No es un ser ideal, pero más vale asimilar que López Obrador (LO) puede ser nuestro próximo Presidente, por lo que conviene desmitificar algunas aserciones en torno a su figura.
Será otro Hugo Chávez.
Chávez es un megalómano que tiene como figura emblemática a Bolívar y por lo mismo padece delirios de libertador, eso le ha llevado a inmiscuirse en asuntos internos de otros países. Tiene una concepción arcaica del socialismo, por eso se identifica con Castro, y abraza la idea de perpetuarse en el poder.
No es el caso en LO quien asume que su numen es Juárez. Mal que bien el personaje simboliza la autonomía, la austeridad y la defensa de los intereses nacionales.
Nos conducirá por el camino del populismo hacia la crisis.
Hay fuertes motivos para abrigar ese temor. Las demagogias de Echeverría y López Portillo en los años setenta y sus desenlaces fueron traumatizantes. Ambos cimentaron su poder en la capacidad de movilización del PRI y en las condiciones que otorgaba el presidencialismo.
Pero eso ya no existe. La candidatura de LO no está basada en el corporativismo ni el Presidente es omnipotente; existen instituciones autónomas como el IFE y Banxico, y una auténtica división de poderes, de manera que suponer que el triunfo del candidato es garantía de crisis es a todas luces pérfido.
Su proyecto es antiempresarial y contrario a la economía de mercado.
Nada en su discurso respalda esa idea. Ha dicho, sí, que se acabarán los privilegios para quienes han abusado del poder económico, pero ha dicho también que se generarán condiciones para que los empresarios obtengan mayores rendimientos bajo un régimen fiscal equitativo.
Es innegable que en un régimen de mercados abiertos salen avante sólo quienes tienen poder de compra, por lo que una economía en la que la pobreza es lacerante requiere de ajustes que fortalezcan el poder adquisitivo.
No tiene política exterior y pretende aislarnos del mundo.
LO ha dicho que la política exterior de su gobierno no será protagónica ni él será títere de Washington, en clara alusión al actual Presidente. Y es que antes de pregonar ante el mundo que somos un país seguro para los inversionistas hay que generar seguridad en el interior, así como antes de aventurarnos a competir con las naciones más avanzadas hay que sembrar equidad.
Nuestra debilidad, producto de la desigualdad, nos hace vulnerables, y el campo de acción para nuestros exportadores es cada vez más limitado en los mercados mundiales. Conviene entonces fortalecer el mercado interno para elevar el consumo y la producción, por eso LO ha dicho que primero es el interior y después el exterior.
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