Ya nomás por la posibilidad de tener la dicha inicua de acompañar en su despedida —con mariachis y serpentinas— a todos aquellos que juraron se irían a vivir fuera del país si ganaba El Peje, me inclino a darle el beneficio de la duda a López Obrador. Y no sólo porque afirma tener pruebas para documentar el optimismo fraudulento del foxismo, sino porque estuvo acompañado de un autor admirable, Fernando del Paso.
Por supuesto, los triunfalistas blanquiazules y sus corifeos van a alegar que se trata de un compló más emanado de la febril imaginación del tabasqueño. Puede ser, pero hasta donde se sabe cada vez que AMLO ha denunciado un conciliábulo en su contra, éste finalmente comprobó en los videoescándalos ahumadescos, el paraje San Juan y el inolvidable desafuero que fueron el resultado de una conjura de la necedad con Innombrable incluido.
Sin restarle importancia a los graves errores cometidos en la campaña del Peje (se rodeó de un montón de inútiles, arribistas y lamesuelas que sirvieron para maldita la cosa, reclutó un montón de priistas de la peor ralea, su capacidad de reacción frente a la campaña del miedo de los blanquiazules fue de una lentitud y una torpeza irritantes, el discurso chachalaquesco tampoco contribuyó en nada a su favor, aunque tampoco se puede soslayar el comportamiento traicionero de Cuauhtémoc Cárdenas & family, entre otra cosas), los esfuerzos manifestados por el foxismo y sus efebos vegamemijescos para echarlo del camino hacia Los Pinos no se pueden hacer de lado. De la misma manera en que debemos desconfiar de los adictos al golpe de pecho —ahí tenemos el caso del Padre Maciel— siempre hay que dudar de quienes se autodenominan demócratas de hueso colorado.
El IFE, a su vez, contra lo que dicen sus fanáticos, ha hecho cosas dudas que parecen peores. Ugalde está para mandarlo a arbitrear partidos a la tercera división.
En un país balcanizado por unas elecciones sospechosistas, los llamados a la unidad de Jelipillo no tienen sentido si no se pasa primero por el recuento voto por voto. De otra manera, lo que queda es empezar un sexenio señalado, desprovisto de legitimidad y con la posibilidad de acabar como anuncia el final de su canción favorita, El hijo desobediente: “¡Felipe fue desgraciado!”.
Lo único que no puede hacer Andrés Manuel es no ponerse neuras como Zinedine Zidane.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario