Los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, todos ellos personas de gran cultura, deben haber leído La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Cito esta obra tantas veces citada:
“La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal. Roma, al comenzar el siglo I antes de Cristo, es omnipotente, rica, no tiene enemigos delante. Sin embargo, está a punto de fenecer porque se obstina en conservar un régimen electoral estúpido. Un régimen electoral es estúpido cuando es falso. Había que votar en la ciudad. Ya los ciudadanos del campo no podían asistir a los comicios. Pero mucho menos los que vivían repartidos por todo el mundo romano. Como las elecciones eran imposibles, hubo que falsificarlas, y los candidatos organizaban partidas de la porra —con veteranos del ejército, con atletas del circo— que se encargaban de romper las urnas. Sin el apoyo de auténtico sufragio las instituciones democráticas están en el aire”.
Cultos e inteligentes, los magistrados del Tribunal Electoral saben que las irregularidades y las trampas reinaron en las elecciones mexicanas de 2006. Así que no pueden, si se respetan a sí mismos, imponer a Felipe Calderón en la Presidencia de la República. Si lo hacen, destruirán en definitiva nuestra democracia
“La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal. Roma, al comenzar el siglo I antes de Cristo, es omnipotente, rica, no tiene enemigos delante. Sin embargo, está a punto de fenecer porque se obstina en conservar un régimen electoral estúpido. Un régimen electoral es estúpido cuando es falso. Había que votar en la ciudad. Ya los ciudadanos del campo no podían asistir a los comicios. Pero mucho menos los que vivían repartidos por todo el mundo romano. Como las elecciones eran imposibles, hubo que falsificarlas, y los candidatos organizaban partidas de la porra —con veteranos del ejército, con atletas del circo— que se encargaban de romper las urnas. Sin el apoyo de auténtico sufragio las instituciones democráticas están en el aire”.
Cultos e inteligentes, los magistrados del Tribunal Electoral saben que las irregularidades y las trampas reinaron en las elecciones mexicanas de 2006. Así que no pueden, si se respetan a sí mismos, imponer a Felipe Calderón en la Presidencia de la República. Si lo hacen, destruirán en definitiva nuestra democracia
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