN es el PRI de 88. López Obrador no es Cárdenas y los votantes somos diferentes. La división trasciende la elección y evidencia como nunca los dos Méxicos. Nos obliga a reconocer que Fox, como Bush, convirtió al país en los Estados desunidos Mexicanos. Parafraseando el Dinosaurio de Monterroso, "cuando despertamos, el fraude electoral todavía estaba allí..."
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