¿No qué en México la vida es más sabrosa, que impera la mexicana alegría, que vamos a la playa oh, oh, oh, que si nos han de matar mañana que nos maten de una vez, que no hay más ruta que la mesa que más aplauda, que nos movemos al ritmo no de la Constitución sino del oye, abre tus ojos, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida, tralalá, tralalalalá? Pues a juzgar no sólo por la resolución del TEPJF que de mexicana alegría tiene apenas un 9% (un recuento electoral con ese porcentaje de casillas es como organizar una orgía donde sólo se va a permitir el 9% de sexo), sino por la histeria colectiva que se ha desatado en todos los jelipollasfans que andan ahí como locas gritando: ¡Ayyy, nanita, El Peje no acata la resolución de los magistrados! ¡Ayyyy, mis hijos, llamen al ejército israelí para que desalojen a los renegados! ¡Ayyyyy, nana Pancha, it’s the end of the world as we know it!
Un cultura como la nuestra que se autoproclama rumbera, jarocha, trovadora de veras, no puede albergar en sus seno a toda esa bola de nerds aguafiestas que nos quieren gobernar y que todavía haya una bola de amargados que les siguen la corriente. Es increíble que en vez de coadyuvar a la pachanga, el rocanrol y el voto por voto, casilla por casilla, a ritmo de el venao el venao, salen con que están muy conformes y, a pesar de verlas muy suavecitas, saludan las resoluciones del TEPJF que son 91% de güeva, como si hubieran sido tomadas por los enciclopedistas franceses y los más brillantes miembros de la Escuela de Frankfurt.
Cómo estarán de mal que mientras el inútil derrame de jesuses en la boca y golpes de pecho se desata entre la gente bien ante el “caos y el desorden” que, contra los pronósticos de los neurasténicos y bipolares, el turismo hacia la Ciudad de México se mantiene sin novedad en el frente. Visitantes que no vienen a hacer sociología sino a pasar sus vacaciones en esta urbe que, además de su habitual oferta recreativa, ha adicionado a los plantones lopezobradoristas como un atractivo turístico al nivel de la Roqueta de Acapulco y el café La Parroquia del bello puerto veracruzano.
Aunque hay tesis políticamente correctas que plantean que el tamaño no importa, el 9% es como morir de sed habiendo tanta agua.
Lo que nos urge no es un TEPJF justo, sino tántrico
Un cultura como la nuestra que se autoproclama rumbera, jarocha, trovadora de veras, no puede albergar en sus seno a toda esa bola de nerds aguafiestas que nos quieren gobernar y que todavía haya una bola de amargados que les siguen la corriente. Es increíble que en vez de coadyuvar a la pachanga, el rocanrol y el voto por voto, casilla por casilla, a ritmo de el venao el venao, salen con que están muy conformes y, a pesar de verlas muy suavecitas, saludan las resoluciones del TEPJF que son 91% de güeva, como si hubieran sido tomadas por los enciclopedistas franceses y los más brillantes miembros de la Escuela de Frankfurt.
Cómo estarán de mal que mientras el inútil derrame de jesuses en la boca y golpes de pecho se desata entre la gente bien ante el “caos y el desorden” que, contra los pronósticos de los neurasténicos y bipolares, el turismo hacia la Ciudad de México se mantiene sin novedad en el frente. Visitantes que no vienen a hacer sociología sino a pasar sus vacaciones en esta urbe que, además de su habitual oferta recreativa, ha adicionado a los plantones lopezobradoristas como un atractivo turístico al nivel de la Roqueta de Acapulco y el café La Parroquia del bello puerto veracruzano.
Aunque hay tesis políticamente correctas que plantean que el tamaño no importa, el 9% es como morir de sed habiendo tanta agua.
Lo que nos urge no es un TEPJF justo, sino tántrico
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