Desde los tiempos de Aristóteles, la política ha sido considerada como la primera de todas las ciencias, pese a los claroscuros de su praxis por algunos individuos mal llamados políticos.
Al inicio de su obra Ética a Nicómaco, el pensador griego refiere:
Un primer punto, que puede tenerse por evidente, es que el bien se deriva de la ciencia soberana, de la ciencia más fundamental de todas; y esta es precisamente la ciencia política [politikè fainetai]. Ella es, en efecto, la que determina cuáles son las ciencias indispensables para la existencia de los Estados, cuáles son las que los ciudadanos deben aprender y hasta qué grado deben poseerlas. Además, es preciso observar que las ciencias más estimadas están subordinadas a la Política; me refiero a la ciencia militar, a la ciencia administrativa, a la Retórica. Como ella se sirve de todas las ciencias prácticas y prescribe, también en nombre de la ley, lo que se debe hacer y lo que se debe evitar, podría decirse que su fin abraza los fines diversos de todas las demás ciencias; y por consiguiente, el de la política será el verdadero bien, el bien supremo del hombre. Además, el bien es idéntico para el individuo y para el Estado.1
A contrapelo de la cita de Aristóteles, el ejercicio de la política en el México de nuestros días poca o ninguna relación tiene con el bien idéntico para el individuo y el Estado. Hoy la ciencia política y su práctica están más cerca del hábitat de los cerdos que de su ambiente natural: la confrontación de las ideas para alcanzar los más elevados fines de la sociedad.
Para nuestra desventura ciudadana, ha de sumarse a tal estado de cosas, la intervención de los medios masivos de comunicación en la disputa por el poder. Televisa y Televisión Azteca actúan como verdaderos gabinetes de facto, determinan la agenda nacional y perfilan las políticas públicas que a sus intereses convienen. Ya lo hacían antes de las reformas a la Ley Federal de Radio y Televisión, aprobadas recientemente en el Senado de la República, y aun cuando las modificaciones legales no entran en vigor, siguen manipulando a su antojo a la opinión pública del país.
Respecto de las artes de la colusión medios-gobierno, Geoffrey Goodman, editor fundador de la Revista Británica de Periodismo, sostiene:
Hubo un tiempo en que la cultura del prejuicio se concentró sobre todo contra las ideas políticas radicales y de izquierda y ahora parece estar contra todo tipo de ideas políticas, excepto las que convienen a la jerarquía de los propietarios de los medios.2
El propio comunicador inglés ha abundado en el análisis de las relaciones entre los medios y la vida política, hasta descubrir un impresionante nivel de corrupción mutua entre los propietarios de las grandes cadenas de radio, televisión y prensa escrita y los gobernantes.
México, por supuesto, no es excepción y para botón de muestra, queda en el registro de la historia contemporánea lo sucedido en la Cámara de Diputados y el Senado de la República el pasado 30 de marzo.
Lo que sigue está ya a la vista de todos: una avalancha descarada de mensajes teledirigidos a la sociedad mexicana, donde la pretensión esencial es, como en la novela de Giusseppe Tomasi El gatopardo, se promueva que todo cambie para que nada cambie.3
La guerra de las televisoras en contra de Andrés Manuel López Obrador es producto de una estrategia que va más allá de un aparente conflicto ideológico-político. Lo que está en juego es la República misma, sus recursos naturales, sus empresas estratégicas, su ubicación en el contexto geopolítico latinoamericano y un proyecto de nación distante de los más de 50 millones de pobres que habitan nuestro territorio.
¿Dejaremos que los varones del poder y el dinero hagan del país lo que les plazca? He ahí una pregunta cuya respuesta compete a todos.
NOTAS
1) Aristóteles, Ética a Nicómaco. Ed. bilingue traducida por María Araujo y Julián Marías. Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1994.
2) Citado por Miguel Molina, columnista de la revista electrónica BBC Mundo. Com, en su artículo "Periodismo y política", del 24 de junio de 2004.
3) El Gatopardo, Lampedusa, Giusseppe Tomasi Di. Ed. Alianza Editorial, S.A., 2003.
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